Tal vez, Elisa Carrió haya dejado rengo a Macri para 2019. Falta saber si lo convirtió en “pato rengo”, una figura que los norteamericanos le reservan al mandatario que carece constitucionalmente de reelección. Con un par de apariciones estelares en la TV, vestida multicolor en una y casi de luto en la otra, le otorgó el retiro anticipado al Presidente sin ofrecerle siquiera la indemnización. Crucial dilema para Macri: pierde si concede sus reclamos y pierde si no lo hace.
Parece el último teorema de Fermat, no resuelto por las matemáticas, inescrutable en la cabeza del ingeniero, aunque diga “he salido de otras peores”, sin faltarle razón. Para mantener a Carrió como pasante transitoria en el elenco oficial, debe ejecutar en la plaza pública a su ministro Garavano, a su amigo Angelici y al amistoso adversario Lorenzetti, tres de las primeras cabezas que reclama el apetito depurador de Carrió. Como es obvio, en esa guillotina, se entrega autoridad, prestigio, gobierno. Parte del poder. Y si, en cambio, la induce con el silencio a dejar la coalición o la despide, reconoce una poda en su futuro caudal de votos que tal vez lo arrastre a una derrota. Por no hablar de lo que significa lidiar durante los meses venideros con una mujer nutrida de topos en la administración, propietaria única y presunta de una bandera moral.
Cosa seria. “En una broma se puede decir hasta la verdad”, escribió Sigmund Freud en uno de sus dos textos sobre el humor. Viene a cuento de la inconsciente vía de escape elegida por Carrió para justificar que era un chiste su extorsión de “Garavano o yo”.
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Como si el chiste no fuera algo serio, parte de la agresión, para seguir citando al austríaco ilustre. Se supone que la diputada no ignora esta referencia, tan versada en enciclopedismo. Su mal humor, el estallido, proviene –según el simplismo macrista– de la cómplice maniobra en el Congreso de peronistas, radicales y macristas, más la deserción o desinterés de Federico Pinedo (a quien le imputan distraerse del operativo) para impedir que ella presidiera la comisión legislativa que debe monitorear al jefe de los fiscales, al procurador, inhibiéndola de ser en consecuencia la tutela de cuanta investigación se realice: no en vano también se oponía a que Inés Weinberg de Roca reemplazara al procurador Casal en tránsito, un deseo manifiesto y poco comprensible de Macri. Por ese ninguneo explícito, en Exaltación de la Cruz se exaltó.
Como la diputada desprecia la miniaturizacion de la política que exponen los medios, al detenerse solo en el instante, la foto, y no ver el proceso fílmico, habría que apartarse de esa interpretación microscópica del incidente legislativo y seguir su consejo: bucear en otras condicionantes que expliquen su vendaval político, la hecatombe que provocó en Macri.
Lo de Garavano ha sido una excusa, casi menor, un pedido de juicio político sin destino, aunque la presentación exhibe un interesante capítulo sobre la designación de seis jueces del contencioso administrativo. El objetivo central es Macri. Sorprende, eso sí, que a tres años de gobierno, de próspero connubio, se prodigue la diputada contra la corrupción que envuelve al mandatario, familiar, amistosa y societariamente. Casi olvidando en su nueva furia a los Kirchner, su otrora fuente de inspiración. Más de uno entiende que su ofensiva se inscribe en un atajo, proviene del resultado actual de las encuestas que ciertos especialistas imaginan desventurada para la postulacion de Macri en 2019. No, en cambio, para una eventual candidata como María Eugenia Vidal, la niña de sus ojos, a quien endulza en sus sermones televisivos y la desprende de cualquier apego a ciertas pústulas del macrismo. Bajar a un aspirante para entronizar a otra y preservar la entente ganadora, misión de hada madrina, una salvadora de la institucionalidad, la república, el bloque y otras yerbas (a menos que alguien le endose un propósito personal, protagónico, casi imposible).
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También alaba en ese operativo a Rodríguez Larreta, a quien no le aplica las mismas medidas ergonómicas que a Macri. Olvidando, además, que tanto él como la gobernadora bonaerense comparten buena parte de la responsabilidad del actual gobierno, han sido una tríada territorial y de pensamiento. Aunque es cierto que, en los últimos meses, ese frontón oficialista ofrece reveladoras grietas por las escaceses económicas. Por lo menos.
Curiosamente, junto a los sondeos que derrumban a Macri al fondo de la olla y salvan a la Vidal del desastre en la opinión pública (muestreos que se oponen a otros que registra el Presidente), también se inscribe una visión paralela que se le atribuye al Grupo Clarín con el mismo convencimiento de que el Presidente es un hecho consumado y Vidal, una estrella indemne para los próximos comicios. Como si ciertos planetas pudieran alinearse en 2019 y otro se apartara.
Pasto para el ejercicio de las fieras, entonces, son las discrepancias de los últimos tiempos: Vidal protesta por una rebanada brutal de su presupuesto y se plantea también una revisión de la convocatoria electoral bonaerense, separando los comicios de los intendentes –o la misma gobernación– de la convocatoria nacional. Una posibilidad que indigesta a Cristina y confunde a Macri, ya que supone una tertulia negociada con el peronismo. Y esa conversación no encaja entre la Casa Rosada con Vidal y Larreta (más Frigerio y Monzó). Basta solo el recuerdo de un almuerzo no lejano en el que Nicolás Caputo, frente a Rodríguez Larreta, Peña, Macri y Vidal, expuso una variante abarcativa para acercar a los gobernadores de la oposición incorporando al gabinete a un peronista de confianza y protección del Presidente, el embajador Ramón Puerta.
Sugirió Caputo, consintió Vidal, también Rodríguez Larreta, hasta se entusiasmaron con la alternativa conciliadora. Se opuso, terminante, Peña: “No les ganamos las elecciones a los peronistas para que ahora llenemos el poder con los peronistas”. Quedó, sin embargo, otra respuesta flotante: ¿y vos, Mauricio, qué opinás?
Respuesta: Ya les contestó Marcos.