COLUMNISTAS
NESTOR KIRCHNER SE COMPARO CON RAUL ALFONSIN

El féretro como espejo

La autorreferencia de Néstor Kirchner fue tan explícita que hasta dijo ver la figura de su padre en el cadáver de Raúl Alfonsín.

|

La autorreferencia de Néstor Kirchner fue tan explícita que hasta dijo ver la figura de su padre en el cadáver de Raúl Alfonsín. Todas sus declaraciones tuvieron como objetivo emparentar los estilos peleadores de ambos y el lenguaje descarnado para decir lo que pensaban. “Alfonsín era lo que ahora se llama políticamente incorrecto”, fue su elogio. Kirchner hizo flotar, sin decirlo, un reclamo del estilo: “A él se le perdonaban cosas que a mí no; ejercía la autoridad en forma apasionada y yo que hago lo mismo, soy un autoritario”. Y reveló una conversación telefónica en la que Alfonsín le dijo: “A vos te van a atacar los mismos sectores conservadores que me atacaron a mí”.

A buen entendedor pocas palabras: teníamos los mismos enemigos y la misma forma de confrontar para defender nuestras convicciones. ¿Eran lo mismo? ¿Qué tienen en común y qué diferencia al presidente que inauguró el período más prolongado de la democracia y el último que completó su mandato? Las comparaciones son odiosas pero fue el propio Kirchner el que planteó el desafío. Tal vez ese ejercicio sirva para enriquecer el debate político. De hecho, entre Alfonsín y Kirchner está la democracia imperfecta, consolidada y llena de asignaturas pendientes que supimos conseguir.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

El 13 de julio de 1973, frente a la renuncia de Héctor Cámpora, se puede decir que ambos coincidieron conceptualmente. Alfonsín dijo que se trataba de “una suerte de golpe de derecha que va a afirmar el continuismo”. Néstor tenía el pelo largo sobre sus hombros, anteojos gruesos de marco negro y vestía el uniforme de la Jotapé: camperón verde oliva. Era un militante de base que en la Universidad de La Plata expresaba el pensamiento de Montoneros, que hizo un análisis similar del paso al costado del “Tío” Cámpora. De hecho, el líder de la CGT, José Ignacio Rucci, calificó de “trotsko” a Alfonsín por su definición. En el túnel del tiempo en que nos metió la muerte del “apóstol de la democracia”, como dijo José Sarney, fue Leopoldo Moreau quien le contestó a la distancia al jefe metalúrgico que más adelante sería asesinado: “Si para Rucci la JP, Agustín Tosco y Alfonsín eran trotskistas, para el pueblo argentino fueron patriotas”.

El comportamiento promedio durante la dictadura sí fue muy diferente entre Alfonsín y Kirchner. Hemos comentado varias veces la inactividad del matrimonio presidencial a la hora de presentar habeas corpus o defender presos políticos, cosa que el abogado de Chascomús hizo en muchos casos. Hay que decir también que los Kirchner eran colegas de Alfonsín pero recién recibidos, que albergaron solidariamente a algún militante perseguido que fue a esconderse en la Patagonia y que era muy peligroso levantar la cabeza para quienes habían estado ligados a Montoneros aunque sin disparar un solo tiro. Néstor y Cristina se replegaron hacia la construcción de su patrimonio mediante préstamos y cobros a morosos y resolvieron desensillar hasta que aclare. Alfonsín fue un activista que tuvo que luchar incluso contra la derecha de su propio partido. Federico Storani no olvidará jamás cómo Ricardo Balbín se negó a despedir los restos del diputado Mario Abel Amaya, quien murió en las cárceles de la dictadura y cuyos restos fueron trasladados a Trelew por el propio Alfonsín. Había que tener mucho coraje para hacer eso. Muchos pagaron con su vida desafíos menores.

La historia de Hipólito Solari Yrigoyen también encierra mensajes cifrados de la historia. En su carácter de presidente de la Convención de la UCR fue el último orador ante el féretro de Alfonsín. Era casi hermano de militancia de Mario Amaya. Fueron detenidos y desaparecidos la misma noche, uno en Puerto Madryn y otro en Trelew. Dos semanas después, los “blanquearon” para pasarlos de un campo de concentración a una cárcel, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Solari Yrigoyen también sufrió un atentado brutal de la Triple A que lo dejó con serias dificultades para caminar y que no lo mató de milagro. El 22 de agosto de 1973, para conmemorar el primer aniversario de “la masacre de Trelew” hubo dos actos en Buenos Aires. En el Congreso, 8 mil personas respondieron a la convocatoria de la izquierda no peronista más ultra. Estaban, entre otros, el ERP, la Vanguardia Comunista y entre los oradores estuvieron Amaya y Solari Yrigoyen. Por la Juventud Radical concurrieron Federico Storani y Leopoldo Moreau. La cancha de Atlanta, en cambio, fue desbordada por los seguidores de Montoneros. Mario Firmenich y Roberto Quieto presidieron el acto. La delegación radical fue encabezada por Marcelo Stubrin y un chico tímido que nadie conocía. Cuando los organizadores le preguntaron su identidad, por cuestiones de seguridad, Stubrin dijo: “Se llama Enrique Nosiglia, pero le dicen Coti”.

Esos jóvenes de la Junta Coordinadora Nacional eran el sector más dinámico de la UCR y el principal instrumento movilizador que tuvo Raúl Alfonsín para llegar a la presidencia. Por eso en la masiva y conmovedora movilización popular que acompañó el cortejo, estuvieron en la primera fila, como antes, Storani, Nosiglia, el Changui Cáceres, Moreau y Jesús Rodríguez al lado del titular del partido, Gerardo Morales y el radical de mejor imagen y posible futuro candidato a presidente, Julio Cobos.

La implosión de la dictadura que generó la derrota de Malvinas también diferenció los caminos que eligieron Alfonsín y Kirchner. El radical se negó tozudamente, aun en contra del pensamiento de muchos de sus correligionarios, a viajar a Malvinas invitado por el tenebroso ministro del Interior, general Manuel Ibérico Saint-Jean. Alfonsín se negó a darle respaldo civil al aventurerismo militar y eso, en el corto plazo, lo catapultó hacia una popularidad que fue creciendo con el tiempo. Néstor Kirchner, más malvinero por identidad geográfica y por peronista, acompañó más de cerca la guerra y hay fotos que lo muestran al lado de algunos jefes militares de la época.

Algunas coincidencias entre Alfonsín y Kirchner. Ambos son hombres de partido. Militaron y fueron subiendo escalones dentro de la organización política. Alfonsín nunca se fue del radicalismo. Fundó una línea interna llamada Renovación y Cambio y desde allí peleó la conducción contra el balbinismo. Kirchner nunca se fue del justicialismo. La mitad de la biblioteca dice que hasta se bancó ir en siete oportunidades con la boleta de Carlos Menem con tal de dar la batalla interna y no sacar los pies del plato. Y la otra mitad habla del oportunismo de compartir el momento de éxito de Menem con elogios que hoy resultan increíbles y que después los empujó en su caída.

Con respecto a la intención de cooptar al otro partido, también hubo intentos similares. Alfonsín vio fracasar rápidamente su proyecto de Tercer Movimiento Histórico, que se ofrecía como una síntesis superadora del yrigoyenismo y el peronismo. Y ya sabemos cómo le fue a Néstor con intenciones similares que se llamaron primero Transversalidad y luego, Concertación.

Por el contrario, hay evidencias de que la tendencia cada vez más clara es hacia la vuelta a los troncos históricos de los partidos tradicionales. Hoy, en medio del río revuelto, puede vislumbrarse alguna inclinación a que el peronismo siga siendo el corazón de uno de los polos y que la matriz radical contenga nuevamente a los que lo son y los que lo fueron antes. Y la muerte de Alfonsín tal vez como elemento simbólico haya expresado esa nueva realidad que apunta hacia la unidad de los que vienen y los que van al mismo lugar. De todas maneras, es la historia la que dará su veredicto.

Igual que con el clima de tolerancia que se generó en estos días y que borró del mapa las crispaciones y las agresiones permanentes. ¿Es sólo producto del respeto ante la muerte de un líder democrático? ¿Hay hipocresía y especulación electoral? ¿O esa mágica e impensada convivencia pacífica llegó para quedarse o, por lo menos, para darle otra oportunidad al consenso? En síntesis: ¿seremos capaces de preservar y multiplicar esa herencia dialoguista de Alfonsín o la vamos a dilapidar como malos hijos del padre de la democracia? En pocas horas sabremos si una golondrina hace verano. Pero el Gobierno tomó nota de que muchos de los valores que elevaron a Alfonsín a la categoría de mito son los que gran parte de la sociedad les reclama a los Kirchner.

La relación con el Parlamento y con el resto de los partidos ofrece parecidos y diferentes entre Alfonsín y Kirchner. El Pingüino jamás convocó a los partidos políticos ni para tomar un café. Está convencido de que la crisis de 2001 y el “que se vayan todos” marcaron un antes y un después con muchos dirigentes con quienes no quiere compartir ni una foto. El aislamiento y la necesidad lo obligaron a quebrar esa rigurosidad y treparse a las tribunas del Conurbano para aparecer con algunos de los más impresentables caudillos del PJ bonaerense. Alfonsín hizo todo lo contrario. Jerarquizó la relación con los partidos. Venían de la prohibición más absoluta desde el golpe militar. Ayudaron a abrir las primeras ventanas con la Multipartidaria, donde convivieron Deolindo Bittel por el peronismo, Carlos Contín y Alfonsín por el radicalismo, Francisco Cerro y Carlos Auyero por la democracia cristiana y Oscar Alende por el Partido Intransigente, entre otros. Alfonsín se apoyó siempre en organismos pluralistas y multisectoriales. Creó el Consejo Nacional para la Consolidación de la Democracia presidido por un filósofo y jurista brillante como Carlos Nino, e integrado entre otros por María Elena Walsh. O la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), encabezada por Ernesto Sabato. El informe estremecedor fue transformado en, el Nunca más, al que los kirchneristas le incorporaron un nuevo prólogo pese a ser un documento público histórico, traducido a muchísimos idiomas y de extraordinaria circulación. El actual secretario de Derechos Humanos, Eduardo Duhalde, redactó el nuevo texto que apuntaba a no justificar los crímenes de lesa humanidad con la acción de los grupos guerrilleros. El kirchnerismo sostuvo que el prólogo de Sabato apuntalaba la teoría de los dos demonios. Esa actitud indignó a Alfonsín y a varios de los que participaron en la Conadep, igual que el discurso de Néstor Kirchner en la ESMA, cuando pidió disculpas en nombre del Estado porque durante tanto tiempo no se había hecho nada en materia de derechos humanos. Alfonsín no hizo ninguna declaración y Néstor lo llamó por teléfono para disculparse por la grosería, pero no se conoció demasiado esa cuasi retractación.

Al revés de Kirchner, Alfonsín fue un hombre de vasta cultura, lector incansable y autor de algunos libros memorables como Democracia y consenso o un tratado sobre derecho político que lo tuvo atareado durante tres años. La relación con el Congreso también fue diferente. Alfonsín interactuaba con diputados y senadores, sus ministros concurrían a las interpelaciones y, en cambio, Kirchner los sometió al voto automático y verticalista. Ambos perdieron por un voto leyes claves, situaciones que marcaron el comienzo de sus declinaciones. Alfonsín, con la reforma laboral conocida como Ley Mucci que apuntaba a democratizar los gremios, cosa que aún no ha ocurrido pese al respaldo de la actual Corte Suprema a los reclamos de la CTA. Kirchner vio cómo el gobierno de su esposa empezaba su parábola descendente con la derrota de la 125 en la noche del voto no positivo de Cobos. Pero esa historia todavía se está escribiendo. Alfonsín calificó de “fascistas” a los que silbaron su discurso en plena ceremonia de la Sociedad Rural. Fustigó en la cara a Ronald Reagan, en los jardines de la Casa Blanca por el intervencionismo en Granada y Nicaragua y para eso tuvo que cambiar el discurso que traía escrito. Y desde el mismo púlpito le contestó a monseñor Medina, rodeado de militares, cuando quiso cuestionar la honestidad del gobierno. Han pasado muchos años y los representantes del campo, el gobierno de los Estados Unidos o algunos personajes nefastos de la Iglesia han cambiado. Kirchner también supo confrontar duramente con ellos más allá de la mano que posó sobre la rodilla de George Bush asegurándole que no se preocupara que él era peronista; esto es, ni de derecha ni de izquierda.

El debate público apasionado debe fomentarse como una forma de ir mejorando y corrigiendo errores al enriquecerse con la mirada del otro. Tal vez la discusión más compleja y caliente tenga que ver con los niveles de autoridad que se necesitan para poner la democracia y los intereses de todos por encima de las corporaciones. Néstor Kirchner fue autoritario en muchos casos y sigue siendo intolerante en otros. Es verdad que con el miedo logró domesticar a muchos sectores. Pero también es cierto que Alfonsín fue derrocado por un golpe de mercado. La pregunta provocativa es qué hubiera pasado si Raúl Alfonsín hubiese ejercido su autoridad con una energía superior, aun a riesgo de cometer arbitrariedades y caer en actitudes autoritarias.

La historia contrafáctica siempre es riesgosa. Eran otros tiempos. Otros militares, otros ruralistas, otros eclesiásticos, otros sindicalistas y otros empresarios. Era una democracia muy débil recién parida. Pero el ejercicio intelectual de repensarnos para atrás vale la pena. Tal vez sirva para no cometer los mismos errores.