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El juguete rabioso

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| Cedoc

Cólera buey es el libro de Juan Gelman que más me gusta. Es de 1963 y está hecho de varios libros que Gelman escribió a lo largo de esos años. Ya desde el título se enuncia la idea de la cólera como combustible poético. Eran los años previos a que la idea de revolución caducara. Me acuerdo de que una vez Gelman me dijo: “A vos te debe parecer raro, pero para nosotros la revolución estaba a la vuelta de la esquina”.
En este libro hay un poema que en su ejecución no me gusta mucho, pero que desde que fui padre siempre recuerdo. Se llama Juguetes y empieza así: “Hoy compré una escopeta para mi hijo/ hace ya tiempo que me la venía pidiendo/ y comprendiendo mi hijo que no hay plata que alcance/ pero pidiéndola, proponiendo los sitios de la cocina de la pieza/ donde recién traída la escopeta esperaba/ que el saliera del sueño donde estaba esperándola/ para verla tocarla convertirla después en otro sueño/ no para matar bichos o pájaros o arruinar las paredes las plantitas/ o bajar a la luna de su sitio lunar/ no para esas pequeñas cosas molestas mi hijo quería su escopeta/ y esta noche la traigo/ y escribo para alertar al vencindario al mundo en general/ porque qué haría la inocencia ahora que está armada/ sino causar graves desórdenes como espantar la muerte/ sino matar sombras matar/ a enemigos a cínicos amigos/ defender la justicia/ hacer la Revolución (…)”.
Hoy compré un Transformer para mi hijo. En realidad no lo compré sino que su tío Duncan le dio un regalo que ya tenía y yo lo fui a cambiar y elegí un Transformer enorme, un auto rojo, deportivo, que en su vientre esconde un robot inmenso con ametralladoras dispuesto a cargarse a todo el mundo que le diga que no a mi hijo en algún capricho de los que suele tener por su corta edad.
Nunca vi películas de Tranformers, ni vi los cómics que los celebran. Pero sé que es otro invento japonés de esos que los muchachos del emperador les mandan como franquicia a los Estados Unidos después de haber convivido con ellos como ejército de ocupación en su tierra y después, claro, de que les metieran dos bombas atómicas.
Steven Spielberg produjo la primera Transformers porque, dijo, “le veía a la historia mucho potencial cinematográfico”. Y fue un compañero suyo de generación el que hizo el primer Transformer de carne y hueso, Martin Scorsese, en la remake de Cabo de miedo.
La escena es inolvidable: Max Cady, la encarnación del mal en la Tierra, se mete debajo de un auto sosteniéndose con las manos. En el auto viaja la familia del abogado al que está hostigando. Ellos no saben que no van en su auto familiar alejándose del peligro, sino que viajan en un Transformer, hecho de metal y de carne y sangre, que carga dos combustibles diferentes, la cólera de Cady –y antes de Gelman– y el combustible fósil del auto.