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El Marco Polo de la derecha

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Madrid. Milei ayer en la capital española, donde presentó su libro “El camino del libertario”. | NA

Aunque por proporciones y causas muy distintas, al igual que el Papa, Milei es más valorado en el exterior que en su patria. A la fascinación que ejerce en cualquier audiencia lo estrambótico de su personalidad –es de suponer que si fuera parte de Gran hermano, superaría en interés a los avatares de Furia, la participante más controversial– Milei suma la plataforma mundial que significa el ejercicio de la presidencia de un país.

Los extranjeros pueden disfrutar el espectáculo que brinda nuestro presidente sin sufrir las consecuencias negativas que puedan padecer los perjudicados por sus políticas, lo que explica que en su propio país tenga tantos detractores como admiradores mientras en el exterior solo coseche admiradores e indiferentes.

¿Qué utilidad tienen para Argentina los viajes de Milei sin ver a los gobiernos de los visitados?

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En varias de estas columnas anteriores se conjeturó con un futuro Javier Milei expresidente viviendo en el extranjero sin tener que cruzarse constantemente con ciudadanos que, eventualmente afectados por su políticas, puedan transmitirle enfervorizadamente sus quejas cara a cara y, fundamentalmente, pudiendo gozar de la explotación del capital simbólico de ser un referente mundial de la extrema derecha como influencer, orador y panelista del primer mundo, donde con solo un 10% de la audiencia total que adscriba a sus ideas tendrá diez veces más adictos que con la mitad de todos los argentinos que lo pudieran seguir aprobando. Además, como se sabe, la aprobación local nunca es perenne, porque todos los expresidentes, aun aquellos que hayan tenido éxito, son denostados al perder el poder hasta por aburrimiento de los mismos que lo apoyaron, que van en búsqueda de un nuevo espectáculo.

Todos los expresidentes han tenido y tienen más valoraciones negativas que positivas en todas las encuestas, y el mejor ejemplo es el homenajeado, y pretendidamente imitado por Milei, Carlos Menem. Lo mismo le ocurrió a Alfonsín, y les sucede hoy a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri. No se puede ser expresidente y querido por la mayoría, mientras que en el exterior el solo afecto de una minoría intensa sobra para endulzar el alma y generar ingresos varias decenas de veces superiores a la pensión de expresidente de seis mil dólares mensuales.

Los múltiples viajes al exterior en los pocos meses que Milei lleva de gobierno, varios de ellos a eventos alejados a la representación Estado-Estado, podrían tener en el fondo esta explicación o, por lo menos, ser funcionales en un futuro a ese eventual plan de vida. Ejemplos de este tipo son el viaje a Washington para la cumbre de la Conferencia Política de Acción Conservadora, donde se fotografió con Trump; a la ciudad de Miami, para recibir el reconocimiento de la comunidad judía como “embajador de la luz”; el más reciente a Los Ángeles, para participar en la Conferencia Global que organiza el Instituto Milken y reunirse con Elon Musk, y el que realiza desde el jueves para asistir a un acto organizado por el líder del partido de extrema derecha Vox, Santiago Abascal, y presentar su libro El camino del libertario.

Tener la posibilidad futura de una vez terminada la presidencia poder continuar la carrera política en otros países como comunicador y militante encumbrado necesariamente cambia la perspectiva, consciente o inconsciente, con la que se ejerza la presidencia en el presente. Mauricio Macri, por ejemplo, quería y quiere seguir viviendo en la Argentina, donde además tiene a sus hijos y demás familiares. Que sus familiares o él mismo sean despreciados o eventualmente agredidos, aunque fuera de manera oral, por sus políticas pasadas debió siempre haber estado, de nuevo, consciente o inconsciente, en su mente a la hora de tomar decisiones inhibiendo, sanamente, aquellas que pudieran tener mayor costo reputacional.

Milei no tiene como propia más familia que su hermana, ambos sin descendientes; su relación con sus padres es confesadamente mala, lo que le permite una libertad de acción muy diferente a la de todos los presidentes que lo antecedieron en el cargo. En esa carencia de carga afectiva familiar sobre sus hombros quizá resida parte de su fortaleza a la hora de aplicar medidas draconianas de ajuste que le permitan tener algún éxito macroeconómico. Sin llegar a lo que sorpresivamente sostuvo Daniel Scioli en LN+: “¡Una baja en la tasa de interés al 40% anual! Si esto sigue así, a Milei le van a tener que dar el Premio Nobel de Economía”, (sic) se le atribuye a Roberto Lavagna decirles a sus íntimos que no habría que descartar la posibilidad de una neoconvertibilidad que pudiera ser exitosa en un plazo mediano de dos a cuatro años para luego volver a explotar, pero que sea redituable electoralmente por un tiempo.

Milei asumió como presidente con 54 años, la misma edad que tenía Alfonsín al asumir en 1983, quien después de dejar de ser presidente hizo veinte años de política hasta su muerte. Y es de suponer que Milei cómodamente pueda tener treinta años o más como expresidente, porque la medicina no solo prolongó la longevidad general, sino transformó generacionalmente la política: el próximo 5 de noviembre los norteamericanos votarán entre dos personas de 77 y 81 años, Donald Trump y Joe Biden, respectivamente.

Continuar una carrera política en exterior cuando deje de ser presidente en su país

Raúl Alfonsín siempre se quejaba de que la mirada de las publicaciones de Editorial Perfil, por entonces no existía este diario pero sí la revista Noticias, estaba atravesada por el más contemporáneo de los tres grandes maestros de la sospecha: Sigmund Freud, y le incomodaba nuestra tendencia a darle tanta importancia a la psicología del presidente de turno como a su ideología. Con todos los presidentes siempre pusimos foco en la vida personal y su historia familiar para comprender el marco emocional en el cual tomaba decisiones. En el caso de Milei, siendo tan especial su personalidad y singular su comportamiento, podría ser aún más útil para comprenderlo.

Mientras tanto, tengan o no los viajes de Milei un objetivo de abrirse camino a una futura carrera internacional o solo reforzar el apoyo externo para su carrera política local, dado el enorme interés que despierta su figura lejos de su patria, vale calificarlo como el Marco Polo de la derecha.