Para el oficialismo ultramontano que imagina a la Argentina como otro islote de entropía integrado en archipiélago con Venezuela y Ecuador y a escindir su realidad política de la del resto del continente, es una noticia intempestiva la designación del cardenal Jorge Mario Bergoglio como nuevo papa.
Aún con la severa crisis que atraviesa y de la que Francisco emerge con el mandato de comenzar a resolverla, la Iglesia Católica mantiene la condición de fenómeno a escala global entre sus fieles y es una de las pocas organizaciones sociales que resiste los embates del Estado por cooptarla mediante los fabulosos recursos manejados en estos años.
La toma de la Catedral hace unos días bajo el indisimulado objetivo de cuestionar los subsidios que el Gobierno de Macri entrega en la Ciudad a los colegios religiosos en supuesto desmedro de los públicos, responde a esa lógica de cabotaje que acaba de sufrir un inesperado revés como se encargó de revelar la perplejidad inicial del aparato informativo del Gobierno, con la cuenta oficial en Twitter de la presidenta Cristina Fernández como cabecera de emisión.
Por allí se dio a conocer la carta de salutación enviada al nuevo papa casi en simultáneo a que Alfredo Scoccimarro justificase el título de vocero que ostenta al confirmar que Cristina asistirá a la ceremonia de asunción. Misiva formal y fría que refleja la pérdida de frescura del autorrotulado modelo en su mensaje.
Nicolás Maduro y Rafael Correa eligieron palabras más diplomáticas para elaborar el suyo frente a un liderazgo que supera a los insulares y que por eso mismo queda fuera del alcance de ese tipo de soberanía. No es el único desafío planteado por la Iglesia a los caudillos del neopopulismo con la elección de un Papa argentino latinoamericano por primera vez en 2.000 años de historia.
Su concepción de la lucha contra flagelos estructurales como la pobreza y las adicciones los deja en una posición incómoda por la falta de resultados positivos en dos tópicos que debieran figurar como prioridad de cualquier agenda dispuesta a provocar una vuelta de campana antes que el ilusorio conformismo de motejar las que ejecutan como revolucionarias, pero sin aceptar nunca someterlas a pruebas contra fácticas.
Parábola en la que ingresa la obra misionera del Padre Pepe en la Villa 31 de Retiro. Respaldada por Bergoglio y espiada por el Estado a través del polémico “Proyecto X” de la Gendarmería sin que el Ministerio de Seguridad a cargo de Nilda Garré, emblema del setentismo peronista y sus mutaciones, ofrezca hasta ahora una respuesta satisfactoria.
Impotente frente a lo imprevisto como desnudó el discurso presidencial de Tecnópolis –decorado que resume la inclinación oficialista a victimizarse en espacios libres de cualquier probabilidad de réplica argumentativa– la militancia bloguera no tuvo otro recurso que ajustarse al libreto de asociar a quien encarne un potencial riesgo político con los crímenes ocurridos en la dictadura militar.
Período en que se atribuye a la Presidenta y a su desaparecido antecesor y esposo ejecutar desalojos de la famosa circular 1050 del Banco Hipotecario. Como en la misteriosa desaparición en la Universidad de La Plata de los antecedentes académicos de ambos, se trata de enigmas que sólo la exclusiva convicción de quienes los veneran les permite seguir adelante sin que medien preguntas.
La idea de un papa del fin del mundo a la que aludió Francisco remite a la de del ojo de Dios que todo lo ve y refleja el espíritu de una jerarquía eclesiástica adecuada a una era donde la distancia como barrera –al igual que las fronteras ideológicas– no son impedimento en la búsqueda del hombre nuevo.
Consigna que identificó a jóvenes de generaciones ya maduras con la lucha que le costó la vida a su mentor, Ernesto Guevara. Los mismos que estereotipan esa idea y resisten que pueda concretarla otro Che, como se atrevió a insinuar con inigualable sutileza un título del Huffingtton Post en español.
* Titular de la cátedra “Planificación Comunicacional.” Universidad Nacional de Lomas de Zamora.