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EL CASO TEVEZ

El mismo río y los huevos

El lío, parece, lo armó Platón en su Diálogo con Crátilo, un fan de Heráclito.

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“En los mismos ríos entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos)”

Heráclito de Efeso (535-484 a.C.); cita 22 B 12 en “Fragmentos de los presocráticos” (1903), de Herman Diels, con ediciones ampliadas por Walther Kranz hasta 1952.

 

El lío, parece, lo armó Platón en su Diálogo con Crátilo, un fan de Heráclito. La cita no fue del todo exacta y chau, el tiempo y la repetición la redujeron a un apotegma más vendedor, más de papelito de caramelo. “Nadie se baña dos veces en el mismo río” es, sin duda, más fácil de recordar que el original, allá arriba, en el acápite. Ambas explican la idea fundamental del pensamiento de Heráclito: la vida fluye, es todo devenir, todo cambio.

Parece loco, pero todo este embrollo presocrático se instaló en mi cabeza luego de ver a Tevez hablar sin filtros, maduro, exhibiendo su melancolía, sus contradicciones internas, su desconcierto.

Sí, el río es el mismo, Carlitos. Se llama Argentina, el país donde nacimos y que nos acostumbró a que cada 12 años, más o menos, nos arrase un tsunami económico. Y vos sos el que se fue a Brasil en 2005, el que arrancaba como un toro y aguantaba chocar contra cualquiera, el que atrajo las luces y que este mes se casa con Vanesa, la madre de tus hijos, en una fiesta que durará tres días. Como Woodstock.

Pero las aguas que corren hoy son otras. Vos también, Carlos Tevez, sos otro después de diez años girando por el mundo, idolatrado por 27 millones de corinthianos, siendo el más guapo de Londres, rey de dos pueblos en la tediosa Manchester, príncipe argentino en la aristocrática Turín. Mirá, ya ni la AFA sobrevive. Nada es igual. No es lo que imaginabas cuando volvías. El tiempo es un ladrón.

Aplausos, ovaciones, millones, barcos, vacaciones en paraísos, autos sport, la devoción de los que te aman porque los hacés ganar, porque para eso te pagan fortunas: para ser su héroe. No es fácil soportar las presiones, la rutina que hay que sostener para sobrevivir en el competitivo y despiadado nivel del fútbol de elite mundial.

Ya sé, nosotros la pasamos peor. Ninguna duda. Pero aquí intentamos hablar de un hombre y su circunstancia, de un par. Antes de cosificar a Tevez, que es lo más fácil, pensemos cómo alguien que lo tiene todo como él puede sentirse así. Desangelado.

Hace años, en un vuelo Buenos Aires-Santa Fe, le pregunté a Reutemann, que recién firmaba para Williams, qué pensaba hacer cuando dejara la Fórmula 1. Sonrió, movió la cabeza y me miró, seguro de que me daría la única respuesta que no esperaba. Tenía razón. “Conocer Europa”, me dijo.

Tevez llegó en julio del año pasado y cuatro meses más tarde ya había ganado dos títulos nacionales. En diciembre, eufórico y ya con su jefe en la Casa Rosada, Danyel Angel Easy, líder de Defensores de Macri, fue reelecto. Antes de ese fichaje en el que nadie creía, y en medio de la humillación del gas pimienta, nadie daba un centavo por su futuro político. Jugó fuerte y ganó. Su jugador fetiche fue decisivo. No volvió a ser el mismo.

Primero decían que se fastidiaba por la logística; la concentración, la comida, los viajes. Después, porque no quería jugar de 9 o por los refuerzos que le traían. Tonterías. Se le notaba la incomodidad. Nada es peor que sentirse extranjero en tu propio sitio.

La eliminación de la Copa con Independiente del Valle fue una bomba. Que Central los dejara afuera de la Copa Argentina, es decir, de la única chance que quedaba para volver a la Libertadores, fue ver caer la última pared que quedaba en pie. Tevez había vuelto para cerrar su cuento de hadas con esa foto ideal. No podrá ser.

Carlitos es de Fuerte Apache y uno imagina que nada podría perturbar a quien creció en esos barrios bravos. Falso. La violencia en el fútbol siempre existió, pero el grado de intolerancia, crueldad y perversión que existe hoy no admite comparación. Las barras bravas, simples bandas organizadas, evolucionaron a pymes. Tevez contó que, de la mano con su hija, fue insultado por hinchas propios luego de una derrota. Lo contó absorto, y no fingía.   

¿Jugar un año en el Shanghai Shenhua, en la Liga china, de taquito, cobrando 40 millones de euros? ¿Cuatro casas, para acomodar amigos y familiares? ¿Cuántos autos desea el señor? Wow. ¿Quién puede resistir una oferta así? Respuesta: quien haya ganado mucho y esté harto de vivir lejos de su lugar en el mundo. Tevez duda. Un año del otro lado del planeta o dar las hurras y dedicarse al golf. La idea de seguir jugando acá, intuyo, se le fue secando día a día durante este año.

Quería hablar más sobre Tevez, pero escuché una frase de Hernán Pellerano, el central de Independiente, que me dejó en estado de shock. Supongo que para defender a su técnico dijo, días después del clásico perdido con Racing: “Al tirarnos huevos al micro, los hinchas nos marcaron que nos faltó actitud. Tienen razón. No hay excusas. Sin ejercer violencia, ellos tienen derecho a putearnos porque nos siguen siempre y pagan. Lo merecíamos”.

Bien. La tendré en cuenta para el ranking de frases más estúpidas del año. La duda, ahora, es tecnológica. ¿Quién controlará el huevómetro? ¿La barra? Si un equipo pierde porque su rival lo pasó por encima –esto es fútbol, sucede–, ¿quién decide si fue por olvidar, como admiten, la canastita en el vestuario o no? El silencio de Milito, ¿otorga? ¿Y si los huevos mutan en piedras? ¿O balazos? ¿Cómo se controla la subjetividad de una patota de retardados armados hasta los dientes?

Más allá de la sinceridad, la oportunidad o la demagogia de las frases de Pellerano, si un profesional acepta en público que trabajó a desgano en una situación clave, más que disculparse debería irse por la puerta de atrás, silbando bajito.

Y si no, compatriotas, tratemos de no hablar más idioteces. Algo que, lo sé bien, cuesta cada vez más en estas pampas de crisis.