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El legado del rabino Korob

Una tarde de la pasada primavera, mientras sorbía de un mate que tenía tallada una Estrella de David en celeste y blanco, el rabino del Gran Templo Paso, Ariel Korob, me contó una historia sobre La Tablada, el cementerio judío argentino que es el más grande de su tipo en Latinoamérica.

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Una tarde de la pasada primavera, mientras sorbía de un mate que tenía tallada una Estrella de David en celeste y blanco, el rabino del Gran Templo Paso, Ariel Korob, me contó una historia sobre La Tablada, el cementerio judío argentino que es el más grande de su tipo en Latinoamérica.

Una mujer, socia de la AMIA, había muerto poco antes. Cumpliendo su deseo de ser enterrada junto a su difunto esposo, sus hijos iniciaron los trámites para llevar sus restos a La Tablada, donde éste yacía. En el cementerio, sin embargo, le negaron la entrada. A diferencia de su esposo, la mujer no había nacido judía; había sido convertida por rabinos conservadores. Su conversión no era ni es reconocida por los rabinos ortodoxos, que no admiten las conversiones en el país (el rabino de la AMIA y Gran Rabino de la Argentina es ortodoxo); ergo, quedaba fuera.

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Los hijos desesperaron. Si no la aceptaban, clamaron, se llevarían al padre y los enterrarían juntos en un cementerio privado. Pero La Tablada tampoco aceptó esto: la ley religiosa judía prohíbe las exhumaciones.

Los hijos, me observó Korob, sufrían un dolor inesperado e injusto que se añadía al de la pérdida. La AMIA, que había recibido los pagos de la cuota social de la mujer durante décadas, nunca le había advertido que no la aceptarían en el cementerio. En la misma situación se encontraba alrededor del 15 por ciento de los socios de la mutual judía –remató Korob– que alega representar a todos los judíos del país.

Con otros rabinos conservadores, Korob llevaba adelante una campaña para cambiar la situación. Esta era parte de un movimiento mayor, tendiente a completar la modernización del judaísmo argentino y lograr una mayor apertura y transparencia de sus autoridades e instituciones.

Como rabino, Korob había nacido de la semilla de Marshall Meyer, un norteamericano desbordante de carisma y de energía que llegó a la Argentina en 1959 y en la década siguiente modernizó el judaísmo latinoamericano con la fundación del Seminario Rabínico, que ordena rabinos (y, ahora, también rabinas) del movimiento conservador, que es, pese a la aparente contradicción en los términos, progresista y pretende a la vez mantener la tradición judía y la apertura al mundo. En la década siguiente, Meyer entraría de nuevo en la historia nacional salvando vidas, al desafiar a los militares de la última dictadura con constantes reclamos por los presos y desaparecidos.

Poco después de nuestra charla en la sinagoga, Korob me envió un documento en el que mostraba que el debate sobre las conversiones, que es una práctica ancestral del judaísmo, tenía raíz política. El primer rabino de la Argentina, Henry Joseph, se había casado con una gentil convertida al judaísmo por amor a su esposo. Las conversiones fueron práctica habitual hasta que, a fines de los años 20, un rabino llamado Shaúl Setton emitió, con el apoyo de rabinos de Palestina (faltaban veinte años para la fundación de Israel), una prohibición de realizar conversiones en Argentina; era un rechazo a la integración.

En esta prohibición se apoyan hoy los ortodoxos, que, según señalaba Korob, la habían ignorado sistemáticamente hasta la aparición de Marshall Meyer: “Hasta (entonces), la Sinagoga era un espacio sólo ocupado por gente mayor y la participación judía joven era marcada en los movimientos juveniles sionistas. Fue entonces cuando la ortodoxia, como parte de una táctica defensiva y pro-guética, retoma la prohibición como si siempre la hubiera tenido en cuenta, a fin de tratar de eliminar la competencia”.

A comienzos de este año, Korob encabezó, con otros rabinos conservadores, la difusión de una carta pública que ya cuenta con 686 firmas (el texto completo, en diversidadjudia.blogspot.com), dirigida al presidente de la AMIA, Luis Grynwald. La carta denuncia la “discriminación” que practica la mutual y exige que La Tablada acepte enterrar a “todos” los judíos y no sólo a “algunos”.

Esta semana me enteré de que Korob había logrado un primer triunfo: la Comisión Directiva de la AMIA aprobó el entierro de “los judíos por elección” en una parcela “especialmente” destinada. ¿Qué pensaba? No pude preguntárselo.

El domingo, camino a sus vacaciones en Mendoza, perdió el control de su automóvil por el reventón de un neumático y chocó contra un camión que circulaba en sentido contrario por una ruta de La Pampa. Korob, que este año iba a cumplir 38, murió enseguida. Su mujer, Irene, y sus tres chicos, con quienes compartí una alegre cena de Shabat en su casa en septiembre, estaban gravemente heridos.

Tocó a otros explicarme que lo que debería ser, en parte, su legado, está incompleto. La parcela destinada a los “judíos por elección” mide unos 20 metros por 15, según un vocero de la AMIA (el cementerio tiene 56 hectáreas), y está en tan malas condiciones –es una esquina inundada lindera a un paredón– que las autoridades no me permitieron verla; llevará varios meses, dijeron, ponerla en condiciones. El vocero admitió que la decisión, aunque “histórica, no satisfizo ni a conservadores ni a ortodoxos”. El rabino Sergio Bergman, amigo y compañero de batalla de Korob, me dijo que se trata de un logro “parcial”: Ariel no peleaba por una parcela, sino por el reconocimiento de un derecho.

El miércoles, el mismo día en que la AMIA difundía el comunicado anunciando su “decisión histórica”, Ariel Korob fue enterrado en La Tablada.