Se acercan instancias cruciales en lo económico, al modo de un “momento de la verdad”, como lo es el día posterior a los comicios. Hay hitos decisivos. Al implantarse la convertibilidad y al abandonarla, se dieron algunos de ellos. Hubo otro, menos intenso, a fines de 2007, cuando se debió optar entre imponer una adecuación de sintonía fina al modelo operante –service– o continuar linealmente su administración. El que viene tiene un voltaje intermedio entre aquellos.
Apenas acaben los sones electorales, el sistema político tendrá que procesar un delicado cuadro económico, ello, independientemente de que en lo inmediato la desaceleración de la actividad busque cierto piso y de que se atisben mejoras externas. Existe una seria problemática de tenor endógeno, más allá de los contextos, que el sistema político deberá afrontar expeditivamente. En su defecto, tanto más amenazará una anomia económica generalizada.
Si, en cambio, se actúa de manera constructiva –v.gr., intentando retomar, saneando errores, el exitoso modelo de corto tiempo atrás–, adviértase que no cabe solución milagrosa alguna derivada de una eventual ayuda externa que nos releve de nuestros estrictos deberes. Difícilmente habrá una condicionalidad cero y una disposición a financiar la hipotética continuidad de la fuga de capitales. Aspirar a un determinado respaldo “por si las moscas” y/o a un puente para moderar rigores vale, pero sabiendo que las severas tareas propias para reencuadrar variables serán inapelables.
Tampoco sería sana dicha ayuda si coartara los esfuerzos del país en favor de un esquema de tipo de cambio real apreciado, hipotecando así nuestras chances de reciclar el crecimiento a futuro. Atendiendo a esas chances, justamente, se requiere un tipo de cambio bastante más realista que el presente –el actual ajuste acotado de aquél ya está atisbando beneficios en exportaciones y en recaudación–, útil, además, como factor de aporte a la generación de divisas y al frente fiscal, el que exigirá un claro reordenamiento. En un marco de política integral y consistente, ese tipo de cambio, despegando de la postura del Banco Central sobre el tema, es principio de solución y no es identificable con un cambio desquiciado que refleje un estado de anomia.
Como se dijo, el ordenamiento del frente fiscal es clave. Con éste se encaró un cometido anticíclico durante la crisis. El resultado al respecto ha sido relativo pero, en el ínterin, el superávit nacional se va diluyendo, dato a integrar o a “consolidar” –y tratar así en las terapias– con los apremios que se perfilan en las provincias. El gasto, por ende, deberá someterse a fuertes prioridades. No será el momento, por su complejidad, de asumir una reforma tributaria pero, quizá, cabe pensar en alguna contribución extraordinaria ad hoc.
El enfoque puede lucir algo duro pero, en verdad, no hay “facilismo” que valga. Este, a la postre, terminaría imponiendo de facto adecuaciones en materia cambiaria y fiscal aun más graves y desordenadas. En definitiva, si no ceñimos seriamente el proceso de fuga de capitales, la capacidad de hacer política económica se mutila. Máxime, dado un país con determinado sesgo hacia el bimonetarismo –hay, incluso, una cierta redolarización interna de carteras–, y hasta el trimonetarismo, computando la sombra de las cuasi monedas. Por lo demás, una seria articulación cambiaria y fiscal, con su incidencia limitante de aquel proceso, podría echar las bases para, en perspectiva, aspirar a una progresiva remonetización de la economía apoyada en el peso.
El planteo debería empalmar con cierta tregua en cuanto a la puja de precios y salarios –algo poco viable sin una revalorización del Indec–, puja que se mantiene inercial. Ello, buscando robustecer la prioridad del empleo, minimizar adicionalmente los efectos inmediatos en los precios de las adecuaciones, alentar un horizonte de más estabilidad y consolidar precios relativos aptos para el crecimiento. Aun con algún costo inicial, se trata de la mejor opción, preferible a forzar la estanflación y/o un mayor estrés inflacionario directo.
*Economista.