COLUMNISTAS

El ingenio del sistema

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Fui a ver Misión imposible 5: nación secreta. Salí del cine con una sonrisa que llegaba a la vereda de enfrente. Es una película deliciosa, que despierta admiración y felicidad. Como fui educado en la política de los autores, a la salida me fijé quién la había dirigido y resultó un tal Christopher McQuarrie, nacido en Princeton en 1968 y con sólo dos películas anteriores, Way of the Gun (2000) y Jack Reacher (2012). Antes, cuando tenía 26 años, había escrito Los sospechosos de siempre y terminó ganando un Oscar por el guión. Pero el fracaso de Way of the Gun (que no era mala) lo convirtió en uno de esos tipos que trabajan en Hollywood haciendo eficazmente lo que consiguen y esperan la gran oportunidad. La suerte de McQuarrie mejoró cuando conoció a Tom Cruise, protagonista de Jack Reacher, de esta Misión imposible y de Operación Valquiria, otra película con guión suyo. Así empezó a ser parte de ese cine de gran presupuesto atado a restricciones de todo tipo (por ejemplo, la de eludir el sexo para que la película tenga una calificación apta para todo público).
Uno tiende a pensar que detrás de cada gran película hay un gran director, lo que fue cierto durante mucho tiempo, y hoy lo es menos. Los críticos de cine estamos entrenados para buscar al genio detrás de la maquinaria industrial, para descubrir al Lubitsh-Hitchcock-Hawks-Carpenter de esta época. Hay algunos inconvenientes para seguir pensando de ese modo. En primer lugar, los directores, guionistas y hasta las estrellas de Hollywood tenían más libertad creativa cuando eran esclavos de lujo. Hoy no tienen un contrato que los obligue a aceptar encargos indeseables ni a cumplir horarios abusivos, pero arriesgan su carrera en cada película y lo que hacen está sometido a la revisión permanente. Es muy difícil escribir un guión original y conseguir quien lo financie; es mucho más difícil no aceptar las imposiciones de los ejecutivos. McQuarrie declara que no puede hacer las películas que quiere. Y agrega que su mundo personal no es demasiado interesante, que no tiene una gran destreza para manejar a los actores ni es un virtuoso para mover la cámara. Pero le gusta hablar de las grandes paradojas de Hollywood, entre ellas la de que los cineastas que tienen el poder de hacer lo que quieran lo mantienen siempre y cuando no hagan lo que quieran.

McQuarrie sabe que hay un cine que no se agota en “contar historias”, pero no cree que sea para él.
Sin embargo, Misión imposible 5 es un deleite visual, narrativo y actoral, con grandes escenas de acción, una elegancia máxima y una sabia ausencia de crueldad y de infantilismo.

En relación con el cine americano se suele hablar del genio del sistema. Pero no es el sistema lo que hace tan buena esta película: en general el sistema fabrica bodrios. Pero tampoco es la intención de desafiarlo, ni una mirada profunda y cargada de metáforas y referencias. Misión imposible 5 se parece a sus predecesoras (que también eran buenas): es simple y brillante. En realidad, nos paramos frente a este cine hecho en una jungla de egos, intereses y contradicciones como lo hacían los primeros espectadores frente a la invención de los hermanos Lumière. Su sofisticada artesanía nos resulta impenetrable y sólo damos testimonio de nuestra fascinación.

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