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El nuevo gran DT

¿Renuncia o no renuncia? Da lo mismo, no tiene importancia. Y si no importa no es porque se trate, de cara a la realidad nacional en su conjunto, claramente de un tema menor, siendo que a menudo es en los temas socialmente menores donde se prueban y se producen las significaciones socialmente mayores.

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¿Renuncia o no renuncia? Da lo mismo, no tiene importancia. Y si no importa no es porque se trate, de cara a la realidad nacional en su conjunto, claramente de un tema menor, siendo que a menudo es en los temas socialmente menores donde se prueban y se producen las significaciones socialmente mayores. Maradona en sí mismo puede no ser nada, pero tiene el poder de significarlo todo (o sea, es un mito). Ahora no importa demasiado que renuncie o que no renuncie. En más de un sentido es suficiente con que se hable de la sola posibilidad de su renuncia al cargo, por lo demás casi sin uso, de técnico de la Selección nacional. Al igual que en el juego y que en la cancha, el amague vale lo mismo y en algunos casos, incluso, puede que valga más que la acción que en efecto se realiza. Sobre todo si se piensa que la descolocación de los rivales se logra por lo general con aquello que se amaga hacer, antes que con aquello que al final de veras se hace. Ahora Maradona amaga con renunciar a la dirección técnica del Seleccionado, que apenas si estrenó con vagas charlas en Europa. El artista de la escena histérica, aquel que en el ‘96 dijo que se negaba a jugar en Boca si Nike no modificaba el diseño de la camiseta que tenía que usar, perpetra su truco de nuevo, esta vez a propósito de Oscar Ruggeri. ¿Bastará con la acción del Gran Neurótico para neutralizar la pseudoacción del Gran Histérico? Bilardo tiene la respuesta pues para eso fue designado. Mientras tanto Maradona que es, como nadie ignora, un dispositivo privilegiado de la máquina de la argentinidad, nos devuelve una vez más a nuestro destino de siempre: que no existen logros sin ruina, que los sueños nos nacen frustrados, que el conflicto es el motor de nuestra existencia, que el fracaso nos enamora. Maradona en el ‘78 (desafectado), Maradona en el ‘82 (expulsado), Maradona en el ‘90 (derrotado), Maradona en el ‘94 (suspendido) completan y complementan al Maradona victorioso de 1986.
Maradona nos da sentido, por eso nos tiene hartos; porque el exceso de sentido se soporta menos que su ausencia o que su falta.