A veces me parece que en Isat están pasando la misma película a lo largo de toda su programación. Es una película sobre jóvenes divertidos o aburridos. Un tipo se baja de un auto y le dice a su pareja: “¿Vamos a charlar un rato?”. La pareja le dice: “No, quiero volver a casa, estoy cansadísima”. Utilizando el programa para escribir guiones que se puede bajar y tener en la computadora, la imagen pasa a la chica que estaba en el auto entrando a la fábrica y diciéndoles a sus compañeros varones: “Soy libre, me separé. Esta noche dejen a sus medias naranjas y vamos a tomar cerveza”. La discusión sobre por qué se separaron queda elidida. ¿Para qué vas a hacer una película si podés hacer un tráiler?
Soy columnista en un programa nocturno de radio, donde hago crítica de tráilers. A veces miro solo los tráilers y no las películas que estos “promocionan”. De tanto ver tráilers saqué una conclusión: si el tráiler es malo o anodino, es probable que la película sea buena. Esto último me pasó con El futuro que viene, la ópera prima de Constanza Novick, que se estrenó el año pasado y que, cuando finalmente pude ver la película y no el tráiler, me pareció extraordinaria. El futuro que viene se estrenó a la par de Zama, de Lucrecia Martel, que –si bien no aspira a un público masivo– venía precedida de una bendición crítica sin precedentes, de hecho hasta salió acompañada con un libro sobre su filmación y posiblemente haya un documental. La película era genial antes de ser estrenada y vista, lo cual volvía innecesario el estreno. A esta altura del partido es difícil, pero siempre es mejor, mirar una obra sin ningún tipo de condicionamiento. La película de Novick, por el contrario, tenía la bendición de que la directora viene de escribir guiones en series televisivas y nunca había hecho cine. No había de dónde agarrarla. ¿Vieron que hasta en una fiesta, un lugar que debería ser de libertad total, se te acerca alguien y te pide que te identifiques: “¿De qué trabajás, estás casado, te gusta Perec?”. El futuro que viene narra la amistad, a lo largo de unos treinta años, de dos amigas interpretadas magníficamente por Dolores Fonzi y Pilar Gamboa. Gamboa me parece una de las grandes actrices argentinas. A Fonzi no la había visto haciendo papeles, la había visto en papel, es decir, en revistas de mucho tiraje. Acá, en El futuro que viene, la rompe: en su soberbia actuación late el corazón oscuro del film. La amistad de las chicas parece un tema de Nirvana: de golpe es una canción de cuna para mutar enseguida en el más puro hardcore. La película está dividida en tres partes –como si detrás de su arquitectura presionara una obra de teatro– y uno de los aciertos es que los flashbacks están puestos en presente. Esquivando toda la estupidez del cine argentino costumbrista, conservador e hiperexplicativo, asistimos a la resiliencia de una amitad entre mujeres que soportan el paso del tiempo, los cambios hormonales, la maternidad, las tensiones de la vocación y los romances y convivencias. La película es hipnótica porque lo que estamos viendo nos está siendo susurrado al oído. Y parece repetir un mantra: en la vida, más allá de las parejas ocasionales –largas o cortas–, lo que es fundamental es la amistad. El guión tienen la fluidez que suelen tener esos días frescos en que todo nos sale bien. Y las decisiones de cámara siempre son acertadas, con una fotografía hermosa y cálida. Los personajes no son siempre iguales, son inestables en su estabilidad, como diría T.S. Eliot: “Así como un jarrón chino se mueve perpetuamente en su inmovilidad”. Los diálogos no buscan impresionar, no están hechos para ser “vendidos” en un tráiler, son genuinos, divertidos, certeros. Pero no originales. Y ahí está una de las virtudes centrales de El futuro que viene: la directora no quiere ser original, no pretende fundar una escuela de cine ni remitir a un dogma. Lo que hace, más bien, es crear un verosímil ficticio con la vida de dos amigas que resisten, mediante sus ritos, peleasy juegos el paso del tiempo y el sinsentido de la existencia.