COLUMNISTAS
el gobernador y su futuro

El interrogante Scioli

El silencio del mandamás bonaerense acuna versiones sobre si dejará pasar “su hora” de aspirar a la presidencia. Su “neutralidad” inquieta a CFK.

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Como la oposición desfallece aturdida, se fragmenta y hasta parece disolverse (a pesar de que este mes se lanzan Duhalde, Solanas, Alfonsín y Carrió), las preguntas sobre la próxima elección atraviesan un primer interrogante: ¿se postula o no Cristina de Kirchner? Aprendices de psicología, casi de brujos, ensayan cartas astrales o interpretaciones varias sobre la mente femenina para argüir un posible retiro. Imaginan también que este período de prosperidad oficial ante la audiencia electoral dentro de tres meses se modificará para ingresar en un ciclo depresivo, semejante al que caracterizaba al kirchnerismo antes de la muerte de su fundador en jefe, Néstor. A pesar de estos augurios, ella no se manifiesta y procede con la vocación de quien pretende atornillarse en el trono por otros cuatro años: empezó a cautivar al centro, por no decir la derecha, no se altera en público, guarda silencio ante los embates, evita las confrontaciones, pide asistencia, parece flexible. Guarda luto, aunque recuperó los anillos y cierta bijouterie, mantiene un perfil de señora adusta contrario a las veleidades juveniles de hasta hace pocos meses. Lo que se dice, discreción y elegancia en el cargo. Mientras, claro, la economía ayuda y sólo inquieta una climatología incierta que no pueden anticipar los meteorólogos: el temporal de los mails de Jaime o la insólita lluvia ácida desatada por la documentación de los parásitos diplomáticos norteamericanos que vierte, por goteo, WikiLeaks. Nada serio el cotilleo, más bien material para programas televisivos de la tarde que abrieron el Indec presidencial para incluir a dos presuntos informantes de “la embajada”, Alberto Fernández y Sergio Mazza, curiosamente dos ex jefes de Gabinete que ella supo apreciar y que pecaron por la lengua. La figuración, como se sabe, suele distinguir y enterrar a los argentinos.

Esos imponderables pueden multiplicarse. Mientras ella ensaya rutinas diferentes a su marido: cita ministros de a dos invariablemente –como si requiriera un testigo para las entrevistas–, casi siempre a unos pocos y a los mismos, por temas específicos (De Vido y Tomada, por el pacto social, como ejemplo), casi nunca para hablar de los perritos de Olivos, los pájaros o las conductas de ciertos dirigentes (partidarios o no). A casi todos les reclama moderación y, en especial, silencio. Solicita informes, brouchures; la lista de privilegiados la encabeza De Vido (importa en este ascenso la influencia de su esposa sobre Cristina), luego Carlos Zanini, sucesivamente siguen Amado Boudou, Aníbal Fernández (con algún tropiezo por excesivo atrevimiento), Héctor Timerman, también los jóvenes Bossio y Abal Medina. Esa es su escuadra transitoria, el equipo, aunque le destina oídos a un foráneo como el embajador Carlos Bettini, aterrizado hace más de una semana y en busca de una fotografía consagratoria con su llamativa novia, de prodigiosa y basquetbolística altura. Una Michael Jordan en blanco. Hay fantasías especulativas que le atribuyen al funcionario responsabilidad en cierto giro de la mandataria hacia el centro, lo que no sería improbable: al margen de sus antecedentes revolucionarios, hoy –más temprano que tarde– descubrió las ventajas del capitalismo y es partner del socialista Felipe González y del megamillonario mexicano Carlos Slim, y cultiva, de antaño, la cercanía de un pícaro rey español que se muestra con la reina en la Cumbre de las Américas luego de que se pasó unas noches fuera de casa por travesuras non sanctas. Se ignora la suerte futura de Bettini, al menos en el gobierno.

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Entretanto, Cristina se aplica a la gestión con más o menos conocimientos, saluda a gobernadores, intendentes y punteros, aunque les reserva ese contacto aceitoso y negociador –al que era tan proclive su difunto esposo– a Juan Carlos Mazzón y eventualmente a Juanjo Alvarez, hombres que antes llamaban para convencer a peronistas alejados y ahora descuelgan el teléfono para no atender a los peronistas que quieren dar el salto. En rigor, es parte de la historia utilitaria del partido. Hasta olvidan si “se profundiza o no el proyecto”, pueden sostener que repite lo que hizo Frondizi en su momento, cuando incorporó a Cárcano como ministro, o aluden a que podría volverse una mítica Harry Truman, aquel vicepresidente por quien nadie jugaba un céntimo luego de la muerte de Franklin Roosevelt.

Si alguien duda de la voluntad cristinista por la reelección, habría que recordar su interés por consultar números de encuestas –hoy tan satisfactorias a su paladar– siempre con los cuatro favoritos de la casa, aunque también incorporó la firma de algún universitario que se distinguía por la seriedad y cuya organización salió del abismo por alguna facilidad del gobierno. En cuanto al mundo de los negocios heredados y compartidos, como se sabe, también citó a los principales protagonistas, ordenó cuentas y fijó condicionalidades luego de preguntar: ¿qué tenemos pendiente? Así pertrechada, ahora está claro que volvería a ocupar la Casa Rosada si hubiera elecciones y que, en todo caso, mañana ofrecerá un peronismo más unido para mantenerse en el poder. A menos, dicen los expertos, que se produzcan cataclismos imprevisibles.

Curioso: el mayor y latente rival de la dama está a su lado. Jura, además, fidelidad. Se llama Daniel Scioli y se supone que su renovación como gobernador sería un trámite. Pero, ¿él quiere reiterar ese compromiso? ¿O aspira, como desconfían otros influyentes, a no dejar pasar su hora como candidato presidencial? Por ahora evita pronunciarse. Nada dice de Cristina a la presidencia, Scioli a la gobernación; se diría que emprendió actuaciones últimas más propias de un jefe de Estado. El viento de Fronda parece que a ella no la afecta, dice “no tener problemas con Scioli” (usa menos el Daniel), pero desliza suspicacias sobre el particular entorno del gobernador. Se entiende que le disgusten colaboradores bonaerenses como Camaño o Alvarez, pero sus entidades personales no son significativas. También dudosa, quizá, sería la molestia con empresarios afines al sciolismo como Mario Montoto y adláteres. O la particular inquina que le provocó, aseguran, la especie de que algunos vecinos de Scioli festejaron la muerte de Néstor Kirchner en el hotel NH, cuando ocurrió el desenlace.

Son versiones, casi nimias. En rigor, tal vez, la irritación mayor se produzca por cierta neutralidad del gobernador –la entienden como un favoritismo– con el Grupo Clarín, quizá la batalla inacabada que legó Néstor y a la cual Cristina ofrece muestras de que no habrá de renunciar. Para algunos de su sector, el emporio concentrado busca refugio en Scioli candidato presidencial, igual que en otros tiempos respaldó a Fernández Meijide, Carrió, Cafiero, Duhalde o Chacho Alvarez, tal vez como una alternativa futura para mitigar los embates actuales (sobre Papel Prensa, los hijos de la señora de Noble) que algún impacto económico le generan. Esa pugna recurrente también se extiende al plano de los empresarios, más precisamente en la Unión Industrial, donde habrá renovación de autoridades y en la cual la poderosa Techint imagina –le correspondería por un tratado previo de los grupos participantes– colocar a Luis Betnaza en lugar de Héctor Méndez. Sin embargo, a Techint –vinculado sentimentalmente a Clarín, por lo menos– le costaría una transición razonable: en la entidad se han sumado socios para controlar que ese cambio no modifique la autonomía de hoy o su adhesión a ciertas políticas oficiales. No quieren compararse con AEA, con preeminencia de Clarín y Techint, organización en la que también han surgido voces disgustadas por esa marcada tendencia opositora. Igual, habrá que esperar: nadie sabe si lo que hoy rige dura. Ni que estén sin respiración los que parecen acostados.