Cuando falta menos de un año para las elecciones presidenciales, el oficialismo exhibe un vigor avasallante que le permite seguir dominando la agenda política.
La reciente andanada de leyes impulsada por el Gobierno lo muestra dispuesto a ejercer el poder hasta el último minuto del mandato de Cristina Kirchner. Esto no sería cuestionable si no fuera por el típico modo en que el kirchnerismo arremete para lograr sus propósitos, sin considerar el diálogo, el debate, el consenso y ni siquiera cierta mínima coherencia con su accionar anterior. Pero lo más cuestionable no son los modos poco prolijos de lograr sus objetivos, sino los fines a los que parecen apuntar.
En efecto, los últimos movimientos del oficialismo refuerzan la tesis de que el gobierno nacional ha decidido arbitrar los medios para asegurar inmunidad ante eventuales juicios por actos de corrupción.
Desde tal conjetura, el proyecto oficialista de reforma del Código Procesal Penal y algunas negociaciones en torno a controlar la Cámara de Casación representarían el brazo jurídico-institucional de una estrategia orientada a aquel fin. Mientras que el proyecto de ley de telecomunicaciones constituiría la rama mediática orientada a debilitar a los medios opositores favoreciendo a los amigos.
Además de la tesis de la inmunidad futura, algunos formulan otra de carácter más radical e inquietante: el kirchnerismo no se apresta a cubrir su retirada sino a tensar las condiciones para que la misma no se produzca.
Los pensadores más austeros, en cambio, se limitan a sostener que el kirchnerismo simplemente da batalla para no perder agenda durante su último año.
Cualquier tratado básico de política distingue entre política agonal y arquitectónica. La primera se enfoca en conseguir el poder; la segunda, en ejercerlo en beneficio de la sociedad. Así, la primera es el medio para la última, que representa un fin. Una de las aberraciones del poder es confundir el medio con el fin. Cualquier tratado sobre republicanismo explica la importancia de la división de poderes.
La tentación del autoritario es colonizar a los otros poderes para consumar el tentador anhelo de la suma del poder público.
Más allá de tesis y conjeturas, lo cierto es que la esencia del kirchnerismo radica en la pasión por el poder. Quien busca el poder busca poseerlo, acrecentarlo, conservarlo y recuperarlo si fuera que lo pierde.
Desde tal perspectiva, discutir sobre si la estrategia del oficialismo apunta a conservar agenda, inmunizarse ante denuncias futuras, quedarse o retornar con gloria, quizás sea sólo un ejercicio intelectual. Porque cuando el fin es el poder en sí mismo, aparece una sola estrategia que se traduce simplemente en dos palabras: todo y siempre.
Cuando se va por todo y se aspira a eternizarse, las estrategias son meros artilugios. El poder kirchnerista es una voluntad de seguir adelante como se pueda y mientras se pueda.
Hasta que el rigor de la democracia le ponga freno.
*Director de González-Valladares Consultores.