Cuando no tenía hijos, una de las imágenes que más me atormentaban era ver a los padres llevando y trayendo a la prole del colegio. Me parecía un plan aburridísimo que obligaba a la gente a tener relaciones en cautiverio, obligadas, como las que se dan en los tours. Por eso me sorprendí mucho cuando mi hija Ana empezó a ir a la sala de dos y yo empecé a disfrutar mucho llevarla y traerla y descubrir, además, que los padres del jardín del Proyecto Sur eran geniales. Yo soy prejuicioso y ése es un defecto mortal. Te terminás perdiendo muchas cosas que pueden modificar para bien tu vida. La cosa es que después del colegio, a la salida, yo llevaba a Anita a una plaza que estaba en la esquina del establecimiento y ahí me empecé a vincular con mis otros “colegas”: unos papás que estaban haciendo una residencia psicoanalítica en Buenos Aires, la mamá de Albertina, que resultó tremendamente generosa con nosotros cuidándonos a Anita en su casa, o los papás de Violeta, que vivían muy cerca nuestro. Cuando terminaron las clases, siempre hacíamos planes para que nuestros hijos se siguieran viendo, así hicimos asados, salidas a parques y cumpleaños. Hace poco, Amparo, una amiga de Anita, se quedó a dormir en casa. Era la primera vez que venía y era la primera vez que dormía en una casa ajena sin ningún vínculo familiar directo. Jugaron, comieron, se amigaron, se pelearon, y finalmente se durmieron una al lado de la otra en camas que improvisamos, como un campamento, en el piso del cuarto de Ana. A las cuatro de la mañana Amparo entró a nuestro dormitorio, me despertó y me dijo: “Fabián, extraño a mis papás”. Yo volví de quién sabe qué lugar recóndito de la noche y le dije, con poca pedagogía: “Yo también, Ampi”. Ella se puso a llorar y por suerte Guadalupe saltó de la cama y la consoló. Todos nos volvimos a dormir. Pero yo soñé que estaba con Amparo y Anita en su cuarto, cortando papeles y dibujando, y Ampi me decía: “Fabián, el problema tuyo es que estás perdiendo la alegría de ser quién sos”. Qué genia. Me desperté con ganas de poner a todos los jugadores en cancha contraria. El recurso de Amparo está bien estudiado por Deleuze, siguiendo los razonamientos de Spinoza: el poder lo único que hace es debilitarte, quitarte potencia, sacarte la alegría, como dice Ampi, de ser quién sos. Y a partir de ahí hace lo que quiere con vos. Estamos en épocas de elecciones, pensemos en eso.