El ajetreado caldo de novedades puso en la mira al humorista y a su repertorio de artificios. ¿Es humor? ¿No es humor? ¿Se debería prohibir?
“Humor es tragedia más tiempo” escribió Woody Allen en el guión de una de sus películas. No elegí quizás al personaje más carismático para empezar la nota (es un chiste, ¿se pueden reír?).
Ese último paréntesis encierra la conclusión de esta esta reflexión: una cosa es que algo sea un chiste, y otra, que dispare a experimentar la jocosidad del asunto.
Si trabajamos sobre esa definición, vendría bien reemplazar la palabra “tiempo” por la palabra “distancia”. Que incluye al tiempo y también al espacio. Porque hay veces que su efecto no depende tanto de una cuestión cronológica sino espacial.
Y agregaría a distancia, la palabra “justa”, porque si se extiende demasiado esa distancia puede perder el efecto.
Siguiendo esta línea, por momentos, pareciera que ciertas sensibilidades no perciben o bien niegan esa distancia acusándola de tragedia, cuando es aquello mismo lo que se supone, el humorista intentaría aligerar.
Pero por más que perfeccionemos esta definición, no deja de ser una trampa, una madeja conflictiva, porque pone el foco en la fórmula para causar risa y no en el acto que intenta definir: el humor.
De esta manera caemos en una definición basada en una visión resultadista del humor. Podríamos bien definir así a las bases para que el efecto del humor se consagre, pero predispondría a la confusión definir así al humor en sí. Ahí está el problema y la base de tantos cruces mediáticos de opinión.
Pasando en limpio: una cosa es que algo haya resultado finalmente gracioso (el efecto consagrado del humor) y otra cosa es que algo se ejecute a modo de gracia (humor propiamente hablando).
Seria más fácil para todos si definimos al humor como el tratamiento que se le da a algo con el único (o al menos principal) objetivo de despertar risa. Partiendo de esa premisa, el humor abriga en su ejercicio la intención de que la gente se ría.
Mientras sea consensuado, es decir, mientras haya un consentimiento al menos implícito del evento metafórico, será humor. Genial humor, pésimo humor, desactualizado humor, pero humor en fin.
Un vino no deja de ser vino por que quien lo pruebe no guste de el. Un vino no deja de ser vino aunque todos lo que lo prueben no apetezcan de él.
Asimismo -mientras se cubran los condicionantes del encuadre ya mencionados- el humor no depende del paladar de público para ser llamado humor o no.
Sí, depende del público (el receptor) que algo, finalmente, resulte gracioso o no. Cabría no dejar de señalar y resaltar, que se puede hacer un pésimo uso de el humor.
Es responsabilidad del humorista virtuoso desempeñar su función de equilibrista y transitar con valentía los focos de susceptibilidad social para exorcizar el pesar en risa. De su pericia dependerá el éxito de su ambiciosa tarea artística.
Porque, hasta una caricia -si se repite sin criterio- podría lacerar la piel.