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El héroe como coreógrafo

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Parece ser que cuando un novelista insiste demasiado con un personaje, haciéndolo aparecer una y otra vez en varias novelas, termina cansándose de él e incluso odiándolo. Le pasó a Andrew Vachss con Burke, a Donald Westlake con Parker, a Joe Lansdale con Hap y Leonard, a Lee Child con Jack Reacher. El problema es que, al mediar contratos de por medio, el autor no puede simplemente matar al personaje y dedicarse a otra cosa: debe necesariamente evitar las ganas que tiene de matarlo y continuar presenciando su modo de caminar, que le resulta insoportable, su manera afectada de llevarse el cigarrillo a los labios, sus estornudos, su corte de pelo y hasta su cara. Westlake intentó eludir el tedio precisamente dotando a Parker de una nueva cara, pero eso tampoco resultó. Lee Child, a su modo, después de Blue Moon, la novela número 24 de la serie, en 2019, y a partir de entonces las cuatro siguientes las escribió a cuatro manos con su hermano, Andrew Child, un poco para enseñarle el curro y otro poco como medida higiénica y terapéutica de desprenderse de su personaje de a poco, como quien deja de fumar con chicles de nicotina. A partir de ahora, Lee Child dejó en manos de su hermano la continuación de la serie, desligándose por completo. Quienes lo conocen dicen que ahora sonríe más a menudo y que incluso logró engordar unos kilos. Está feliz.

Los que no estamos tan felices somos nosotros. No porque no confiemos en las habilidades de Andrew Child, sino porque la representación que se hizo de Jack Reacher en la serie protagonizada por Alan Ritchson deja mucho que desear. Entiéndase: la culpa no es de Ritchson, como todo buen actor hace lo que le dicen que haga, y lo hace bien. Es que... no es Jack Reacher.

Ocurre algo similar a cuando, en períodos semejantes a los de la vida de un perro, aparece un nuevo James Bond: la mayoría de los fans lanzan un sonoro no, como si ese no sirviera para algo (al final, después de verlo en acción, casi siempre terminan pidiendo disculpas y aceptando al candidato). El problema con Reacher es que... Reacher no se parece en nada a Ritchson. Y no hablo solo de su aspecto, lo más ajeno y exterior: pesa más de cien kilos y tiene un físico de gimnasio que lo aleja mucho del Reacher de Child, quien solo tiene como marca diferenciada el hecho de que es alto. Ritchson también lo es, pero... no es Reacher.

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Tom Cruise era Jack Reacher, aunque midiera 1 metro 70 y su peso no llegara a los 68 kilos. Porque había en él otra cosa, algo que en las novelas de Child queda delicadamente expuesto en la narración y que Cruise sabía trasladar a la pantalla, cosa que Ritchson, al valerse de su impresionante osamenta, no ejerce o no necesita ejercer: la coreografía.

No me refiero a la coreografía memorizada de los actores de cine en las peleas, ese modo de moverse anticipándose al próximo golpe, o desviándolo incluso antes de que el golpe llegue a destino, sino a la sucesión de movimientos que otorga el hábito, o mejor dicho el entrenamiento, la memoria física. En las dos películas que hizo, Tom Cruise había logrado captar eso: Reacher nunca improvisa. No se deja llevar por las emociones, no intuye ni apuesta a lo desconocido (salvo en pocos momentos, que cobran importancia justamente por eso, porque se ve a Reacher improvisando). Cuando el Reacher de Cruise pelea, por ejemplo, lo hace con la tranquilidad de quien ejecuta algo por enésima vez, y sabe que no habrá sorpresas, que todo se desarrollará como se desarrolló siempre y como seguirá desarrolándose, sin cambios, sin sorpresas. En el Reacher de Cruise todo es repetición sin diferencia: solo es sorpresa y novedad para nosotros. Eso es algo que el Reacher de Ritchson no logra hacer. O tal vez sí logra, pero no lo hace porque nadie se lo pide.