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El fracaso de las promesas

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La derrota de Syriza en las elecciones de junio constituyó la culminación de un proceso (cercano a cinco años  que provocaron importantes cambios políticos) para enfrentar la situación, creada por el endeudamiento externo, generado en los años 2000. Syriza ganó las elecciones en enero de 2015 conducido por Alexis Tsipras con un programa elaborado por múltiples facciones de la izquierda, cuyo eje principal era el rechazo a las condiciones de los acreedores. En esas elecciones Syriza obtuvo 36,3% de los votos. La convocatoria a un referéndum para considerar el Tercer Memorándum con los acreedores en julio y la división del partido obligó a convocar a elecciones en septiembre ratificando el liderazgo de Alexis Tsipras donde repitió el  36% sobre Nueva Democracia que obtuvo 28%. Los socialdemócratas de Pasok solo lograron 6%.

El gobierno de Tsipras pasó cuatro años negociando con los acreedores, y concentrando sus esfuerzos en la reducción de los gastos para afrontar los pagos externos que superaban  el 250% del PBI. La eliminación del déficit presupuestario del 15% hasta obtener un superávit requirió la reforma del sistema previsional y laboral, la rebaja de salarios, el recorte de gastos, el aumento de impuestos y la criminalización de la extensa economía informal. El PBI tuvo una caída del 15% y el desempleo alcanzó el 25%. Todo este ajuste fue realizado por un partido que asumió con una plataforma de rechazo a la deuda, la salida del euro y el restablecimiento del dracma como moneda nacional.

La oposición a las medidas de austeridad provino de aliados que retomaron las banderas originales liderados, entre otros, por Yannis Varoufakis. El plan de un sistema de pagos paralelo fue rechazado por el gobierno, por el riesgo de culminar con una devaluación y la quiebra del sistema bancario. Varoufakis renunció al gobierno de Tsipras en julio de 2015, y este año fue elegido diputado por el partido MeRa25 que obtuvo 3,4% de votos. 

La decisión de Syriza de adaptarse a las condiciones de la Unión Europea provocó la desmoralización de la izquierda que esperaba el cumplimiento de las promesas de campaña. 

Tsipras debe haber considerado que no contaba con  márgenes para una aventura con una economía de escasos recursos, un sector exportador deficitario y la dependencia del turismo. Los resultados de la elección donde Syriza solo perdió cuatro puntos pueden pensarse como un éxito repasando las duras medidas y la persistencia de una tasa de desempleo, que si bien pasó de 25 a 18%, es aún grave.   

Grecia es un país de ingresos medios y una población de 10 millones. El PBI per cápita asciende a 22.736 dólares muy lejos de los 30.054 de 2017. Esto implica una contracción del 25% en diez años difícil de aceptar socialmente. En 2017 tuvo un crecimiento del 1,4; en 2018 del 1,9% y se prevé 1,7% este año. Con estas tasas la población recuperará sus niveles más altos en 2030. 

Nueva Democracia triunfó con promesas de hacer con eficiencia lo hecho por Syriza y traer una lluvia de inversiones por la confianza que despierta entre los empresarios su líder. El objetivo enfrentará los mismos condicionamientos porque la deuda externa todavía alcanza al 181% del PBI y el cumplimiento de los servicios obliga a mantener un superávit primario mayor al 3%. El aspecto positivo es que los ajustes han restablecido la confianza, y el riesgo país disminuyó a 250 puntos (Argentina tiene 800) posibilitando el acceso a los mercados para refinanciar los pagos.

La derrota de Syriza por izquierda y por derecha replantea los límites para actuar con independencia y aplicar recetas económicas, que si bien resultan novedosas en el plano académico, son de resultados inciertos cuando el medio internacional reclama otras soluciones. Los electores optaron por un cambio dentro del mismo esquema, y dependerá de los partidos responder al reclamo de responsabilidad después de tantos años de frustraciones.

 

 *Diplomático.