La era del yuyo está pariendo un nuevo consenso económico.
El nuevo consenso nos dice que en estos 11 años de post convertibilidad (que en 2015 tendrá su bar mitzvá) se han hecho cosas buenas y cosas malas. Del lado bueno, la mejora del ingreso (la recuperación del empleo y el salario, las asignaciones por hijo y la moratoria previsional) y el alto crecimiento. Del lado malo, la manipulación de la inflación, la inflación, el cepo y el bajo crecimiento. El nuevo consenso nos dice que con confianza es posible alejarnos del lado malo y regresar al lado bueno sin mucho sacrificio. El sacrificio, se sabe, es piantavotos.
El nuevo consenso es desarrollista, nacional y popular, como lo somos todos. Añora los primeros años de la poscrisis, cuando todo mejoraba visiblemente después de haber tocado fondo. Nos dice que es posible reversionar aquel milagro con más inversión y más productividad, más industria y más campo, más protección y menos impuestos. El nuevo consenso es panglossiano.
El nuevo consenso prefiere no indagar por ahora en las relaciones causales –esos oscuros pasadizos contables– entre el lado bueno y el lado malo. Entre el gasto público y el uso de reservas (que bancan la inclusión social y previsional, pero también las facturas de luz subsidiada, el Fútbol para Todos, la industria fueguina y la aerolínea de bandera) y la inflación y el cepo (que bancan el gasto público y el uso de reservas, a expensas del crecimiento y el empleo).
“¿Qué tienen en común, por ejemplo, el gas barato y el cepo?”, me preguntaba el otro día un político curioso. Veamos: el gas barato (el subsidio) genera déficit fiscal; el déficit se financia con transferencias del Banco Central; el Banco Central solventa las transferencias con emisión de pesos (consistente con una inflación del 25% o más) o con emisión de deuda (Lebac, por la que prefiere no pagar más del 15%); este mix de 15% de tasa y 25% de inflación hace perder ahorros al ahorrista, que se refugia en (ladrillos, ruedas, oro, bitcoins y) dólares; el Gobierno, que prefiere eludir el costo de competir con el ahorrista y pagar más por las divisas de los exportadores, prohíbe la compra privada de dólares.
Cinco pasos: subsidio, déficit fiscal, emisión, dolarización, cepo.
Veamos otra cadena: el gas barato estimula el consumo de gas (el síndrome de “calefacción rebajada con ventana abierta”) y reduce su oferta local; el mayor consumo y la menor oferta elevan el déficit de energía (igual al consumo menos la oferta); el déficit de energía se cubre con energía importada (varias veces más cara que la local); las importaciones de energía son pagadas con dólares que salen de las reservas; la caída de reservas ajusta el cepo.
Otra vez, cinco pasos: subsidio, déficit externo, importaciones, reservas, cepo.
¿Cuál de estas dos cadenas es cierta? Las dos. Y podrían armarse cadenas similares para explicar la relación entre celulares fueguinos y blanqueo, o entre desendeudamiento e inquilinización de la clase media, o entre la virtuosa moratoria previsional y la menos virtuosa moratoria en los pagos de sentencias previsionales.
La moraleja es a la vez simple y compleja: con recursos limitados, para resolver los síntomas habrá que desandar con cuidado la cadena de origen, lo que muchas veces exige modificar eslabones que los votantes ignoran o dan por sentados; es decir, habrá que pagar un costo político hoy para cosechar en el futuro.
¿Cómo explicar todo esto sin ser los aguafiestas de la bonanza?
El nuevo consenso nos tranquiliza, pero nos deja una duda de esas que vuelven como una mosca en la cama: ¿En qué momento de la gesta proselitista –cuánto antes de que se nos agote el saldo en la cuenta– nos confesarán que hemos estado viviendo más allá de nuestras posibilidades?
Históricamente, en la Argentina, la disociación entre expectativas y posibilidades fue “resuelta” por la crisis, la emergencia nacional que justifica reformas y transferencias arbitrarias y muchas veces indeseadas que en otra situación serían resistidas. El desafío del nuevo consenso es solucionar esta disociación en un marco de esperanzada normalidad.
* Economista y escritor.