COLUMNISTAS

El honor de los duelistas

En Conozco la canción, la película de Alain Resnais, hay un personaje que escribe una tesis de doctorado sobre un tema nimio, la historia de los pobladores de un olvidado lago seco. El dramatismo y la ironía de la escena de la defensa de la tesis es impecable (no hay nadie en la inmensa sala, el jurado se aburre, el tiempo pasa lentísimo) y a los pocos meses la tesista cae en una depresión al comprender la absurdidad de la situación (presentada como una falsa comedia musical, en verdad la película es una profunda meditación sobre las depresiones en la sociedad contemporánea).

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En Conozco la canción, la película de Alain Resnais, hay un personaje que escribe una tesis de doctorado sobre un tema nimio, la historia de los pobladores de un olvidado lago seco. El dramatismo y la ironía de la escena de la defensa de la tesis es impecable (no hay nadie en la inmensa sala, el jurado se aburre, el tiempo pasa lentísimo) y a los pocos meses la tesista cae en una depresión al comprender la absurdidad de la situación (presentada como una falsa comedia musical, en verdad la película es una profunda meditación sobre las depresiones en la sociedad contemporánea). Cierta vez conocí a una persona que estaba escribiendo una tesis de doctorado sobre la historia cultural del tenedor (quién sabe, quizás haya presentado un texto extraordinario), pero recuerdo mi sensación de perplejidad frente a la seriedad con la que, en un seminario, describía su tema de estudio. Con las tesis ocurre siempre un doble problema: si toman un tema ya transitado, están obligados ha presentar nuevas interpretaciones, algo que muchas veces no ocurre (ya porque el tesista no está aún formado intelectualmente para semejante empresa, ya porque el director de la tesis no le permite ser demasiado interpretativo). Por lo tanto, en general eligen esquivar los temas más frecuentados y buscar otros menos concurridos (el tenedor, por ejemplo). Por supuesto que esta búsqueda de originalidad termina generando a veces investigaciones muy interesantes. Pero también, muchas más veces, simplemente la exposición de un tema ingenioso. Ocurre que, como en la literatura, en las ciencias sociales tampoco importa el tema en sí mismo, sino lo que se dice sobre él, lo que se le hace decir, el tratamiento (estilo) del tema. Pero, también como en la literatura, tengo una profunda desconfianza frente a los temas (las tramas) ingeniosas, los contenidos efectistas y las peripecias (los argumentos) seductoras.
Todo esto viene a cuenta de un magnifico libro que acabo de leer: Honor y duelo en la Argentina moderna, de Sandra Gayol, publicado por la editorial Siglo XXI. Si fuera prejuicioso (quiero decir: si fuera aún más prejuicioso) hubiera pensado que una historia de los duelos (con sables o pistolas) entraría en la categoría de tema ganchero, vendible; el tema ante el cual, sin dudar un segundo, uno contesta: “Qué interesante”. Pero no es el caso. O mejor dicho, no es sólo eso: el libro de Gayol es una perfecta historial lateral de las formas de construcción de la identidad pública (es decir, del espacio público) de fines del siglo XIX y principios del XX. Una aguda reflexión sobre la tensión, por un lado, entre los modos de la puesta en escena del yo en las élites dominantes de la generación del 80 y del centenario y, por el otro, los procesos de democratización social y cultural ligados al auge de los diarios de gran circulación y al acceso a nuevas formas de consumo masivo. Honor y duelo... (que no es una tesis de doctorado, pero sí el resultado de varias investigaciones académicas) es ante todo una excelente indagación sobre los modos en que una sociedad construye sus procesos de diferenciación social y de acumulación de capital simbólico.
Quiero decir algo más a mi favor (o en mi contra): no me sorprende la inteligencia del texto. De Gayol ya había leído una compilación a dúo con Gabriel Kessler (Violencias, delitos y justicias en la Argentina) que incluía un muy buen artículo suyo en el que ya se esbozaban estos temas (eso es ante todo un autor, alguien a quien se sigue de libro en libro). Y en el medio, más acá de la historia, más allá de la sociología, siempre la literatura. La figura de Lucio V. Mansilla: el hombre que participó de siete duelos, el narcisista duelista al que Aristóbulo del Valle ejecuta con esta frase: “Mansilla, cuando va por la calle, se sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, mandaría a los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio”.