COLUMNISTAS

El león de San Juan

Por Quintín

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El otro día entré en una librería del Alto Palermo y pregunté por un libro de Eduardo Lalo. Tras preguntar “¿Lalo, así como suena”?, el vendedor consultó la computadora y descubrió que en el local había cuatro títulos cuya existencia desconocía. Como si Lalo fuera invisible, lo que no deja de ser lógico en un escritor cuyo tema es la invisibilidad de su país y de su literatura (la de otros países y otras literaturas). Nacido en Cuba en 1960 de padres que emigraron a Puerto Rico cuando era muy chico, Lalo es además artista plástico, fotógrafo y cineasta. Pero, sobre todo, es uno de los intelectuales que mejor comprendió de qué se trata ser artista en un país periférico.
La edición de los libros de Lalo en la Argentina se debe a editorial Corregidor, que en los últimos dos años lanzó un ensayo (Los países invisibles), un libro de poesías y dibujos (Necrópolis) y dos novelas (La inutilidad y Simone). Un acto extravagante, que parece no serlo tanto desde que Lalo ganó en 2013 el Premio Rómulo Gallegos por Simone y pasó a tener una existencia más sólida, condición que se nota en el combativo discurso que pronunció hace unos días en ocasión de la apertura del año lectivo en la Universidad de Puerto Rico.
La narrativa, el ensayo y la poesía de Lalo mezclan formas más o menos veladas de autobiografía y una constante reflexión sobre la soledad esencial del escritor y el precio que se paga por no ser un payaso. Los libros relatan una historia de aprendizaje y de desencuentros culturales y amorosos, que empieza en París con La inutilidad, una especie de Rayuela protagonizada por un joven menos tonto que Olivera, que leyó a Pierre Clastres en lugar de a Sartre, que no cree en el glamour de la miseria parisina ni compra monsergas revolucionarias del Tercer Mundo. “Existe una soberanía extrema en quien no espera nada, en quien mira desde la transparencia de la sombra, que es el único lugar desde el que se ve sin ser visto”, dice Lalo en Los países invisibles, y el libro es esa mirada desde la sombra que permite entender que el fenómeno de la invisibilidad afecta a los que se caen del mapa pero también a los que no son más que el reflejo de su propia imagen.
Simone es otro ejemplo del feroz escepticismo de Lalo, otro episodio en su revisión de formas del fracaso y la locura producidas por la insularidad y el aislamiento. La novela es la trágica historia de amor entre un escritor de Puerto Rico y una estudiante china, educados de modos distintos en la represión y la asfixia, destinados a superponerse más que a unirse y a no encontrar canales para su producción como artistas. La relación entre el narrador y Li Chao es también el vehículo para que, sobre el final del libro, el personaje de otro escritor llamado Máximo Noreña le sirva a Lalo para desarrollar una precisa y virulenta denuncia contra el papel de España en la manipulación de la literatura en castellano, contra la mediocridad de sus escritores, la chatura de su conversación, el paternalismo de sus intelectuales y la complicidad del Estado y las empresas peninsulares en la promoción de sus nulidades nativas y de las escogidas en las Indias. El encuentro entre Noreña y el literato español de gira por las colonias es de lo más insidioso y brillante que leí en estos meses.