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OPINION

El final de una campaña pobre en ideas novedosas

Para el Gobierno el proceso que llega hasta hoy fue un Via Crucis. Se abre un interrogante sobre el gabinete.

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En tránsito. | Pablo Temes

En los últimos años, todas las campañas electorales han sido malas o muy malas. La que acabamos de dejar atrás fue indiscutiblemente de las peores, si no, la peor de todas. Ideas, no hubo; debates, tampoco. Lo segundo fue consecuencia de lo primero: no hay posibilidad de mantener ningún debate si no hay ideas. Lo que abundaron, en cambio, fueron las descalificaciones, las agresiones verbales y físicas, las frases hechas y vacías de contenido, el grotesco, la retahíla de spots publicitarios mal hechos y poco originales, y la intrascendencia.

Nadie sabe a ciencia cierta cuál será el resultado de hoy. La dispersión de los números de las mediciones que arrojan las encuestas hace que lo único que sea seguro, a estas horas, sea la incertidumbre.

No hubo paz cambiaria pese al voluminoso aporte que hizo el Tesoro de los Estados Unidos. Si esto, es decir, la necesidad de vender dólares para que no se dispare su valor siguiere, no habrá ayuda que alcance para satisfacer tal voracidad. Por eso es que, sea cual fuere el resultado de los comicios, el Gobierno deberá relanzar inmediatamente su gestión. Y eso abarca varias cosas; el maquillaje intrascendente sólo agravaría la situación. La primera será aplacar la feroz interna que se vive dentro del Poder Ejecutivo. “Se terminó”, les dijo Gerardo Werthein a varios allegados en las primeras horas de la tarde del martes cuando ya había tomado la decisión de dimitir. Su enojo con Santiago Caputo lo llevó a precipitar su salida del Gobierno y a hacerlo con estrépito. Por lo tanto, decidió incomodar más al Presidente firmando 87 resoluciones de traslados y ascensos de diplomáticos que, seguramente, serán revocadas por el flamantemente designado nuevo canciller, Pablo Quirno. Los diplomáticos de carrera que tantas veces han sido relegados por las designaciones políticas tendrán que volver a esperar. El excanciller quiso darles una mano y terminó por lanzarles un salvavidas de plomo. No fue Werthein el único que manifestó por estas horas un gran malestar. Esa vivencia también abarca al exministro de Justicia Mariano Cúneo Libarona quien tenía su ministerio intervenido por los hombres del asesor sin cargo. Guillermo Francos, el jefe de Gabinete también está entre los descontentos. Ocurre que, quien quiere esa poltrona es “Caputito”, con lo cual –de confirmarse su designación en ese puesto– habría que buscarle un lugar a Francos, quien ya hizo saber entre amigos y allegados que su incomodidad va en aumento. Además, siendo jefe de Gabinete, cualquier otro que le ofrecieren dentro del Poder Ejecutivo sería de menor jerarquía. La pregunta que surge naturalmente es qué hará Francos en ese caso: aceptará continuar, ¿o no? Una situación por demás injusta para el hombre que ha soportado toda la carga de los errores políticos del Gobierno. Francos siempre estuvo ahí para recomponer relaciones políticas, colocar paños fríos a los exabruptos del Presidente y para buscar los consensos necesarios para ayudar a Milei a gobernar. Consenso es una palabra que, hasta ahora, parecería no figurar en el diccionario de gestión del oficialismo cosa que, sin dudas, deberá cambiar. Esa fue una de las exigencias que llegaron desde los Estados Unidos para la construcción de gobernabilidad.

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Los otros que se van son el ministro de Defensa, Luis Petri, y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. De ese elenco, la más relevante es la titular de la cartera de Seguridad. ¿La sucederá –como ella quisiera– su segunda, Alejandra Monteverde, o no? ¿O llegará a ocupar ese cargo –fusionado con el de ministro de Justicia– el intendente de Mar del Plata, Guillermo Montenegro, quien fue ministro de Seguridad y Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre 2007 y 2015 durante la gestión de Mauricio Macri?

Junto con esto, el relanzamiento de la gestión pasará por la economía. La situación es –como se expresaba antes– difícil. Durante su breve estadía en la Argentina del CEO y presidente del JP Morgan, Jamie Dimon, se ocupó al margen de expresar su apoyo a Milei –a quien llenó de elogios– en conocer de primera mano cuál es la realidad de la Argentina. La incertidumbre sobre el resultado de las elecciones del domingo lo preocupó. La falta de una tendencia definida genera inestabilidad en varios niveles.

El Gobierno ha vivido esta campaña como un Vía Crucis. Más allá de los errores estratégicos, por la mala elección de algunos de los candidatos que hoy ocupan sus listas –y otros que ya no están–. Un problema que se repite y que el tiempo no ha ayudado a sortear. La elección de medio término –más allá de los intentos de unos y otros por nacionalizarla y personalizarla como si fueran de tinte ejecutivo– es, más allá del plebiscito de gestión, de una importancia suprema para la institucionalidad del Poder Legislativo. Hemos visto hasta el cansancio un Congreso plagado de figuras intrascendentes, sin la capacidad personal ni profesional necesaria para ocupar una banca y con modales más parecidos a los de una estudiantina de colegio secundario. Peleas, gritos, insultos, amenazas, descalificaciones y empujones estuvieron a la orden del día. La gente está harta de que le tomen el pelo. La nueva conformación que tendrá lugar cuando asuman los nuevos diputados y senadores tendrá la difícil tarea de recuperar la estima de una sociedad que, con razón, se avergüenza de algunos de sus representantes.