Luego de su último acto internacional, con Cristina Kirchner despidiéndose del atril de las Naciones Unidas, se impone un análisis de lo que el mundo fue para el kirchnerismo. Cuando Néstor y Cristina llegaron a la Casa Rosada no habían realizado ningún viaje fuera de la Argentina. Literalmente, no conocían el mundo. El escenario internacional era ajeno y extraño para los patagónicos que llegaban desde el sur. La política exterior era una agenda nueva, desconocida para los Kirchner.
Doce años después, la diplomacia K se ha convertido en una de las facetas más interesantes para analizar. Para algunos especialistas fueron años en los que la Argentina logró un modo de inserción positivo, que rompió con una lógica de subordinación a las potencias hegemónicas, para hacer valer su voz en el escenario internacional junto a socios regionales que antes habían sido postergados en la diplomacia argentina. Para otros, en cambio, fue una época marcada por el aislamiento y el alejamiento de los centros de poder gracias a una lógica que combinó errores de apreciación sobre las alianzas a desarrollar con la permanente crítica a los núcleos de financiamiento, proveedores de una necesaria inversión para el país. Entender esta contradicción es una tarea necesaria para arrojar luces y sombras sobre la política exterior que esbozó el kirchnerismo.
Para dar cuenta de este desafío es posible recurrir al trabajo que Roberto Russell y Juan Gabriel Tokatlian realizaron en “La política exterior del kirchnerismo”, recientemente publicado en ¿Década ganada? Evaluando el legado del kirchnerismo (Debate, 2015), editado por Carlos Gervasoni y Enrique Peruzzotti. Luego de reconocer que la política exterior del kirchnerismo “ha sido juzgada, por lo general, sin medias tintas”, Russell y Tokatlian, dos de los más destacados teóricos de política internacional de la Argentina, advierten: “El kirchnerismo no ha instaurado un nuevo ‘ciclo’ de la política exterior; preferimos hablar de un ‘momento’ dado que esta etapa carece de premisas claras”.
Doctores en relaciones internacionales, Russell y Tokatlian señalan diferencias entre los K. Mientras que la política exterior de Néstor estuvo atada a la crisis 2001-2002 y al gran evento catalizador de la acción internacional desplegada tras esos años, la diplomacia de Cristina fue más compleja porque no hubo un evento unificador en el frente externo. No obstante, ambos gobiernos estuvieron marcados por el “hiperpresidencialismo” para el diseño de la política exterior.
Según los profesores de las Universidades Di Tella, la debilidad de origen que tuvo Néstor por haber asumido su gobierno con un bajo porcentaje de votos, lo obligó a erigir un espacio propio de poder y, desde allí, estuvo “en forma obsesiva y meticulosa” involucrado en todas las medidas, aun las menos importantes. “En el campo de la política exterior, por ejemplo, participó párrafo por párrafo y con inusual dureza en la redacción de las condiciones específicas de los acuerdos alcanzados con el FMI durante 2003 y 2004” a la vez que “especificó que las relaciones con Brasil y Estados Unidos quedarían en sus manos”.
En este proceso de construcción y centralización de poder, Kirchner “no definió una estrategia precisa de política exterior”, más allá de vagas alusiones al establecimiento de “relaciones serias, maduras y racionales” con el mundo, a la relevancia de América Latina para el país y a la integración regional con el acento en el Mercosur. En lugar del “alineamiento automático” propuso una relación con Estados Unidos de “coperación sin cohabitación” para lo cual la cumbre de Mar del Plata que impidió un acuerdo por el ALCA fue trascendental.
En tanto, Cristina asumió en un contexto en el que las urgencia externas e internas de los primeros años habían quedado atrás y parecía contar con “condiciones propicias para el desarrollo de una política exterior más diversificada y activa”. Pero, a poco de ingresar a la Casa Rosada, se encontró con tres escenarios que, según los autores, la obligaron a reforzar su poder por interpretar que actores externos e internos querían “ponerle palos en la rueda a su gobierno”.
Los acontecimientos fueron: el caso de la valija de Antonini Wilson, el lockout agropecuario tras la resolución 125 de retenciones a exportaciones del campo y el estallido de la crisis económica-financiera de 2008 en Estados Unidos, lo que la Presidenta calificó, irónicamente, como “efecto jazz”.
Por otra parte, los autores señalan que “el caso más emblemático en materia de política exterior, y la vez más controvertido” fue la decisión de firmar un memorándum de entendimiento en 2013 con Irán para investigar el atentado terrorista contra la AMIA en 1994, a la vez que recuerdan la tensión con Estados Unidos en 2010 tras el abordaje de un avión de la Fuerza Aérea norteamericana que provocó una “intervención exagerada” por el canciller Héctor Timerman en lo que los autores denominan como la “diplomacia de la ira”.
Russell y Tokatlian aclaran que, así como Carlos Menem insistió en la necesidad de recuperar la identidad “occidental” de la Argentina en el marco de la posguerra fría, los Kirchner definieron al país como una parte constitutiva de la “Patria Grande”, una nación cada vez más “latinaomericanista” y menos “europea-occidental”. Pero marcan que en casos concretos, como por ejemplo, la disputa por la soberanía de las Islas Malvinas, se “sobreestima” el apoyo regional que tuvo menos impacto que el deseado.
No obstante, observando las cifras del relacionamiento económico internacional, el escenario no parece ser tan claro como se propone desde el relato oficial. Mientras el Mercosur explicó el 2% de las exportaciones argentinas en 1990 y el 2,7% en 2010; Estados Unidos representó el 16,8% en 1990 y el 10,3% en 2010 y la Unión Europea el 24,6% en 1990 y el 17,9% en 2010. Pero fue China el gran ganador: pasó de explicar el 2,9% de las exportaciones en 1990 a explicar el 14,8% en 2010. La relación se mantiene también para las importaciones, por lo que se dibuja así un escenario en el que se observa cuatro tendencias externas: la pérdida relativa de la centralidad de Estados Unidos para Argentina, el peso decreciente de Europa, la mayor influencia de Brasil y la creciente relevancia de Asia, fundamentalmente, China.
“A la luz de estos criterios, la política exterior kirchnerista registra menos anotaciones en su haber que las deseables o las que sus partidarios le atribuyen”, aclaran Russell y Tokatlian. “En el balance, la política exterior no estuvo a la altura de sus promesas. Esta incongruencia, que se acentuó a fines de la década, impidió que el kirchnerismo pudiera establecer un nuevo paradigma de política exterior que los trascendiera. Primó la táctica sobre la estrategia”, agregan los especialistas.
Se trató, en definitiva, de un gobierno que termina “con incertidumbres sobre orientaciones futuras, con ambivalencias y probables giros de timón” que se demuestran con “un descarnado pragmatismo” y “posturas dogmáticas” en el escenario internacional. “Muy poco, en ambos casos –concluyen Russell y Tokatlian– para sostener aspiraciones fundacionales de un nuevo ciclo de política exterior”.