Supongo que a esta altura de la historia nadie pone en duda que existen leyes económicas. Muchos pensamos que esas leyes no son naturales (en el sentido en que las condiciones de pasaje del agua del estado sólido al estado líquido es una ley natural) sino que forman parte de ese paquete de disciplinas que se suelen llamar las ciencias humanas. Claro que las leyes de la economía (como también las de la sociedad y la cultura) son sí naturales en el sentido de que integran ese conjunto de ciencias que tratan de entender los modos de funcionamiento del único mamífero (o mejor, del único agente biológico autónomo conocido hasta el momento) que habla.
Después, la cuestión es cuáles son los fundamentos de dichas leyes económicas, y allí se multiplican las teorías, los modelos y las polémicas. El modelo dominante en el mundo académico ha sido y sigue siendo la teoría neoclásica con sus dos aspectos: el actor económico orientado por una racionalidad estrictamente instrumental, que no hace otra cosa que buscar, en la situación dada, el coeficiente costos/beneficios más conveniente para sus intereses, y la coordinación de los actores por el mercado. Hay además muchas posturas minoritarias entre los economistas, unos antiliberales, otros que reclaman la toma en cuenta de factores cooperativos, unos más institucionalistas, otros que insisten en que hay que construir la psicología del actor económico, etc., etc. Una crisis como la que atravesamos es la ocasión soñada para atacar la versión más liberal de la teoría estándar y resulta comprensible que sus enemigos traten de aprovecharla. Pienso que recurrir a la crisis como prueba de la falsedad de la teoría neoclásica es un error. ¿Por qué? No porque concuerde con ella, sino todo lo contrario. Las razones de mi desacuerdo no son técnicas respecto de la economía (carezco de competencia en ese plano), sino epistemológicas. Como teoría científica, la teoría neoclásica está mal construida: no admite falsificación. Ha sido desde su inicio aplicada de una manera circular, lo cual hace imposible verificarla, pero también hace imposible desmentirla. No se puede entonces tomar la crisis como prueba de su inadecuación.
Claro que por momentos uno tiene la sensación de que el guión de la película no es muy bueno, como cuando estamos en el cine y pensamos: “Qué exagerado, es ridículo, ¡esa escena no era necesaria para que el espectador entendiera de qué se trata!”. En estos días de crisis, me ha ocurrido repetidas veces.
El domingo pasado, en el suplemento económico del diario Clarín, Paul Samuelson le decía adiós al “capitalismo de Friedman y Hayek” y colocaba “sus legados venenosos” en la raíz de todos los males de hoy. Esa página era alucinante, porque los tres, el autor del artículo (Samuelson) y los dos acusados (Friedman y Hayek, ya fallecidos) recibieron el Premio Nobel de Economía. Es como si Ptolomeo y Copérnico hubiesen recibido ambos, en su momento, el Premio Nobel de Física. No, sin duda las leyes económicas no son naturales.
Según informó Le Monde en un pequeño recuadro la semana pasada, pocas horas después del anuncio del segundo plan de salvataje por el cual París, Luxemburgo y Bruselas garantizaban los préstamos interbancarios, el beneficiado grupo franco-belga Dexia festejó con una cena en la sala Imperio del hotel París de Mónaco. El costo (no confirmado) del evento fue de 200.000 euros, y periodistas presentes recogieron algunas frases: “Venga, tome un poco de champán… Hoy todavía podemos festejar, ¿pero mañana?”. Ante el escándalo, un portavoz del grupo Dexia explicó: “Cuando usted tiene un banco, no se puede limitar a mandar un folleto. No era una fiesta, era una reunión de trabajo”.
¡No, no! Tenemos que buscar otro guionista. Decididamente, esto parece una película de Ben Stiller.
*Semiólogo.