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suma cero

El juego donde todos pierden

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El campeonato de fútbol de este año no deja de asombrar. Como suele decirse, los que van primero no le ganan a nadie; de los otros, ni hablar. Desde luego, algún equipo terminará siendo el campeón, es matemáticamente inevitable. Pero se podrá concluir que más que un genuino ganador, habrá sucedido que todos los demás perdieron. En una situación en la que ninguno ha hecho méritos para ser un verdadero campeón, y por eso ser admirado, cabe preguntarse si no tendría más sentido definir al campeón por sorteo –que es casi como decir que lo será por penales, una variante del azar que se aplica ya regularmente en el fútbol–. En La lotería en Babilonia, Borges imaginó una sociedad donde todo, el gobierno, la vida y el destino de la gente, hasta la riqueza o la pobreza, todo, era sometido al designio inescrutable del azar.

Un sistema donde todos parecen estar jugando en su propia contra es una aberración, un desperdicio o un desaprovechamiento de las oportunidades. En esa situación, el juego, obviamente, pierde interés. Esta metáfora del fútbol puede ser aplicada a la política argentina de estos tiempos. De hecho, el fútbol entre nosotros despierta cada vez menos interés, pero lo mismo sucede con la política. Las encuestas de opinión lo tienen cuantificado; es bastante patético. Hemos llegado a la curiosa situación en que el fútbol ha sido llevado a competir con un programa de televisión que se ocupa de política. El rating del partido programado para el domingo a la noche, con ese deliberado propósito, no supera al que obtiene Lanata, lo que sin duda es un mérito del espectáculo Lanata, pero también dice algo sobre el mérito intrínseco del espectáculo fútbol (eso que en otros tiempos solía llamarse “pasión de multitudes”).

La política argentina es un sistema que ha ido construyendo la atípica situación en la que el juego no es más de suma cero; ya no sucede que cuando a uno le va bien, a otros les va menos bien, y así. Acá eventualmente les va mal a todos; el público, la ciudadanía, mira para otro lado, y si encuentra un espectáculo entretenido y bien montado que habla de política, lo consume –pero no es porque se hable de política, sino porque es interesante y entretenido y, de a momentos, efectivamente, facilita una catarsis política de los espectadores con posición tomada, lo que evidentemente ya no sucede con el fútbol (¿qué hincha de alguno de los equipos que todavía aspiran a salir primeros diría que hace catarsis ante el espectáculo extraordinario de ser derrotado, fecha tras fecha, por los que van últimos?). Tan lejos de la lógica de la suma cero está la política argentina hoy que si algunos dirigentes hallan cierta recompensa en la opinión pública, no es por sus logros en la gestión para la que fueron votados, sino por su capacidad –nada despreciable– de ser expertos en el empate, en no estar ni demasiado de un lado ni demasiado del opuesto. La sociedad parece estar demandando empates, no ganadores, no definiciones.
No encuentro una explicación para esta ausencia de vocación ganadora en la Argentina actual. Hay una larga lista de dirigentes que en algún momento fueron ganadores –ganaron un partido, digámoslo así– y no supieron acumular a partir de esas victorias para seguir ganando. López Murphy fue un ganador –al menos simbólico– en la elección presidencial de 2003; ese mismo año, en la legislativa, licuó ese capital y siguió perdiéndolo. De Narváez ganó en 2009 en la provincia y no pudo sostener ese resultado. Lo mismo Pino Solanas. Carrió era la dirigente con mejor imagen en la opinión pública en 2002, pero no lo sostuvo ni siquiera en la elección que tendría lugar pocos meses después. También Reutemann –aún más dramático–; y con menos dramatismo Julio Cobos a partir de su meteórico ascenso con su voto en el Senado en 2008. De Sergio Massa todavía es temprano saber si irá acumulando triunfos. El mejor récord de la década es el de Daniel Scioli, quien empatando parece ganar siempre. Néstor y Cristina han sido ganadores y perdedores a lo largo de estos años en los que, con todo, retienen el cetro; nada mal, por cierto. ¿Por qué a veces pierden? No es por el “fin de ciclo” –o sea, por causas externas–, porque más allá del ciclo han sido capaces de recuperarse; pierden por errores no forzados: a veces ganan, otras pierden porque alguien les gana, pero a veces juegan solos y también pierden.

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En un sistema donde todos los que juegan tienen altas chances de perder, en el cual de hecho todos perdemos, es evidente que el que está perdiendo es el país. Tómese el indicador que se elija –hay muchísimos– y compárese la posición de la Argentina hoy y hace cuarenta, cincuenta, ochenta años; es difícil encontrar un indicador en el que hoy no estemos peor. Estamos perdiendo todos.

*Sociólogo.