En el año 1577, un enorme esqueleto fue encontrado en una excavación cerca de Lucerna, Suiza. Nadie conocía la naturaleza de esos restos gigantescos y se llamó entonces al profesor Felix Plater, famoso anatomista de Basilea, para que los examinara. Después de observarlos, Plater les dijo al burgomaestre y a los magistrados que lo que tenían ante sus ojos eran los restos de un gigante antediluviano de 60 metros de altura. El gigante de Lucerna pasó a ser el orgullo de la ciudad, y sus huesos se exhibieron en el Ayuntamiento; allí fueron igualmente admirados por los ciudadanos y los visitantes de la ciudad.
En 1718, el académico francés M. Henrion, después de meses de cálculos complicados basados en las cifras de la Biblia, el Talmud y las obras de algunos escritores latinos de época temprana, elaboró una tabla de la notable disminución de la estatura humana desde la Creación. El gigante de Lucerna era en realidad el mismísimo Adán, y su estatura habría superado los 60 metros. En su opinión, Eva, pareja adecuada, habría medido 57 metros. Dado que Noé medía 33 metros, Abraham, con 9 metros, y Moisés, con 4,20, habrían parecido enanos a su lado, para no hablar del diminuto Hércules, de sólo 3 metros de altura.
En realidad, el cálculo de la estatura de Adán realizado por M. Henrion era bastante moderado comparado con los de algunos escritores rabínicos de los primeros tiempos, que afirmaban que la cabeza de Adán penetraba en el cielo cuando se erguía y que podía tocar simultáneamente el Polo Norte con una mano y el Sur con la otra. Giacomo Casanova parece apoyar esta idea en su novela Icosamerón, de 1788. Efectivamente, Casanova supone que el Paraíso no se encontraba en la corteza, sino en el centro de la Tierra; la expulsión del Edén había llevado como corolario una creciente y paulatina disminución del tamaño de la progenie de las primeras criaturas. Al igual que M. Henrion, Casanova consideraba la inevitable reducción del tamaño de la especie humana como un castigo divino, pero no creía, como M. Henrion, que si esa disminución no hubiera sido más lenta gracias al firme progreso del cristianismo entre los paganos, sus contemporáneos serían tan pequeños como pulgas y toda la Academia Francesa habría podido sesionar metida en una cajita de rapé. O tal vez lo creía, pero nunca lo dijo.
En 1786, el celebrado naturalista, antropólogo, médico y psicólogo alemán Johann Friedrich Blumenbach aprovechó su visita a Lucerna para examinar el famoso esqueleto de Adán. Para decepción del burgomaestre y los magistrados, Blumenbach declaró que había pertenecido a un
mamut.