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El indeseado retorno de la política internacional realista

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Raymond Aron. Postuló la diplomacia del equilibrio de poderes. Cínica, pero moderada. | cedoc

Las naciones de Europa y los EE.UU. han respondido con comprensible indignación, angustia y vastos bloqueos económicos a las enormes atrocidades que están siendo cometidas por el gobierno del presidente ruso, Vladimir Putin, en suelo ucraniano. Pero no parecen haber tomado real consciencia en su momento de algunos lineamientos básicos de una diplomacia de tipo realista, o haber tenido una adecuada perspectiva histórica, como para evitar esta colosal tragedia en suelo europeo. Quizá sea el tiempo de tener en cuenta estos lineamientos al meditar sobre los términos en los que el fin de este lamentable conflicto pueda ser negociado y acordado. 

El gran politólogo y sociólogo francés Raymond Aron afirmó que “aunque sea tal vez humano, es en vano cultivar la nostalgia de la diplomacia amoral y mesurada del equilibrio de poderes. Esta nostalgia es en esencia retrospectiva”. Sin embargo, dados los dramáticos sucesos en Ucrania, los lineamientos de una diplomacia realista se han convertido en actuales y hasta en prospectivos.  Así, este artículo no pretende ser un justificativo de la injustificable acción rusa, sino presentar algunos lineamientos de la política internacional realista que pueden ayudar a comprender lo que ha pasado, y a encontrar un mecanismo negociado para detener esta guerra. 

Un primer lineamiento es el expresado por Raymond Aron: “Los Estados se encuentran comprometidos en una competencia incesante, donde sus existencias están en juego”. En caso de conflicto “es raro que todos los agravios provengan de un solo lado, y que un una de las partes sea totalmente pura”. En este contexto “el primer deber –político y moral– es comprender la política entre las naciones por lo que realmente es, de tal manera de que cada Estado, legítimamente preocupado por sus intereses, no sea completamente ciego a los intereses de los otros”.  Así, luego del final de la Guerra Fría, Alemania tuvo un extremo cuidado con respecto a los intereses rusos. Al lograr negociar la unidad alemana, el canciller Helmut Kohl y su ministro de Relaciones Exteriores Hans-Dietrich Genscher fueron sorprendidos en diciembre de 1989 por el secretario de Estado norteamericano James Baker, quien afirmó públicamente que Alemania sería una, y miembro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte).  Preocupados por la reacción rusa, Genscher llegó a presentar, junto a Baker, una propuesta de no expansión de la OTAN hacia Europa del Este, que el canciller ruso Schevardnadze oyó con gusto. Sin embargo, según un estrecho colaborador de Genscher, Frank Elbe, esto no llegó a ser confirmado formalmente. Con el tiempo, según Elbe, EE.UU. y la OTAN dejaron de darles demasiada importancia a los intereses rusos. Así, la OTAN se expandió hacia el Este, primero atendiendo el legítimo pedido de defensa de varias naciones ante la histórica amenaza rusa, y luego hasta incorporando territorios pertenecientes a la antigua URSS, como los países bálticos. Esto ocurría ante una Rusia sumamente debilitada, que poca resistencia podía ofrecer ante una penetración de la OTAN a lo que consideraba su esfera de influencia. Pero una ya refortalecida Rusia si ha podido enérgicamente manifestar su posición con respecto a Ucrania, un territorio que según el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, nunca fue considerada como tierra extranjera, y que Putin considera de interés estratégico vital. 

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Un segundo lineamiento, como ha expresado Kissinger, es que un orden internacional con buen funcionamiento debe proveer el suficiente espacio como para acomodar a los diferentes intereses nacionales. En este sentido, el territorio actual de Ucrania es para Rusia de interés estratégico vital y está dispuesto a defenderlo. Más allá de ser el granero histórico de Rusia, y su salida al mar Negro y al de Azov –mares cálidos que dan acceso al Mediterráneo–, Ucrania ha sido y es, según el ex secretario de Estado norteamericano Zbigniew Brzezinski, crítico para sostener –con sus 44 millones de habitantes eslavos, o parte de ellos– las características de una auténtica potencia euroasiática. Si bien Ucrania como pueblo como y unidad geográfica variable existe hace siglos, casi siempre ha estado estrechamente ligada al imperio ruso o a su sucesora, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Las fronteras actuales de dicho Estado fueron impuestas arbitrariamente por los mandatarios soviéticos. Así, se amalgamaron dentro de sus fronteras actuales la “república” de Galicia (ex imperio austro-húngaro, que incluye a Lvyv), la parte sur de Besarabia (ex Moldava/Rumana), y la gobernatura general de Taurida. Complicando la escena, Odessa había sido fundada por decreto por Catalina la Grande, convirtiéndose luego en la “capital del Sur” de Rusia y de la URSS, y en el escenario de la épica película Acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein. Por otro lado, Crimea fue el escenario de la célebre carga de la caballería ligera –durante la guerra de Crimea en 1854–, que Lord Tennyson inmortalizó en su recordado poema, donde 600 jinetes británicos cabalgaron contra cañones, rusos y cosacos, pero no contra ucranianos. 

Un tercer lineamiento no suficientemente considerado ha sido el expresado por Kissinger: “Condiciones propuestas que no sean defendidas equivalen a una rendición”. Rusia se ha manifestado numerosas veces contra incluir a Ucrania en la OTAN, comenzando luego de la reunión en Bucarest en abril de 2008, donde el gobierno de George W. Bush presionó a la OTAN para que anuncie que Ucrania y Georgia se convertirán en miembros. Esto aparentemente disgustó en extremo a Vladimir Putin, quien afirmó que si Ucrania se une a la OTAN, lo hará sin Crimea y sin la región oriental. Aunque Rusia resaltó varias veces esta “línea roja” de su política exterior –Moscú quedaría a 600 kilómetros de la OTAN–, su parecer no fue tomado en cuenta. Cuando recientemente pidió que se renunciara formalmente a incluir a Ucrania en la OTAN, recibió la respuesta directa del secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken: “No hay cambio. No habrá cambios”. Dado que Ucrania no parece ser un interés vital ni para EE.UU. ni para la OTAN, el no renunciar formalmente a incluir a Ucrania a la OTAN, pero sin estar dispuesto a defender militarmente esta posición, equivale a una rendición de facto del territorio ucraniano, en los ojos de los rusos. 

Un cuarto lineamiento es no dejar la decisión sobre si se debe agravar el nivel y la intensidad del conflicto, en manos de un territorio o nación a los cuales una potencia –en este caso EE.UU.– y sus aliados –en este caso Europa– no se han comprometido a defender militarmente. A su vez, como ha señalado Kissinger, Ucrania es una república joven de solo 23 años, sumamente dividida entre una mitad occidental pro europea  –mayoritariamente católica– y otra mitad oriental pro rusa –mayoritariamente ortodoxa–, y cuyos líderes no han sido proclives a la negociación ni a nivel interno, ni a nivel internacional. Esto se ha verificado cuando el gobierno ucraniano ha tomado posiciones extremas como requerir una zona de exclusión aérea en su territorio –comprensible a nivel nacional–, que solo puede ser implementada por la OTAN, y que llevaría a un enfrentamiento aéreo o tierra-aire directo con Rusia –otra superpotencia nuclear– de consecuencias impredecibles a nivel global.  

Un quinto lineamiento que no ha sido tenido en cuenta, pero que debe ahora cobrar una mayor relevancia es el enunciado por el célebre diplomático norteamericano George Kennan: “La tarea de mantener la paz mundial será abordada de la mejor manera no a través del establecimiento de rígidas medidas jurídicas, sino más bien a través de los procedimientos tradicionales asociados a la prudencia política”. A esto, Raymond Aron agregaba: “Ser prudente es actuar en función de una coyuntura singular y de hechos concretos, no en función de un espíritu de sistema o por la obediencia pasiva a una norma o pseudonorma, es preferir la limitación de la violencia al castigo del presunto culpable”. En este contexto, al intentar identificar los términos de un posible acuerdo, parece evidente que la OTAN debe renunciar formalmente a la incorporación de Ucrania –el punto más ofensivo para Rusia–. Ucrania debería poder elegir su sistema económico , y hasta unirse a la UE, si así lo desea. Pero lo más complicado será acordar qué territorio seguirá ocupando Ucrania, luego de la anexión de Crimea en 2014, y la ocupación actual rusa de territorios al este de Ucrania y sobre el Mar Muerto y el Mar de Azov.  Al buscar un acuerdo, el objetivo no debe ser, según Kissinger, el lograr la satisfacción absoluta de ambas partes, sino una balanceada disatisfacción.

Para resolver el laberinto ucraniano, los diplomáticos de EE.UU. y Europa deben aplicar la clase de diplomacia descripta por Raymond Aron: “Este tipo de diplomacia –que tiene en cuenta el equilibrio de poderes– es realista, y hasta cínica, pero es moderada y razonable.  A su vez, cuando los efectos devastadores de otros tipos de diplomacia aparecen trágicamente a la luz del día (como en el caso actual de Ucrania), esta sabiduría sin ilusión parece retrospectivamente no solo tomar la forma de un modelo ideal, sino que se convierte en un ideal”.

*Especialista en Relaciones Internacionales.