Las autoridades de la Provincia de Buenos Aires le han hecho un homenaje a Raúl Alfonsín.
Bienvenido sea este recordatorio a pesar de sus mentados desaciertos políticos resumidos por la opinión pública en el hecho de que no entiende nada de economía y en haber cedido ante los militares con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que paralizaron los juicios a los criminales de Estado.
Volvamos un momento para atrás, ejercicio que a muchos les resultará hasta placentero e instructivo por la costumbre que hemos intitulado “la memoria”, a la que dedicamos más de un monumento.
Hagamos la siguiente pregunta: ¿qué hubiera pasado si en 1984 ganaba las elecciones la fórmula Luder-Bittel? ¿Se habrían llevado a cabo los juicios a la junta de comandantes del Proceso? No. Ni estaba en la plataforma política del justicialismo ni en la voluntad peronista de esos tiempos posdictadura.
A nadie le gusta investigar las alianzas y el funcionamiento de la Triple A y ciertas coqueterías con el almirante Massera, ya que pondría en tela de juicio a formaciones especiales y actos punibles de algunas instituciones justicialistas.
La creación de la Conadep y la labor judicial de Arslanian, Strassera y Moreno Ocampo, entre otros, se dio en el marco del alfonsinismo y fue su creación. El impacto político, cultural y mediatico que resultaba de ver a quienes hacía poco habían regenteado a su antojo los destinos del país fue de una inédita resonancia educativa. La fortaleza de los golpistas que permitía que antes del ’82 se elaboraran planes sine die con las urnas bien guardadas, la figura de las autoridades máximas de una Argentina que hasta hacía poco tiempo celebraba junto a la civilidad la paz ganada y la reconciliación entre argentinos estaba en el banquillo de los acusados juzgada por crímenes de lesa humanidad. Nada tenían que ver con los ancianos procesados de hoy ni con estas fuerzas “desarmadas” de la actualidad.
Y no eran tiempos para nada fáciles, porque a pesar de que los militares habían sido derrotados en Malvinas y decidieron retirarse de la escena política, no habían perdido su capacidad desestabilizadora.
No podían por sí solos amenazar la democracia incipiente, pero sí estaban preparados para iniciar un movimiento sedicioso en la medida en que eran capaces de sumar a disconformes con el gobierno de Alfonsín, es decir a quienes repudiaban a esos gorilas liberales, a los procesistas que miraban con encono el progresismo imperante, a la derecha escandalizada por ciertos alineamientos en el orden internacional, y a quienes estaban al acecho esperando su venganza por la denuncia que el gobierno había hecho del pacto sindical-militar.
Y este intento democrático, quizás el más importante de la historia moderna de nuestro país, siguió su curso hasta la Semana Santa de 1987, en que se levantó el sector carapintada del Ejército y Alfonsín retrocedió para que no hubiera derramamiento de sangre. Fue el fin de su gobierno, que sobrevivió dos años más, y que sucumbió poco a poco hasta llegar a La Tablada y a los preparativos de un nuevo golpe liderado por Seineldín.
La clase media, los medios de comunicación y el sector renovador del justicialismo juntaron fuerzas en defensa del orden constitucional, mientras la CGT o la Iglesia no veían con antipatía la prédica nacional y popular de la joven oficialidad del Ejército frente a la entonces llamada “sinagoga radical”.
El Plan Austral no podía tener éxito en un contexto de emisión monetaria y déficit fiscal, y en poco tiempo el valor del austral pasó de 0,80 por dólar a 5.000 por unidad de billete norteamericano. Cualquier intento de remodelar las empresas del Estado y darles una gestión más eficiente estaba condenado al fracaso. Los intereses para que nada cambiara eran demasiado poderosos.
Las Fuerzas Armadas se llamaron a silencio durante un tiempo, y una vez Menem en el poder, el sector carapintada que se vio postergado en sus ambiciones políticas se levantó en el último intento golpista de fines de 1990, que al ser derrotado desapareció como protagonista político de la escena nacional.
Su subordinación al poder civil pudo llevarse a cabo por medio de concesiones políticas y participaciones en los negocios privados del poder público.
En 2004, cuando se anuncia por un acto reputado histórico la creación del Museo de la Memoria en la ESMA, el entonces presidente no invita a Alfonsín y se exhibe como el iniciador de una nueva etapa de la Justicia argentina. Kirchner, en momentos en que el juicio a las juntas y el Nunca más se llevaban a cabo, estaba totalmente ausente de la batalla por los derechos humanos por la dedicación exclusiva que le demandaba construir poder en su provincia desde la época militar.
Todo el mundo recuerda que Alfonsín no tenía mando sobre las guarniciones militares.
Se sabe perfectamente que el entramado corporativo no le era afín, ni la Sociedad Rural, ni los grupos financieros, ni los sindicales que decretaban un paro nacional tras otro, ni la Iglesia Católica, tampoco sectores importantes del peronismo ni del mítico e incansable nacionalismo popular.
Pero muchos arguyen que el que no sabe gobernar y ubicarse con eficacia entre los sectores poderosos de la sociedad civil, que no se dedique a la política, que les deje el tema a otros, y así fue: Alfonsín se lo dejó a Menem, que supo construir poder durante diez años sin que nadie le hiciera sombra. Un récord que no le ha sido igualado hasta hoy mal que les pese a quienes lo ayudaron a solidificarlo y hoy se hacen los distraídos.
Nuestra sociedad no estaba preparada para una democracia parlamentaria. Los agentes económicos y políticos más poderosos no se subordinaban al poder civil. Tampoco lo hacen hoy, salvo que se los asocie a negocios compartidos con la corporación política.
Alfonsín no supo durante la década del noventa, junto a su partido, sacar las conclusiones de su fracaso. Se amoldó a la convertibilidad y al menemismo como la mayoría de la sociedad argentina y de la dirigencia nacional, y con la Alianza no pudo revertir una situación de crisis financiera letal heredada del menem-duhalde-kirchner-reutemismo, para no extender una sigla abundante en sílabas.
Es cierto lo que dicen: Alfonsín es en la actualidad el único ex presidente que puede pasearse por todo el país sin despertar antipatías. Nadie más puede hacerlo, ni Menem, ni De la Rúa, ni los Kirchner.
*Filósofo.