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El otoño del fresno

El clima, la tierra, el agua, la basura, los peces, todo tiene que ver con todo. Como siempre. El otoño también tiene que ver con todo y las almas buenas se extasían ante las doradas hojas de los fresnos y yo rabio porque sé que el otoño es algo más que las hojas doradas de lo que sea.

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El clima, la tierra, el agua, la basura, los peces, todo tiene que ver con todo. Como siempre. El otoño también tiene que ver con todo y las almas buenas se extasían ante las doradas hojas de los fresnos y yo rabio porque sé que el otoño es algo más que las hojas doradas de lo que sea. El otoño es frío, lluvia, niebla, días cortos y oscuros, qué horror. ¡Y los pobres árboles! Pelados y negros se van quedando. El fresno de mi jardín está a punto de llegar a eso, como los plátanos de mi calle. Porque Rosario es una ciudad arbolada, llena de tilos y de jacarandáes y de ficus. Bonitísima, qué quiere que le diga, y eso de los árboles se lo debemos a Binner que cuando fue intendente plantó miles de árboles. Unos amigos españoles de mi amiga Hilda se maravillaban ante las calles como túneles verdes y les sacaban innumerables fotos. A eso y a los paseadores de perros. Juraban que en el Madrid de sus amores no se veían ni la una ni la otra cosa, y seguían sacando fotos. ¿Usted quiere creer que hay gente que odia los árboles? Si no quiere creerlo va a tener que revisar sus convicciones, porque que la hay, la hay. No digo que no haya señores entre las huestes de odiadores de árboles, pero en general, son señoras que protestan y no dejan de protestar, hasta que no consiguen un edil benévolo que diga: “ma sí, tálenle el plátano frente a su casa”. Las antedichas señoras suelen no tener nada que hacer salvo fregar y mirar programas de chismes acerca de señoritas descerebradas y rubias por televisión. Pero protestar, protestan porque en otoño la vereda se les llena de hojas secas. ¡Con lo sensacional que es caminar por las veredas crujientes arrastrando los pies! Ni se le ocurra decirles eso a las y los odiadores de árboles. Le van a decir que los árboles son sucios. Y por supuesto, que lo son. Oiga, señor; oiga, señora: los árboles echan flores, hojas, brotes, polen, bichitos, pedazos de corteza, de todo, vea. ¿Y sabe por qué? Porque están vivos, sienten, a su modo piensan, están contentos o tristes, protestan, asienten, contemplan, protegen. Y por eso son sucios; por eso, porque la vida, señor, señora, es sucia, bendita sea.