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El gran pez

No sé cómo es pescar, no sé cómo se hace volar el anzuelo mientras se oye el zumbido del hilo y el ruido opaco de la boya golpeando la superficie del agua, no sé de la espera sosteniendo la caña.

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No sé cómo es pescar, no sé cómo se hace volar el anzuelo mientras se oye el zumbido del hilo y el ruido opaco de la boya golpeando la superficie del agua, no sé de la espera sosteniendo la caña. Claro que llevé un par de veces a mi hija y a mi sobrino a los lagos de Palermo para jugar a que sacábamos y volvíamos a arrojar esos pececitos mustios que son alimento de los patos. Lo único que sé de pesca lo aprendí en El viejo y el mar, sólo que a Hemingway le importaba menos narrar el detalle de la pesca que la lucha contra el tiempo y la adversidad, en un estilo bíblico persuasivo y emocionante. A veces pienso en la lucha del viejo pescador contra los tiburones que quieren comer a su gran pez espada amarrado al costado de la barca, y que finalmente terminan liquidando a su gran presa, dejando sólo los restos, el magnífico esqueleto amarrado ya por filamentos de soga al costado de su embarcación, como testimonio de una gloriosa captura, porque en el fondo, no existe triunfo verdadero sino el esplendor de un resto que en ocasiones otros pueden compartir, la ceniza opaca, a lo sumo la brasa de un fuego desconocido.

Claro que si a un escritor le interesa en particular un libro como ése, no deberíamos creer que tal persuasión (o captura) ocurre necesariamente por afinidad con el tema. Hay algo más secreto y oscuro. Se trata de la lucha, ya no por la posesión de un ser, ya no del triunfo sobre una bestia, sino del conflicto poderoso por el dominio de las palabras, es decir, la manera menos completa de ser derrotado por ellas. Escribir es, en el fondo, como pescar de noche; la forma esquelética del material que uno quiere atrapar fosforece en la negrura, pero al mismo tiempo está hecha sólo de palabras que resplandecen en la mente del autor. Por eso un escritor siempre se cree mejor de lo que es: él lo ha visto todo, bueno o malo, pero los demás sólo pueden asomarse, en el mejor de los casos, al resto que sobrevive a su captura.