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El gran reemplazo

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Trump. Demostró en la ONU su condición de performer. | Xinhua

Parece la escena de una comedia en la que Hugh Grant interpreta al primer ministro inglés pero se trata del presidente Emmanuel Macron en las calles de Nueva York. En una esquina, con los brazos apoyados en una valla de contención, llama con el celular a su colega, Donald Trump, y le pide, intrigante –es un paso de comedia–, que adivine dónde está. Después, entre broma y broma, le sugiere armar una reunión con Catar para tratar el tema de Gaza. A continuación, como el género obliga, otro gag, que consiste en un divertido tira y afloja para que el policía le deje cruzar la calle con la delegación francesa, que Macron solventa diciendo al guardia que está en condiciones de negociar con él.

En otra secuencia de la película, que en este caso recuerda a los disparates de Leslie Nielsen, Donald Trump interviene como orador ante la Asamblea de la ONU. El tono es el de un jefe en un mal día con ánimo de poner en la calle a todo el personal (a Macron, como se ha visto, ya lo despidió). Ocurrente al informar que ha solucionado siete conflictos bélicos en los nueve meses que lleva en el poder. Satírico, al evocar que, de haberle otorgado a su empresa la reforma de Naciones Unidas, pagando los 500 millones de dólares del presupuesto, hoy el edificio en lugar de plástico tendría mármol. Además, dejó constancia de que ni siquiera las escaleras mecánicas funcionan: “se detuvieron y tuvimos que subir a pie”, se quejó, “menos mal que la primera dama y yo estamos en buena forma”. Casi tan entretenido como Jimmy Kimmel.

Guy Debord teorizó sobre la sociedad del espectáculo, incluso mucho antes de que se instalara el reality show como género ante las cámaras de televisión, las del Congreso, las judiciales. Anticipó su advenimiento cuando observaba el ocaso de la conversación y la desaparición de las competencias. Señalaba Debord, con notable agudeza, la fusión de la economía y el Estado, tal y como hemos visto en estás última décadas al asumir la economía el rol de gobernanza global frente a la política; la “falsedad sin respuesta” en los medios que hoy se cristaliza en la posverdad y el presente perpetuo, pauta temporal que imprime el flujo de información constante y desmedida de las redes.

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No es menor, la observación que hace sobre los roles y la desaparición de toda competencia verdadera y cita al cocinero que se pone a filosofar, el actor que asume una candidatura política o el revolucionario que acaba como agente secreto. La lista que hace es larga.

Más allá de que Trump sea un buen performer, cuando reclama en la ONU una licitación que no se le adjudicó, habla como constructor; cuando le vemos regatear los aranceles con medio planeta, sale a escena el agente inmobiliario que ha sido toda su vida. ¿Acaso Emmanuel Macron es un político de carrera? Era un alto ejecutivo de la banca Rothschild, posición que lo llevó a ser ministro de François Hollande y de allí saltó a la presidencia bajo un sello (En marche!), no un partido. Sin tanto vuelo, menos educación y nula virtud política, la carrera del ministro Luis Caputo, en tanto financiero, sigue un periplo similar. El actual gobierno argentino, siguiendo el esquema, opta antes por streamers que por periodistas a la hora de conceder entrevistas. Y los espías no están bajo el control de un revolucionario pero sí de un consultor sin cargo oficial. Le Carré nunca imaginó esto.

La síntesis que vislumbraba Debord, en los años ochenta, giraba en torno a lo espectacular integrado, una sociedad de consumo bajo el control riguroso de un sistema autoritario. El empresario y magnate Peter Thiel se desplaza a su vez al rol de un pensador y propone un modelo. similar.

El gran reemplazo no era la sustitución de los blancos cristianos por árabes, bereberes y subsaharianos. Era esto..

* Escritor y periodista.