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cambiemos 2017

El nuevo Macri

Se muestra al mando, resultadista y se recuesta en la falta de liderazgos.

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OLFATEANDO EL HORIZONTE Mauricio Macri | PABLO TEMES

El año arranca con una pregunta que sobrevuela casi todos los análisis políticos: ¿por qué al Gobierno le va mejor de como se supone debería irle, en vistas del malestar imperante? Es un año que se abre cargado de incertidumbres, en un mundo complejísimo y en un país que no consigue definir rumbos claros.

En una reflexión escrita hace ya varias décadas, y partiendo de premisas que hoy pueden sonar a anticuadas, pero con la visión anticipatoria de los procesos que siempre mantuvo, Alain Touraine se interrogaba sobre el futuro de nuestros sistemas políticos en los que la comunicación desplaza a la política tal como se la entendía tradicionalmente. “La política –decía Touraine– era el puesto fuerte de la vida pública”; pero terminó cediendo ese lugar a la opinión pública, los movimientos sociales y los grandes intereses económicos y militares. “Como si lo propio de una democracia evolucionada –agregaba– fuera la debilidad de su clase política”. La consecuencia, pensaba Touraine, es el predominio de la comunicación política; en términos más anglosajones, podríamos decir, la invasión de la política por la lógica del marketing.

Porque tendemos a pensar la política en términos parecidos a los que Touraine extrañaba hace treinta años nos sorprende que el “puesto fuerte” de la política argentina de hoy lo ocupe el gobierno de Cambiemos con el protagonismo de Mauricio Macri. Desde que asumió, un año atrás, los comentaristas venimos analizando desde todos los ángulos posibles su perfil de líder que no parece ejercer el liderazgo, que deja hacer descentralizadamente y prefiere enmendar lo que no funciona a dirigir y persistir en sus decisiones. Que hace y prefiere o… hacía y prefería. Porque al cabo del primer año, de pronto parece emerger un nuevo Macri. En pocos días desplazó a dos figuras de alto perfil y personalidad bien definida, Isela Costantini y Alfonso Prat-Gay, y deja que las noticias sobre más cambios circulen libremente. ¿Era, o se hacía?

Diferente. Estamos, sin duda, ante un estilo de ejercicio del liderazgo político diferente del conocido. Y todo parece indicar que la sociedad le concede a ese estilo un crédito más robusto del que se suponía. En este mundo de opinión pública y de intereses privados que hace treinta años sorprendía a Touraine, pero al que nos estamos progresivamente acostumbrando, tal vez el estilo de Macri funcione mejor que el de sus antecesores. Y, tal vez, su manera de hacer uso de las herramientas de la comunicación política resulte más efectiva de lo que suponíamos cuando nos basábamos en las pautas que regían estas cosas hasta ahora.

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Es un gobierno que se siente más cómodo aceptando el perfil de un elenco de “buenos muchachos” antes que del de los “superhéroes” que suele ser uno de los mayores problemas de la política tradicional.

Al mismo tiempo, 2017 despunta insinuando que hay más gobierno del que se presuponía. Que al Gobierno no lo inquietan las críticas ni los ataques de viejo cuño, pero sí la falta de resultados. Que la agenda no la diseña la opinión pública –ni mucho menos la prensa–, aunque el Gobierno confía en su capacidad de comunicación para entenderse con ella. Mientras la mayor parte de la dirigencia política, la dirigencia sindical y la empresarial persisten en sus hábitos y en los supuestos en los que basan su conducta, el Gobierno sorprende confiando en su estilo novedoso e inaprehensible. Parece convencido de que si por algo será juzgado, en definitiva será por la tasa de crecimiento de la economía, no por el perfil de la igualdad distributiva; el Gobierno está confiado en que estigmatizar el nivel de vida de los “ricos” ya no funciona y que, una vez que se alcance un crecimiento adecuado, la distribución mejorará. 

Para alcanzar ese resultado el Gobierno debe desplegar una capacidad operativa excepcional. En ese plano despierta obvias dudas. Pero la sociedad no lo juzga con severidad, parece tolerante. En la agenda encontramos de todo: los obvios asuntos críticos de la economía, las finanzas públicas y las empresas del Estado, y además los relativos a la educación, el medioambiente, la ciencia y la investigación, los impuestos al trabajo, la reforma tributaria, el espacio de comunicacional digital, las intrincadas complejidades de la situación internacional…  En todos esos frentes, con algo de buena voluntad y cuidadosa atención pueden encontrarse algunos logros, y es fácil resaltar errores, torpezas o carencias. Si existe en la sociedad esa confianza que las encuestas sugieren, no es porque la mayoría de la gente juzga que todo esté bien hecho, sino porque apuesta a que el enfoque vigente acabará funcionando; o, en todo caso, no confía más en quienes se proponen como alternativas.  

Año nuevo. Lo más claro del nuevo año es la señal del Presidente de que está a cargo y no descuida el timón.

El rumbo de la nave sigue delineado en enunciados más bien vagos y poco específicos en cada plano puntual de ese complejo horizonte que es la Argentina. Pero como eso al Gobierno le funciona, es de suponer que no cambiará. Al mismo tiempo, el panorama de la política es totalmente incierto. Los principales referentes –que son unos cuantos, no unos pocos– componen un tablero atomizado con combinatorias posibles casi infinitas. Las numerosas segundas líneas se mueven de acá para allá, sin rumbos muy definidos, intentando en parte influir algo en los acontecimientos, en parte no desaprovechar oportunidades cuando éstas parecen presentarse. Así, hay menos liderazgo que oportunismo en la política argentina; y los liderazgos que procuran ejercerse son débiles.

Pero la política es un juego que, como decía Alain Touraine, ha perdido el centro de la escena. La atención de la gente está puesta en otras cosas. Y quienes hacen política buscando ostensiblemente protagonismo tienden a encontrarse ante una platea vacía; sólo su público consuetudinario –cuya influencia en el curso de los acontecimientos es mínima–devuelve, a veces, algunas muestras de atención.

La sociedad parece no necesitar liderazgos políticos. Ya no los extraña, no los reclama. Pero sigue necesitando soluciones a sus problemas.