Después de que algunas autoridades dilapidaron el dinero de la década más próspera de la historia argentina, creció la pobreza, aunque el gobierno kirchnerista llegó a decir que teníamos menos pobres que Alemania. Al mismo tiempo instalaron una demagogia masoquista para denostar al país. Algunos repiten que hay niños que se mueren de hambre todos los días, y se indignan cuando alguien les pregunta el lugar en que ocurre eso. Lo dramático es que quienes afirman esto suelen ser partidarios del gobierno anterior. Ignoran que existen medios de comunicación, fotos, informaciones estadísticas y esgrimen el peregrino argumento de que esto se puede constatar andando por caminos y poblados para encontrar los cadáveres.
Más allá de las manipulaciones, el tema tiene aristas. Lo trabajó con profundidad Manfred Max Neef, un intelectual brillante a quien acompañé en 1983, a recibir el Antipremio Nobel que otorga la Fundación Dag Hammerkjöld por su libro From the Outside Looking In. Manfred era una mezcla de genio, anarquista, ecologista y luchador por la Justicia. Cuando dejó la Universidad de Berkeley trabajó en fundaciones que ayudaban a los indígenas en Ecuador y Brasil y se sintió frustrado. Su libro denuncia a los políticos y burócratas que manipulan la pobreza para viajar, participar en seminarios y conseguir ventajas. Manfred respetaba a los indígenas. Cuando quiso comunicarse con uno de ellos, se dio cuenta de las limitaciones de su lenguaje tecnocrático. Dice: “¿Debía pedirle que se ponga feliz porque el producto interno bruto de su país había subido en un 5%? Sentí que mis palabras eran absurdas.” “Conocemos mucho, pero comprendemos muy poco. Incluso la ciencia nos confunde cuando divide al saber en partes, porque el comprender es algo integral, holístico. Trabajando con ellos (los indígenas), de pronto empecé a entender que tenían valores y principios distintos a los míos y que me podían enseñar cosas fantásticas. Lo que aprendí de los pobres supera a todo lo que aprendí en la universidad.” En América Latina existe gente como él, que valora a los pobres y comparte sus sueños. Sabe que tienen problemas y también valores, son capaces de independizarse de las limosnas manipuladoras de algunos políticos. Quieren ser libres.
Para otros, la pobreza es un negocio. Necesitan que existan pobres para someterlos, acarrearlos, usarlos de carne de cañón de sus mitos. Les inoculan odio, los convencen de que nunca podrán progresar, de que están condenados a la miseria. Dicen que los salvan de las garras de la sociedad de consumo, mientras ellos se enriquecen desenfrenadamente. Entre el 2004 y el 2013 Venezuela recibió más dinero del que usó el Plan Marshall para reconstruir Europa. Los militares lo dilapidaron. Hoy la pobreza es masiva, la gente se pelea por un puñado de arroz, Caracas es la ciudad con más alta tasa de criminalidad en el mundo. En contrapartida, a algunos militares les fue muy bien. Tienen mansiones maravillosas, se dan lujos propios de jeques árabes. La hija de Chávez, es la persona más rica del país, sus parientes son dueños de casi todo el estado de Barinas.
Argentina, con la soja, se convirtió en un país de promisión: un empleado bancario atesoró propiedades agrícolas más extensas que el estado de Israel, el chofer de un político compró una red de medios de comunicación por decenas de millones de dólares en billetes, una modesta fundación recibió cientos de millones para compartir con los pobres el sueño de una casa propia que nunca llegó. Surgieron algunos nuevos ricos y millones de nuevos pobres.
En una escena propia de Ionesco, los que respaldaron a los K dicen que cientos de niños mueren de hambre, en el país que ellos gobernaron hasta hace pocas semanas, que el empleo se desploma, que la gente no soporta esta situación. Si fuera cierto que cuando sus amigos se hicieron tan prósperos miles de niños quedaron al borde de la inanición ¿se los debería enjuiciar por eso? ¿Será de creer en sus propias denuncias?
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.