COLUMNISTAS
opinion

El libro de una ciudad

imagen default
| Cedoc

Hace cuatro años asistí a la presentación de El ojo en la nuca, de lan Stavans y Juan Villoro en la Feria del Libro de Guadalajara. Consistía en una conversación entre Juan Villoro y un escritor cuyo nombre ahora no recuerdo. En un momento el escritor sin nombre hizo una de esas preguntas que, o bien resultan de rutina o, al contrario, desembocan en un pequeño acontecimiento. Simplemente le preguntó a Villoro si estaba escribiendo algo nuevo. Villoro respondió: “Tengo entre manos algo que no sé si voy a poder hacer: un libro sobre la Ciudad de México”.  “¿Una novela?”. “No. Es otra cosa. Una especie de crónica, mezcla con autobiografía, con ensayo y ficción”. Al escuchar la frase, cierto sentimiento de temor me recorrió: esos proyectos totales, abarcadores, súper ambiciosos, suelen salir mal. No es el caso de El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México, de Juan Villoro (Almadía, Ciudad de México, pie de imprenta en septiembre de 2018), el libro en cuestión sobre el viejo D.F. –llamado ahora Ciudad de México– en el que, efectivamente atraviesa diferentes géneros para desembocar en un libro impresionista (que lejanamente recuerda a La cabeza de Goliat, de Martínez Estrada) pero nunca ingenuo, en el que El Deforme (modo entre irónico y coloquial con que los mexicanos llaman al D.F.) aparece en toda su dimensión apocalíptica, brutal y, a la vez, maravilloso. Compuesto por más de cuarenta capítulos en el que cada uno funciona como una pequeña crónica, algunos de esos textos fueron publicados por primera vez hace 17 años, dato que sirve para evaluar el grado de pregnancia que la Ciudad de México tiene en la obra de Villoro. De alguna manera, tenemos la impresión de que Villoro pasó su vida preparándose para escribir este libro. Y lo hizo. Lo hizo por supuesto con altos y bajos, es imposible que el texto mantenga el mismo nivel en sus 405 páginas, pero las caídas (en cierto, ahí sí, exceso de impresionismo, de frases rápidas que funcionan casi como eslóganes) nunca son decepcionantes y, en cambio, los puntos altos son la inmensa mayoría y, además, extraordinarios. El capítulo sobre el metro es de lo mejor que se escribió sobre el tema, lo mismo que el dedicado al cine de los luchadores. El de Paquita la del Barrio, otro tanto. El final dedicado al terremoto de 2017 es conmovedor (a esta altura, Villoro se volvió un experto en terremotos). El libro alterna la presentación de personajes, lugares y ceremonias. Una y otra vez vuelve Villoro a esas escenas mínimas, sobre esos rostros y oficios que van marcando el pulso de la ciudad: primero el merenguero, el encargado, y otros por el estilo, para luego desembocar ya en el zombi o en el limpiador de alcantarillas, como el pasaje de la experiencia de una ciudad a otra cosa, algo nuevo, inmenso, una megalópolis compuesta por varias ciudades en su interior, todas a punto de estallar, de hundirse en el lago seco, en el volcán apagado. El vertido horizontal es el libro de una inminencia. O dicho de otro modo: es el libro sobre la experiencia de vivir en la contingencia absoluta.
 El capítulo sobre Heberto Castillo es igualmente perfecto, e incluye la relación de Villoro con el periodismo. Si yo fuera (o hubiese sido) editor de Villoro le diría que allí hay un gran libro por hacer: la crónica de los cambios en el periodismo en los últimos 40 años.