La vicepresidenta y ministra de Economía y Hacienda española, Elena Salgado, sobreviviente de la sexta intervención quirúrgica en el gabinete que acaba de practicar José Luis Rodríguez Zapatero, supo decir en Bruselas hace algún tiempo que es de suma importancia que los gobiernos europeos demuestren capacidad para consolidar las finanzas públicas, recuperando así la confianza de los mercados, cuya situación sigue siendo frágil. Dos objetos de culto neoconservador que habían dado un discreto paso al anonimato desde la crisis de 2008, el “mercado” y el “ajuste”, volvieron a las primeras planas.
Todavía no se ha apagado el eco de las palabras pronunciadas por Barack Obama el 27 de enero de 2010, en ocasión de brindar su primer discurso del Estado de la Unión: “Para estos estadounidenses, y para muchos otros, el cambio no se ha producido con la suficiente rapidez. Algunos se sienten frustrados; algunos están indignados. No entienden por qué parece que la mala conducta en Wall Street se ve recompensada y el trabajo esforzado en la vida corriente, no”.
Como en aquellas películas de guerra del siglo pasado, en las que el mapa de Europa se teñía con una lámina traslúcida roja de izquierda a derecha o viceversa, según los carros de asalto se abalanzaran sobre Occidente u Oriente, los programas de ajuste se abatieron sobre distintas economías, proyectando las sombras de un ocaso que, por ahora, no aparece en las fotos.
El Reino Unido decidió recortar el gasto público en 91 mil millones de euros, de los que 20 mil millones mutilan las políticas de bienestar social; es el mayor ajuste desde la Segunda Guerra Mundial. La reforma al sistema de pensiones por la que batalla el gobierno de Nicolas Sarkozy lo ha obligado a mostrarse más resuelto que lo que aconsejan los médicos del estrés frente a la disconformidad de sus compatriotas, mientras Francia se prepara para asumir promediando noviembre la presidencia del G20. Por trances semejantes pasan las autoridades de Portugal, Italia, Grecia, Alemania e Irlanda.
Para que el análisis no naufrague en el lecho superficial del exterior de las cosas, es necesario sumar algunos elementos más. Olli Rehn, el comisario europeo de Asuntos Económicos, declaró que “recientemente, varios Estados miembros de la Unión Europea, como España y Portugal, han presentado medidas significativas de consolidación fiscal”. Sin embargo, dado que demasiado siempre es demasiado poco, el comisario recordó que, en su opinión, todo ello debe ir acompañado de “reformas estructurales” ambiciosas. Otro objeto de culto que salta graciosamente al escenario desde bambalinas.
Como se sabe sobradamente por estas tierras, el blend entre mercados de capitales, ajustes y reformas estructurales produce una bebida que emborracha de felicidad a los actores financieros, pero primero deben tragar los sectores más vulnerables.
El Instituto de Estudios Fiscales, posiblemente el más importante centro de pensamiento económico de Gran Bretaña, ha establecido que los grandes perdedores de los planes de recorte anunciados serán las familias con hijos. Luego de calificar de “regresivo” al paquete de medidas, sostuvo que golpeará con severidad mucho más a las familias pobres que a las ricas.
El fervoroso Ollie Rehn asegura que si en los próximos cinco años la Unión Europea logra introducir este tipo de medidas, el bloque tiene potencial para crecer en la próxima década a una media por encima del 2 por ciento al año. “Esto podría crear más de diez millones de empleos y reducir el paro hasta alrededor del 3% a mediados de la década”, aseguró.
Tal vez, pero hay que señalar que quienes tienen la mala costumbre de ser pobres, por lo general también andan escasos de tiempo para esperar hasta satisfacer las necesidades básicas. Infatigable –y para que nadie diga que no avisó– Rehn pontifica que sin ajustes y sin reformas, Europa sería incapaz de superar un crecimiento del 1,5% y el desempleo se mantendría en torno al 7 u 8%. A más corto plazo, el comisario pone el acento sobre las turbulencias en los mercados de la deuda soberana. Ni falta que hacía que lo recordara.
Mientras tanto, decenas de miles de manifestantes recorren Bruselas en contra de las medidas de ajuste. Esta semana, los sindicatos franceses reunidos en París y aguijoneados por el éxito de la jornada de protesta del martes, que puso en las calles a tres millones y medio de personas, convocaron a dos paros más, llamando a los franceses a mantener vivo el espíritu. Uno de ellos se ha fijado para el jueves 28 de octubre; el segundo, para el sábado 6 de noviembre.
A las medidas las aconsejan los organismos técnicos multilaterales, pero las ejecutan los políticos; siempre es más fácil lamer el cactus si la lengua es ajena. La alianza “Con-Lib” que gobierna el Reino Unido, conformada por el conservador David Cameron y por el liberal demócrata Nick Clegg, está convencida de que el éxito espera detrás del ajuste. Viejos zorros de la política inglesa, como por ejemplo, Lord Michael Heseltine, creen que los recortes de gasto público harán al gobierno muy impopular y que el matrimonio terminará en un divorcio de las proporciones del de los Roses.
Esta columna informó que los programas de déficit fiscal y de deuda pública adoptados inicialmente para conservar el Estado de Bienestar desde la cuna a la tumba eran catalogados como “locura” por los sectores alineados con el capital financiero. El Banco Central de Europa –considerado el más autónomo del mundo– presionó en su momento a Atenas para que adoptara un rígido plan de austeridad. Jean-Claude Trichet, su presidente, informó que “no solamente Grecia, sino también otros países, por supuesto, deben hacer todo lo posible para poner sus finanzas nacionales en orden”. El vuelto no tardó en llegar, los bancos en cobrar y los incentivos están siendo reemplazados por la estrechez; es que detrás de toda Carta Orgánica de un Banco Central vive siempre una determinada escuela, y detrás de esa escuela, intereses no necesariamente académicos.
En un artículo admirablemente escrito por el bilbaíno Francisco G. Basterra, se consigna que George Osborne (canciller del Exchequer, ministro de Hacienda británico), expresó: “Si la gente piensa que vivir de los beneficios sociales es un estilo de vida, debemos hacer que se lo piensen dos veces”. Nos había quedado claro.