No era el mejor equipo de los últimos cincuenta años ni tampoco el peor gobierno de la democracia. Pero aquella percepción inicial de diciembre de 2015, cuando se creía que los integrantes del nuevo gobierno tenían alas, y esta actual de verlos inoperantes, ambas injustas, refleja que Cambiemos no hizo una correcta lectura sobre por qué había ganado las elecciones en 2015 y qué le pedían sus votantes.
La gran mayoría de quienes eligieron a Macri lo hicieron por considerarlo el más adecuado para “sacarse de encima a Cristina”, lo que Scioli no garantizaba. En el devenir de su gobierno, el Presidente pudo comenzar a creer que fue votado para integrar la Argentina al mundo, modificar el modelo económico o erradicar las mafias, y que para poder atacar todos esos frentes eran necesarios cuatro años adicionales. Entonces, para volver a ganar las elecciones era imprescindible mantener latente la contrafigura de Cristina Kirchner, sin percibir que estaba traicionando su mandato de superar la vigencia de la ex presidenta.
La estafa esclavizante de la grieta es hacer pasar a los dos tercios que se oponen por el 100% de la sociedad.
Macri fue el cuerpo que eligió una parte de la sociedad para hacer una tarea que no cumplió: Cristina Kirchner sigue tan vigente como en 2015. Es tan cierto observar que si Macri, a pesar del fracaso económico, continúa teniendo tanta intención de voto como la ex presidenta es porque el temor a su retorno hace que se le perdonen sus desaciertos, como –también– observar que, al intentar hacer a sus propios votantes esclavos del incumplimiento de su mandato (erradicar a Cristina), en algún momento puede cosechar el efecto contrario. Y los amarrados al no regreso de la ex presidenta, enojarse e irse con otro candidato que les asegure igual o mejor que Macri ganarle a Cristina.
Es sintomático ver cómo Alberto Fernández, el vocero más político de Cristina Kirchner, ataca a Lavagna con igual o mayor ímpetu que a Macri. Sería lógico pensar que si dos terceras partes de la sociedad desean que Cristina Kirchner no vuelva a presidirlas –considerando que un tercio la quiera de vuelta–, un tercio quiera la reelección de Macri, y que quien aglutine el otro tercio también deba responder a la demanda de que no regrese Cristina, compitiendo en ese punto con Macri.
Paradójicamente, una eventual candidatura de Alternativa Federal que lograra generar un caudal de votos competitivo tanto con Macri como con el kirchnerismo sería un triunfo cultural de Cambiemos, si es que la categoría con la que definir el fondo de la discusión electoral que se avecina es entre racionalidad y emocionalidad, exageradamente entre episteme y mito.
En ese caso la competencia entre Cambiemos y Alternativa Federal sería sobre qué forma de racionalidad es la más adecuada para la Argentina actual, también exageradamente la cosmovisión de quienes fueron formados en la universidad pública o en la universidad privada.
Otro problema del diagnóstico de Cambiemos es que, para vencer definitivamente a Cristina Kirchner, es imprescindible también vencer la grieta. No hay síntoma de mayor vigencia de Cristina Kirchner que la simultánea vigencia de la grieta.
Vencer la grieta será fundamental para poder gobernar porque en el Congreso se lograrían consensos mayoritarios entre los diputados y senadores de los dos sectores políticos racionales, representando así el verdadero espíritu de una mayoría de la sociedad argentina, que no se encuentra expresado integralmente por Cambiemos.
La estafa esclavizante de la grieta reside en su falacia: los dos tercios que se rechazan, sumados, quieren hacer creer que son el ciento por ciento. Lo que podría terminar siendo así en un ballottage entre Macri y Cristina Kirchner, donde uno u otro gane 55% a 45%, sin representar esos números la verdadera forma de pensar de la sociedad.
La grieta actual puede terminar beneficiando más a Cristina Kirchner que a Macri porque hay más personas en el campo “racionalista” pero la polarización descategoriza ese colectivo, reformulando los campos entre Cristina y Macri.
La disyuntiva entre Cristina y Macri hace imposibles los acuerdos legislativos porque, si cada uno de los grupos en pugna cree que si gana el otro su destino será el ostracismo, hará lo imposible por no votarle las leyes que le permitan hacer un buen gobierno, mientras que si la competencia fuera entre los dos sectores que representan los dos tercios racionalistas, Cambiemos y Alternativa Federal, por ejemplo, podría llegar a existir cooperación porque, al compartir ciertos lineamientos, cada uno podría esperar sustituir al otro en la siguiente elección, en una alternancia política con continuidad de políticas de Estado, como fue en las mejores épocas de Europa entre la socialdemocracia y la democracia cristiana, dos formaciones de centro con matices.
La grieta que benefició electoralmente a Macri en 2015 y 2017 podría, en otro contexto, pasar a beneficiar a Cristina
El equipo electoral de Cambiemos pudo haber cometido el error más común de las organizaciones exitosas: morir de éxito, repetir y repetir lo que dio éxito hasta que su desgaste lo haga obsoleto. La grieta que le fue útil en 2015 puede terminar siendo un boomerang en 2019. Y si Macri fuera reelecto en un ballottage, le sería de enorme utilidad para la gobernabilidad de su segundo mandato que en la primera vuelta, cuando se eligen diputados y senadores, haya una tercera vía lo más robusta posible con la que luego pueda entenderse y formar consensos en el Congreso.
Como tantas veces y desde hace tiempo se viene diciendo en esta columna, la grieta es la causa y la economía es la consecuencia: la superestructura (cultura) condiciona la infraestructura (economía). Macri hace foco en la imprescindible infraestructura, pero sin una superestructura que le dé sentido y un “para qué”, las buenas intenciones naufragarán al consumirse casi toda la energía social en la pelea.