Al igual que sus predecesores en el capítulo kirchnerista, Liliana Mazure llega al INCAA sin tener muy en claro en qué dirección apuntar su administración y con el antecedente de al menos un quebranto cinematográfico, la vinculación con los negocios de Enrique Albistur y el haber sido la productora y directora de una obra cinematográfica de reciente estreno, lo que supone un conflicto de interés frente a la gestión que desempeña. Pero no es la primera vez que esto sucede, y la carga suele acomodarse sobre la marcha. Sin embargo, lo verdaderamente importante debiera ser que de ahora en más Mazure se empeñe en desburocratizar una institución empantanada, y esto es lo que no sucede y ni siquiera constituye una contemplación.
Expedientes que se pierden, se mutilan, que sufren modificaciones para favorecer los intereses de productores vienen a sumarse al nombramiento de hombres de confianza de sus predecesores para “monitorear” los casos sospechados de administración fraudulenta. En otras palabras: una mano lava la otra y aquí no ha pasado nada. Pero para que parezca que sí pasa se dictan las resoluciones para un flamante Plan de Fomento. Todas las administraciones anteriores han tenido el suyo y el de Mazure no pareciera ser mucho más que el borrador de un nostálgico manual para la toma del poder en una república bananera. Léase con tono marcial:
ARTICULO 2°.- Los proyectos que se presenten a los fines dispuestos en el artículo anterior deberán contener:
1) Si se tratare de un proyecto de ficción o animación se deberán acompañar nueve (9) ejemplares del guión cinematográfico debidamente anillados u once (11) cuando el proyecto estuviese destinado a la infancia.
Alguna vez conversé con Lenz sobre la posibilidad de transparentar la gestión a lo cual, la entonces vicepresidenta del INCAA respondió con un dilema: “Si se agilizan los trámites, qué hacemos con el millar de empleados”. Razón había. Hoy hay más directores y productores trabajando dentro del instituto que afuera y si se divide nómina por metros cuadrados, resulta que la densidad demográfica del Instituto Nacional de Cine es superior a la de Manhattan. Mazure lo sabe, pero tiene las manos atadas por los gremialistas, la tasa de desempleo, los abogados y los empresarios yabranescos del pintoresco mundo audiovisual. ¿Qué hacer? se preguntaría Lenin.
En el camino se pierden los expedientes; Mazure no atiende, no está, no contesta; las denuncias por graves delitos administrativos se cajonean en investigaciones internas a espaldas de los jueces. Subsidios y créditos se liquidan de modo arbitrario; los comités se toman años para calificar un film; las auditorías están tapadas de expedientes de los que no pueden ocuparse y todo trámite se vuelve una quimera. En el INCAA, somos todos cazadores de utopías.
Siguiendo las indicaciones en pantalla se puede solicitar apoyo, por ejemplo, al programa de Independent Television Service en los EE.UU. y obtener una respuesta en seis meses. ITVS no es una empresa privada, tampoco una obsecuente cueva de recaudación. Es lo que debió haber sido el INCAA y no fue por la torpeza y codicia de sus caciques. De la mano de Mazure, el INCAA alcanza hoy niveles de inoperancia que mantiene a amplios sectores de la industria dando saltos al vacío, subiendo y bajando las escaleras en busca del expediente perdido.
Tal vez el cine argentino no sea congénitamente la pesadilla que supone el consenso. Es más, seguramente, librados a otro juego, nos sorprenderíamos de lo que los cineastas del ispa son capaces de hacer. Por el momento, el síndrome Picolotti hace presumir que habrá que desensillar y esperar hasta que aclare. Y en todo caso, como diría el maestro Jorge Gianonni, es bueno saber que al cabo de un tiempo se van, nos hacen cabrear, nos humillan, entorpecen la tarea, nos llevan a escribir y denunciar pero finalmente se van, enriquecidos y beneficiados por la impunidad parlamentaria, pero se van, y está bueno que así sea.
*Cineasta y periodista.