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El gran demócrata

En Don Raúl, recordando a un demócrata (Planeta), Eduardo Duhalde resalta los valores democráticos de Raúl Alfonsín a través de los encuentros que mantuvieron en momentos cruciales de la vida del país. La solución del conflicto del Beagle, las amenazas sobre la naciente democracia, la reforma constitucional, la acción en común para superar la crisis del año 2001 son algunas instancias clave en que ambos coincidieron en trabajar en conjunto.

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El nombre de Raúl Alfonsín siempre evoca en mí la figura del padre de la democracia recuperada por los argentinos en 1983. Lo que el doctor Alfonsín planteaba vigorosamente en la campaña que lo llevó a la presidencia –la defensa de la democracia, de las instituciones y del sistema republicano; y la condena de los delitos a los derechos humanos–, siempre se identificó con mi pensamiento político.

Esa firme convicción acerca de los valores democráticos es algo que mantuvo a lo largo de su vida y que marca otra idea fundamental que conviene rescatar: la ejemplaridad de Alfonsín. Fue un hombre que vivía para la política, entendida como el trabajo para el bien común. No era un hombre que tuviese algún tipo de interés subalterno, ni personal ni de grupo. Por supuesto que siempre rodean a quien gobierna algunas personas que pueden tener otras intenciones. Pero en él era harto evidente que el único interés era el bien común, que es el que debe tener siempre un gobernante, aunque por desgracia no suceda en todos los casos.

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También había una idea central, que toda mi vida he seguido y buscado llevar a la práctica. Es un planteo que ya había formulado Juan Domingo Perón, en la primera etapa de su gobierno en 1946, cuando hablaba de la necesidad de “radicalizar el peronismo”. Se refería a tomar del radicalismo aquellos valores que le dieron origen al partido de Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen y que explican su permanencia histórica como expresión política de arraigo popular. Yo creo que el peronismo necesita “radicalizarse” en ese sentido, tomar de la historia del radicalismo esas ideas que hoy son más importantes que nunca: la defensa institucional, el funcionamiento de la democracia. Esos valores, que muchos parecen considerar de una trascendencia relativa, hoy son importantísimos en este mundo globalizado, ya que tienen que ver con la confianza que se transmite a la gente, ya sean los ciudadanos en general, sin cuyo apoyo y confianza es imposible gobernar, o quienes quieren invertir, sean argentinos o extranjeros, sin cuya confianza en el país es imposible generar producción, trabajo y bienestar económico y social.

Esos valores democráticos, para Alfonsín, no se limitan, como muchas veces se ha creído a lo largo de la historia argentina, a una formalidad. Son valores fundamentales para formar una sociedad donde podamos vivir en paz y proyectar nuestro futuro como Nación. El propio doctor Alfonsín lo expresó de manera inmejorable en el año 2004, en el prefacio de su libro Memoria política:
El objetivo de toda mi vida ha sido que los hombres y mujeres que habitamos este suelo podamos vivir, amar, trabajar y morir en democracia. Para ello era y es necesario que además de instituciones democráticas haya demócratas, porque sólo así las instituciones democráticas pueden sobrevivir a sus gobernantes.

Esa idea central, de que para vivir en democracia necesitamos, además de instituciones democráticas, que haya demócratas, es una lección fundamental de nuestra historia. Como suele suceder, tuvimos que aprenderla de la manera más difícil. Pero, lo que es más importante, es una lección que es necesario renovar todos los días. No es algo “del pasado”, sino que hace al presente y al futuro de todos los argentinos.

Por eso, estas páginas no tienen la pretensión de ser ni una historia ni una biografía, ni mucho menos un recordatorio, de Raúl Alfonsín. Buscan contribuir a la reflexión siempre renovada y necesaria sobre la Argentina y su futuro, a partir del político que inauguró nuestra más reciente etapa de vida democrática, de la que gracias a Dios y al esfuerzo de todos cumplimos ya treinta años. Están escritas con reconocimiento y respeto, pero sobre todo con agradecimiento a don Raúl. Un agradecimiento como compatriota y también personal. En el curso de estos treinta años hubo momentos críticos de la Argentina que hubieran sido mucho más difíciles aún sin la acción mancomunada de la inmensa mayoría de los argentinos. Y la más grave situación que nos tocó vivir en ese período, a partir de la crisis de 2001, hubiera sido imposible de resolver en la forma en que lo hicimos sin la actitud generosa del doctor Raúl Alfonsín. La actitud de un verdadero demócrata, que entiende que los reales “costos políticos” que debe tomar en cuenta y priorizar un dirigente son los que pagan todo el país y el pueblo, por encima de los intereses personales o partidarios.

Trabajar juntos. Considero que fortalecer esa convicción democrática en la Argentina y en su dirigencia no sólo es el mejor homenaje que le podemos hacer a don Raúl, sino una necesidad en la que coincidimos con él y que sigue vigente.
Una coincidencia que, además, en el caso de las grandes fuerzas políticas de larga historia en nuestro país, se fortalece por otras afinidades. En todos los años que desempeñé cargos ejecutivos –como intendente municipal de Lomas de Zamora, como gobernador bonaerense, como presidente de la República– siempre goberné junto con radicales, porque tenía la misma concepción. Exactamente la misma, que es la que había expresado Perón al regresar después de sus largos años de exilio: “A este país lo arreglamos entre todos, porque si no no lo arregla nadie”.
Tras las largas décadas de destrucción y de enfrentamiento que habíamos padecido en la Argentina, Perón comprendió la necesidad de una acción mancomunada para la Reconstrucción Nacional. Había vuelto con la convicción absoluta de que para que esa reconstrucción fuese posible, había que trabajar en conjunto. Había retomado la idea del ’46 de “radicalizar al peronismo” y “peronizar al radicalismo”. Es la idea de “juntos” que tenía Perón, y que para entonces había llegado a compartir también el principal dirigente del radicalismo, Ricardo Balbín. El principio, fundamental para la vida democrática, de que quien gana las elecciones, gobierna para todos, y quien está en la oposición, controla y ayuda a gobernar. La noción de que la convivencia democrática se basa en vernos como compatriotas, no como “enemigos”, y que manteniendo cada cual su individualidad partidaria contribuye con el otro, trabajando juntos por el país.

Esa coincidencia de Perón y Balbín no se produjo de un día para el otro. Fue una elaboración de años, de esos durísimos años de la proscripción del peronismo y la alternancia entre gobiernos civiles condicionados y dictaduras, que finalmente llevaron a acercamientos entre los dos “viejos adversarios”, como diría Balbín. Su actitud fue muy importante. Fue un hombre que, inesperadamente para muchos, comprendió que Perón venía a unir a los argentinos. Y actuó en consecuencia, lo que sin duda le ganó en ese momento críticas entre algunos sectores de sus correligionarios. Entre otros, del propio Alfonsín, que sin embargo después, al llegar a la presidencia, también convocaría a una política de coincidencias.

Por entonces, en la década del 70, yo no tenía muchas referencias sobre quién acababa de crear su Movimiento de Renovación y Cambio dentro de la UCR, porque hasta entonces mi actividad había sido enteramente gremial. Mi entrada a la política, en el ámbito municipal, fue a través de las 62 Organizaciones, el sector sindical del peronismo. Sí recuerdo muy bien que esa idea del trabajo conjunto de gobierno y oposición expresada en el diálogo entre Perón y Balbín me entusiasmaba. Y fue la que puse en práctica cuando asumí como intendente de Lomas de Zamora en 1974. Adhiriendo plenamente a los planteos del General sobre la Reconstrucción Nacional, en esos días consideraba fundamental organizar a la comunidad de tal forma que la tarea resultante fuese producto del esfuerzo de todos. Eso significaba activar todas las fuerzas locales, económicas, laborales y de bien público, para que todas “pusieran el hombro” en una labor de conjunto. Y el único camino para lograr ese esfuerzo mancomunado pasa por reconocer y dar cabida a esa participación.

En ese momento, en el Concejo Deliberante de Lomas de Zamora, los peronistas teníamos mayoría absoluta. Nuestro bloque contaba con 19 concejales, del total de 24, por lo que hubiera sido muy sencillo “aplicar el número” y tomar decisiones sin mayores consultas. Pero, para sorpresa de los radicales, yo no aprobaba ninguna ordenanza si ellos no estaban de acuerdo y me convencían de que estaba mal. Siempre goberné la intendencia a despacho abierto con los radicales, como si fueran concejales de mi propio partido.

Esto permitió que siempre tuviéramos una excelente relación con los dirigentes radicales de Lomas. Y, como consecuencia de esa relación, logramos algo que fue muchísimo más importante: beneficios para toda la comunidad.

*Ex presidente de la Nación.