El problema más grave de la Argentina tiene dimensiones gigantescas, pero habita en un lugar pequeño: la cabeza de Cristina. Es difícil comprender qué piensa la presidenta de la Nación cuando despilfarra una cadena nacional para hablar de frivolidades mientras el país arde en la mayor crisis educativa de la década, se congela de pánico frente a una inseguridad que crece geométricamente y es víctima de un feroz ajuste ortodoxo que es música para los oídos del Fondo Monetario Internacional.
La falta de información certera y la liviandad para asumir la realidad hizo correr frío por la espalda de una sociedad que acumula broncas diversas y que se prepara para paralizar la Nación el 10 de abril con las centrales obreras a la cabeza y que incuba cacerolazos para cuando el tarifazo y la devaluación impacten de lleno en sus bolsillos. La jefa de Estado obliga a que una columna de análisis político tenga que explicar nimiedades vinculadas a las bandejitas de catering que las líneas aéreas ofrecen a sus pasajeros o las bondades de los distintos tipos de alfajores. Fantoches se les llama a ciertos títeres ridículos que provocan risa, como algunos de sus funcionarios, que tratan de atajar todos los penales que Cristina les patea al ángulo de manera sorpresiva. La Presidenta y su gobierno tienen méritos para exhibir. La asignación universal, el matrimonio igualitario, la vigencia de las paritarias y varios más. Pero no debería encapricharse en sacar pecho por Aerolíneas Argentinas, que nos costó 700 millones de dólares por año a todos desde que los pícaros muchachos camporistas se hicieron cargo. Es tan inmenso el barril sin fondo que el caso Aerolíneas se estudia en el mundo de los negocios como un tema extremo e insólito. La Presidenta no lo sabe, pero nadie le dice que Aerolíneas no es la única que reparte algún tentempié durante los vuelos de cabotaje. LAN incorporó una cajita de productos Havanna donde hay una bolsita con snack, un alfajor y una galleta dulce, además de las gaseosas, el jugo o el café. Un lujo, che, como dijo Cristina. Y no hay que pagar en “efeté”, para seguir con su lenguaje. Aerolíneas hizo bien en copiar esa idea, aunque lo hace casi con los mismos elementos, pero de Arcor. Lo grave es que, además del agujero negro terrible que genera para nuestra economía, Aerolíneas tiene cosas inexplicables. El vuelo a Jujuy, adonde no va otra empresa, vale un 30% más que el de Salta (adonde viajan también LAN y Andes), pese a que es la misma distancia. Curiosidades que Cristina no tiene por qué conocer, pero que debería averiguar.
Referirse a los dos aires acondicionados que se compró su madre y al poco frío que hacía en la sala donde le hicieron la resonancia magnética en Italia por el percance del esguince puede ser un paso de cordialidad coloquial si son colaterales a los temas que más preocupan a los ciudadanos. Pero quedarse solamente con esas cuestiones menores lleva a la pregunta más inquietante desde el punto de vista institucional. ¿Qué le pasa a Cristina? ¿En qué país vive quien se siente la madre de todos los argentinos, que, a veces, nos sentimos huérfanos de conducción?
Axel Kicillof, el ministro que abandonó el marxismo académico para convertirse en el ejecutor de las medidas más neoliberales, podría concursar como inventor de metáforas o, mejor dicho, de eufemismos. “Deslizamiento de precios”, bautizó a la inflación, que licuó el aumento semestral de los jubilados en sólo sesenta días, y ahora denomina “reducción diferencial de subsidios” al simple y llano “tarifazo”. Y, si no lo cree, que le pregunte a Hugo Yasky, a quien nadie podría acusar de opositor, que dijo que “la devaluación afectó fuerte el bolsillo” y que “deberían reducir subsidios por el nivel de ingresos de cada familia” porque, se preguntó, “¿cómo baja un 20% del consumo alguien que sólo tiene una cocinita de cuatro hornallas?”. Puro sentido común, que escasea en varios ministerios. Es ofensivo a esta altura, provocador, que el ministro de Educación de la Nación haya enmudecido frente al conflicto de los docentes bonaerenses y ocho provincias más que sacudió las fibras íntimas de las familias. Me hizo acordar a una chicana de Julio Bárbaro sobre la presunta genialidad de los que no hablan en política, como Carlos Zannini o Máximo Kirchner: “No hablan porque no tienen nada para decir”.
La parábola descendente del cristinismo debe ser custodiada por toda la sociedad para no permitir que se desborde. Los ataques a Sergio Massa (responsable del paro, de la inseguridad y la falta de cloacas en Tigre, según Capitanich) y el aislamiento hostil al que someten a Daniel Scioli, para que se cocine en su propia salsa con los maestros estrella de los programas oficialistas, es un gesto desesperado ante la ausencia de un candidato puro de Cristina que tenga chances reales de superar el 10% de los votos. Miguel Díaz, el sindicalista docente, contó por radio que los funcionarios del sciolismo les confesaban que era Cristina la que boicoteaba todo tipo de acuerdo hasta que se hizo la luz.
Cosecharás tu siembra. Fue tanta la concentración del poder y los negocios sucios del matrimonio Kirchner que en lugar de que florezcan mil flores se pisaron todos los brotes. Cristina está aceptando lentamente la idea de que necesita que no gane un peronista de ninguna especie para poder soñar con un regreso heroico tipo Michelle Bachelet o, por lo menos, aspirar a la módica ambición de no recorrer los tribunales de la mano de Máximo y de un tal Lázaro Báez.