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El otro lado de San Valentín

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En los últimos años, la violencia de género ha pasado de ser un problema social que estaba oculto a figurar en la agenda de los distintos niveles de gobierno, así como de los medios de comunicación. Aunque todavía falta mucho para que se produzcan los cambios culturales e institucionales necesarios para erradicar este flagelo, se puede afirmar que existe un creciente grado de concientización y de visibilización pública acerca de esta problemática.

Sin embargo, un hecho poco conocido es que la mitad de las mujeres adultas víctimas de violencia afirman que las situaciones de malos tratos tuvieron su origen durante el período del noviazgo. Por eso, la detección temprana de situaciones violentas en los primeros años de una relación es fundamental para evitar relaciones basadas en el sometimiento y la violencia hacia la mujer y hasta femicidios.

Existen señales que son claros indicadores de una relación violenta y a las que los adultos y las jóvenes deben estar alerta: los celos, la humillación, el sometimiento al silencio, el control del modo de vestir y de las salidas y que se impida el contacto social con amigas y amigos. Las nuevas tecnologías de la comunicación también pueden contribuir a brindar advertencias: la exigencia de que la novia tenga el celular siempre prendido y de que responda sin demora, que la pareja revise los mails, las llamadas, los chats y el Facebook son evidentes signos de una relación de sometimiento. Es característico que todos estos comportamientos sean fundamentados con consignas de amor, de cuidado y de protección. Debido a que estas actitudes se las suele interpretar como juegos o como señales de afecto hacia la pareja, suelen pasar inadvertidas, pero las conductas violentas se convierten en experiencias que se reiteran y sostienen en el tiempo. La violencia emocional o psicológica aparece así disfrazada de amor y, progresivamente, va socavando las posibilidades de la joven de elegir libremente. Progresivamente, las víctimas terminan creyendo ser merecedoras de las agresiones verbales, simbólicas o físicas y terminan naturalizando la relación violenta en la que están inmersos. De esta forma, la mayoría de las adolescentes no pueden expresar, niegan o no se dan cuenta de estar atravesando una situación de violencia e ingresan así en una espiral del silencio. Las invade la vergüenza, el temor, la desconfianza y la presión social que las recluye y aparta de sus afectos. Los rasgos fundamentales de estas relaciones son la asimetría de poder y la dominación que ejerce uno sobre otro. El sometimiento y la posesividad, que conllevan a que la mujer llegue a un estado de indefensión, caracterizado por el aislamiento, la baja autoestima y la dependencia emocional.

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Estas relaciones tienen graves consecuencias: el maltrato psicológico y físico, eleva en los jóvenes el riesgo de embarazo no deseado, de suicidio, de uso de sustancias ilegales, de desórdenes alimenticios y de conductas sexuales riesgosas. Los efectos más comunes sobre la salud mental son el estrés postraumático, la depresión, los trastornos del sueño, ataques de pánico y fobias.
Existen distintas maneras de ayudar a las víctimas a romper la espiral del silencio en el que se ven envueltas. En la Ciudad de Buenos Aires, el Gobierno cuenta con profesionales que brindan atención psicológica y asesoramiento jurídico durante las 24 horas. Durante 2014, uno de cada diez llamados recibidos por la línea de asistencia gratuita para las víctimas de violencia de la Ciudad fueron consultas de jóvenes por situaciones de noviazgos violentos. Contar el dolor es un primer paso para empezar a desandar el camino de la violencia. La ayuda especializada permite abordar ese camino y superar las secuelas del maltrato.

*Ministra de Desarrollo Social del GCBA.