En un artículo publicado originalmente en 1995 y que hace poco tiempo reprodujo la revista (¿se dice virtual o digital?) El Diletante, el escritor norteamericano Steven Millhauser va desde la discreción y la razón hasta el vértigo analizando todas las relaciones posibles –al menos las que él encuentra– entre una obra original y sus réplicas. No recuerdo el título original del artículo, porque los directores de la revista tuvieron la gentileza de copiarlo y enviármelo. Recibido, lo guardé en mi escritorio bajo el título de “Réplicas Millhauser”. Hace meses que lo voy leyendo con deleite, y no llegué aún al final (tiene solo 22 páginas en mi archivo, pero ¡qué páginas!). Cada tanto lo retomo desde el comienzo: es un festival de sosegado humor y admirable inteligencia.
Dentro de los pocos autores contemporáneos vivos que he leído, Millhauser es en mi opinión el mejor de todos, y su novela Martin Dressler: historia de un soñador americano supera aun a sus parsimoniosos cuentos.
El lector puede acercarse a las traducciones de sus libros buscando en las páginas libertarias de Mercado ídem (hay ediciones chilenas traducidas hace añares por Carlos Gardini) o buscarlo en las ediciones que va soltando cada tanto la local Interzona.
Dentro de estas últimas publicaciones, recomiendo sobre todo su August Eschenberg, una nouvelle tan literaria como sosegadamente ensayística sobre la sustitución de un sistema de producción estética singular por la reproducción en serie. Es una obra sobre la caída de un cierto ideal de artista.
Lo que quería decir al respecto queda para la columna siguiente, de mayor espacio.
