OK, ya es real: los bancos griegos cerraron y se impuso control de capitales. Grexit ya no está muy lejos –la temida madre de todas las corridas bancarias ya se produjo–, lo que significa que a partir de ahora el análisis de costo-beneficio es mucho más favorable a la salida del euro que antes.
Claramente, sin embargo, algunas decisiones ahora deberán esperar hasta el referéndum.
Yo votaría por el No, por dos razones. Primero, así como la perspectiva de la salida del euro asusta a todos –yo incluido–, la troika está demandando efectivamente que el tipo de políticas aplicadas en los últimos cinco años continúe indefinidamente. ¿Qué esperanza hay en eso? Tal vez, sólo tal vez, el entusiasmo por la partida pueda inspirar un replanteo, aunque no es probable. Pero, aun así, la devaluación no podría crear mucho más caos del que ya existe y permitiría una eventual recuperación, como lo ha hecho en otros momentos y en otros lugares. Grecia no es tan diferente.
Segundo, las implicancias políticas de un Sí serían profundamente inquietantes. La troika le hizo a Tsipras una oferta “Corleone” al revés, una que el premier griego no podía aceptar, y al parecer lo hicieron conscientemente. Así que el ultimátum fue, en efecto, una movida para reemplazar al gobierno griego. Y aun si a uno no le gusta Syriza, eso es algo incómodo para cualquiera que crea en los ideales europeos.
*Premio Nobel de Economía.
Extraído de su blog www.krugman.blogs.nytimes.com