Disculpen este paréntesis –el último, salvo que en los próximos meses pase algo catastrófico– pero el domingo pasado no me avisaron que la consigna era amargarle el día a los demás. Yo también quiero jugar. Creo poder competir con el equipo ilustre que me arruinó el desayuno la semana pasada: Sarlo, Fontevecchia, Abraham, González, todos hablando de Carta Abierta. Mi inteligencia es sin duda inferior a la de ellos (combinados), pero como bien le hacía notar Will Graham a su oponente Dr. Lecter, estar loco cuenta como desventaja.
Se presentó a Beatriz Sarlo y Horacio González como “los mayores y más prestigiosos exponentes de las corrientes que dividen aguas en la Argentina actual”. A Sebreli que lo parta un rayo. Tal vez no quiso ir y no encontraron ningún otro. Es verdad que muchos antikirchneristas no hay, pero presentar a Sarlo como tal tiñe todo el resto de grotesco. En el teatro isabelino podían a ver a un gordo maquillado interpretando a la reina, nosotros nos damos cuenta enseguida. De un antikirchnerista nominal necesitamos que deslice al menos alguna de las iniquidades más evidentes del Gobierno, como –por ejemplo– que mata gente. No fue el caso.
Para el periodismo argentino, los gobiernos latinoamericanos no matan. PERFIL tituló “Murió otra estudiante por las protestas en Venezuela”. No es la excepción, más bien la regla; los demás dijeron cosas similares. Si protestás, te morís. Sobre lo que está pasando en Venezuela, González dijo: “Tiene rebordes golpistas inminentes.” Nada más. Nadie repreguntó, ni emitió opinión sobre un gobierno que tortura a civiles desarmados o los mata de escopetazos en la cara. Sarlo tampoco, aunque de la palabra “jacobino” habló veinte minutos.
Comentar la entrevista, publicada enteramente en idioma anormal, es una tarea imposible y anacrónica, como discutir la misa en latín, con la diferencia de que el latín existe. “Debo confesar que podría escucharlos con placer debatir días enteros sobre temas que a mucha gente le parecería sólo onanismo intelectual”, escribió Fontevecchia, en otro idioma que no se sabe cuál es. Nos enteramos, eso sí, de que los intelectuales que más respeta Sarlo son los que emiten bullshit a cambio de privilegios concedidos por un gobierno autoritario, y de que la Patria es muy importante y la derecha no tiene buenos ensayistas. No hay nada que comentar porque no dijeron casi nada. A “el peronismo es proteico” sólo corresponde responder “chupame un huevo”.
Pero además, si entendí bien la consigna, mi tarea es amargarle la mañana a los lectores, no a sus otros victimarios. Para eso intentaré resumir, en el espacio que me queda, lo que el reportaje a Sarlo y González promete en su título: una semblanza del “país que viene”. Es justo reconocer que ellos lo encarnan, pero lo cierto es que no lo describen.
Va a haber más muertes, todas evitables, como consecuencia directa de actos del Gobierno e indirecta del embrutecimiento que la ideología te exige para ingresar a su club. Los pobres van a ser más pobres y muchos morirán también, por eso. Otros se encomendarán al Papa, a Scioli, o al mafioso que ofrezca protegerlos, kirchnerista o no. Lo que Sarlo llama capas medias –ella le pone nombres exóticos a las cosas, como “patios interiores”– ya cuenta con dos generaciones dispuestas a mostrarle a sus hijos que si un funcionario te pega es porque puede, y que si los trenes chocan nadie se entera, porque no enterarse rinde. Más niños serán educados en la convicción de que las Malvinas son argentinas, La Renga es música y el enemigo es el que es distinto: los norteamericanos, los que estudiaron y saben hacer algo, Clarín, los unitarios. En el resto del mundo nos preocupará el estrés, el cambio climático, tendencias habitacionales o la comprobación de que hay otros universos, con electrones que tienen distinta masa, o sin protones. En Argentina, sobre las ruinas, los intelectuales prestigiosos discutirán sobre Carta Abierta y la Ley de Medios. Para siempre.
*Escritor y cineasta.