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El libro de agua

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Dado que la amenaza nuclear ha dejado de ser perentoria (al menos eso quisiéramos creer), el mayor y más preocupante peligro que corren los libros es el fuego. Es el destino del papel: está hecho para eso. El químico francés residente en Québec, Canadá, Armand Leclerc, para eludir de este modo ese destino ha presentado en la sociedad científica de su país un libro de agua, mucho menos infinito que su pariente lejano, el libro de arena (que, por otra parte, es una pura invención literaria), y más perdurable y menos atado a la moda tecnológica que el libro electrónico. El libro de agua consiste en lábiles páginas de gelatina impresa, cada una de ellas encerrada e inmersa en una “caja” de acrílico llena de agua destilada. Las páginas están “encuadernadas” por medio de bisagras de acero. Su peso, naturalmente, depende de la cantidad de páginas, pero un libro corriente, digamos, de 200 páginas, no llega a pesar más de un kilo, casi nada si se piensa en la capacidad de perdurabilidad del invento. Las marcas en las hojas, el sino del trabajo intelectual, pueden realizarse por medio de un resaltador de tinta lavable, especialmente concebido para eso, también por Leclerc. El libro es inmune al agua. No así a los golpes.

Tuve la ocasión de tener hace unos años uno de esos libros en mis manos, y debo decir que la impresión no ha sido muy satisfactoria que digamos. El libro de agua adolece de varios problemas. El primero de ellos, como ya dije, son los golpes. Pero los golpes son evitables si uno se mueve con lentitud y cierta seguridad, aunque lo más seguro es no moverse en absoluto y, sobre todo, no sacar a pasear el libro como si fuera un perro, cosa que en la cultura occidental sigue estando bastante de moda (no siempre fue así: hasta la invención de los “libros de bolsillo”, parecían haber sido concebidos para permanecer en casa). Pero ni aun la quietud puede evitar que un objeto como el libro, al igual que cualquier otro objeto, demuestre en determinado momento lo que realmente es, algo débil de por sí, pero mucho más débil en contacto con el animal humano, que con su torpeza y displicencia todo lo destruye. El verdadero problema radica en que, al ser sus páginas de acrílico, su supervivencia está ligada al peso específico del lector. Un libro de agua dejado sobre la cama, por ejemplo, corre el peligro de terminar bajo el lector dormido. Y dado que la lectura es la actividad sedentaria por excelencia, no es sorprendente imaginar un lector con sobrepeso. En el momento menos esperado el acrílico puede rajarse, dejando escapar una materia blanda, fría, pegajosa y de un olor bastante desagradable.

No está escrito que todos los inventos tienen que ser infalibles. Pero al libro de agua el fuego no le hace mella.