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El joven del cuento

Llevé a mi hija Ana a un cumpleaños. Era en una casa hermosa, de esas que se ven que a pesar de cierto confort, la hicieron laburando.

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Llevé a mi hija Ana a un cumpleaños. Era en una casa hermosa, de esas que se ven que a pesar de cierto confort, la hicieron laburando. Me saludé con algunos padres y me quedé en un costado hasta que un joven alto y de piel blanca, se me acercó. Una piel que no estaba acostumbrada al sol. Me dijo que era el tío de la nena y que mi hijito Julián (que no estaba invitado pero fue genialmente recibido) se había subido a su altillo donde él estaba escribiendo. Algo en su forma de hablar lo sacaba de la sintonía con la que estamos sonando los seres humanos socializados. Debajo de su tranquilidad alguien caminaba en puntas de pie por la desesperación. Me contó cómo se construyó la casa y me dijo que la había hecho con sus manos un albañil que llegó a vivir con ellos, un miembro más de la familia. “Eso ya no se ve en estos días”, me dijo. Después me habló de la Iglesia Santa Cruz, de Boedo, lugar que yo suelo visitar. Recordamos a un padre que ambos conocíamos y me informó que había muerto hace poco. Me dijo que a él ese padre lo había ayudado mucho en ciertos momentos de crisis espiritual.

Cuando terminó el cumpleaños me acompañó hasta el auto para que subiera a mis hijos y antes de cerrar la puerta me dijo: “¡Cuidado con el demonio que está en uno!”. Me sonreí.

Mientras volvía manejando pensé de dónde lo conocía. De dónde. Ahí me di cuenta que los personajes de los libros son seres que recordamos con la misma potencia que los de carne y hueso. ¡Ya sé quién era! ¡Era el hermano de Selena Graff en el cuento de Salinger Justo antes de la guerra con los esquimales!

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En silencio, mientras manejaba, inicié una oración por todos los que no están preparados para vivir esta vida hostil, para los que, como mi amigo ocasional, duermen aún de grandes en la casas paternas: los que tienen algo que no encaja en nada.