La Argentina está aislada del mundo en materia comercial y financiera.
Por un lado, el problema surgido a partir de la ratificación implícita del “fallo Griesa” por parte de la Corte Suprema de los Estados Unidos, y la negativa explícita de dicha Corte de brindarle al país la protección de la Ley de Inmunidad Soberana, han anulado, por ahora, los eventuales efectos benéficos del acuerdo con el Club de París, los pagos a empresas norteamericanas de fallos del Ciadi o la indemnización a Repsol por la expropiación de las acciones de YPF. Es cierto que hemos conseguido, y seguramente conseguiremos, todavía más respaldos políticos en el marco de las Naciones Unidas, la OEA y otros organismos políticos multilaterales en contra de la actitud de la Justicia norteamericana. Pero esos respaldos nos dan la razón, no dólares. Dicho sea de paso, ¿por qué los países “amigos”, en lugar de declamar su apoyo, no hacen una “vaquita”, juntan US$ 1.500 millones, les compran el juicio a los buitres (no sería una oferta del gobierno argentino) y solucionan el problema hasta enero de 2015? En ese momento, el Gobierno les devuelve el dinero usando las reservas o colocando deuda y, habiendo vencido el plazo que limita la capacidad de la Argentina de ofrecer un canje en mejores condiciones, el país hace una oferta más generosa para quienes quedaron fuera de los canjes anteriores y terminamos con este problema de una vez por todas. (No se asusten, hermanos latinoamericanos, era una broma, tengo propuestas alternativas para salir del problema buitre sin la plata de ustedes).
Retomando, el aislamiento financiero nos obliga a “pagar con lo nuestro” los vencimientos de deuda y las necesidades de dólares impostergables de provincias y empresas.
Pero pagar con lo nuestro implica usar reservas o maximizar el saldo del balance comercial, es decir, la diferencia entre exportaciones e importaciones. En ese sentido, la Argentina ha tenido una política industrial que desalienta la globalización de nuestras empresas y establecido restricciones ilegales a las importaciones (que han merecido, o merecerán, los recientes fallos en contra de paneles de la OMC y las respectivas represalias de varios países, entre ellos, paradójicamente, algunos de los cuales nos brindaron “apoyo” contra los buitres), en lugar de alianzas de largo plazo para aumentar la integración y las exportaciones industriales. Ha restringido y desalentado la exportación agropecuaria. La política energética se encargó de convertirnos en importadores netos de energía. Y la “doble Nelson” de aumentos de costos, voracidad fiscal provincial y caída de los precios internacionales afectó fuertemente las exportaciones mineras.
Por lo tanto, para maximizar el saldo del balance comercial sólo queda bajar importaciones, reduciendo el poder de compra de los argentinos en moneda extranjera. Síntesis: el aislamiento financiero y la pésima política industrial, agropecuaria y energética obligan a mantener bajo el nivel de actividad del sector privado, para que haya dólares suficientes para pagar compromisos externos sin que se las reservas caigan por debajo del nivel crítico para la estabilidad macroeconómica.
Y quiero resaltar “del sector privado” porque la que estamos viviendo es una recesión exclusivamente “privada”. El sector público mantiene récord de presión impositiva, gasto y déficit, y lo financia, precisamente, con reservas y emisión monetaria.
Y aquí está la clave: sin financiamiento externo, ingreso de capitales o inversión extranjera directa, la actividad económica es un “juego de suma cero”. Si no ajusta el Gobierno, ajustan los privados. Pero este tipo de ajuste no es neutral en materia de nivel de actividad, inflación y empleo.
En efecto, el único sector que puede generar empleo genuino, inversión y sobre todo dólares es el sector privado. El esquema actual de hacer recaer el ajuste exclusivamente en el sector privado implica, al final del día, una crisis, dado que redistribuye hacia el sector de menor productividad de la economía (salvo algunas “islas” públicas rescatables).
En ese contexto, o se restablecen las relaciones financieras con el exterior y se logra, vía deuda, frenar el ajuste privado, manteniendo el desajuste público por un tiempo, o el desajuste público hará insoportable el ajuste privado.