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EL ECONOMISTA DE LA SEMANA

El paraíso, por ahora, es sólo para los ricos

Transcurridos 5 años de bonanza económica, se advierte, con preocupación, que la mejora en la distribución del ingreso está lejos de equiparar el ritmo al que crecen el empleo y los salarios en el sector formal de la economía. En este contexto, el crecimiento sin equidad amenaza con volverse un gran dilema para la próxima administración.

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Transcurridos 5 años de bonanza económica, se advierte, con preocupación, que la mejora en la distribución del ingreso está lejos de equiparar el ritmo al que crecen el empleo y los salarios en el sector formal de la economía. En este contexto, el crecimiento sin equidad amenaza con volverse un gran dilema para la próxima administración. Como quedó demostrado en estos últimos años, la inequidad es un problema mucho más difícil de solucionar que la pobreza: el crecimiento del nivel de actividad suele elevar los ingresos de todos los estratos sociales en conjunto, sin alterar esencialmente su distribución.
Lo que ayudó a mejorar levemente la distribución del ingreso en nuestro país desde la crisis, la caída drástica del desempleo y del subempleo, no parece que vaya a poder gravitar de la misma manera en la próxima administración.
Por un lado, el margen para la creación de empleo se ha estrechado. Por otro, el avance fue a expensas de un aumento de la informalidad y la precarización laboral.
Según los últimos datos oficiales, el 10% de los habitantes más ricos de la Argentina cuenta con ingresos 30 veces superiores a los del 10% más pobre. Las estadísticas revelan una situación que, si bien continúa mostrando una gran desigualdad social, registra una mejora en relación con un año atrás, cuando la brecha de los ingresos per cápita familiar entre los más ricos y los más pobres, era de 36 por ciento.
Según la Encuesta Permanente de Hogares, la mitad de las personas con ingresos percibe menos de 800 pesos por mes, en tanto que el promedio de recursos obtenidos por toda la población se ubica en 1.156 pesos.
El ingreso medio individual para el 10% más pobre fue de $ 140, mientras que, en el otro extremo, la cifra percibida por el 10% más pudiente se ubicó en poco menos $ 4.000 por mes. Por su parte, el coeficiente de Gini, un indicador que señala más desigualdad cuanto más se acerca a 1 y mayor equidad cuanto más cerca está de 0, se ubicó en 0,49 en el primer trimestre, prácticamente igual que un año atrás, si se considera el ingreso per cápita de cada hogar.
Es justo reconocer que la desigualdad no es un fenómeno particularmente argentino. En los últimos años, el mundo está experimentando una bonanza económica sin precedentes. Las tasas de crecimiento mundial han excedido el 5% por más de un quinquenio, mientras las tasas de inflación se mantienen muy bajas en términos históricos, tanto para países industriales como para las economías emergentes.
Esta situación particularmente benigna, se ve empañada por las consecuencias distributivas que vienen de la mano de la globalización.
El crecimiento económico reciente ha estado acompañado por una caída sostenida en la participación del ingreso salarial en el total del producto, con el consecuente incremento en las ganancias de capital. La distribución del ingreso en los países desarrollados es, actualmente, peor que en cualquier otra etapa del Siglo XX. Mientras que el 20% de la población de mayores ingresos concentra prácticamente el 90% del consumo privado, el 20% más pobre, consume poco más del 1% del total.
A comienzos de los ’90, el ingreso del director de una empresa en los Estados Unidos superaba 42 veces el ingreso promedio de los trabajadores de la firma. Actualmente, supera en 419 veces ese ingreso medio.
Según la lista de las personas más ricas de EE.UU. publicada por la revista Forbes, los clasificados en los primeros 9 puestos por sus ingresos lograron acrecentar sus fortunas entre 5.000 y 9.000 millones de dólares en el último año. En conjunto, sus 55.000 millones de dólares de ganancias anuales sobrepasaron la renta nacional completa de más de 100 países. Visto de otra forma, lo que ganaron durante el 2006 las 9 personas más ricas de Estados Unidos equivale a lo que ganan en 3 meses los mil millones de personas más pobres del mundo.
A nivel global, mientras la fortuna de los ricos acumula el 80% del Producto Bruto Mundial (PIB), los sueldos y salarios reales de los trabajadores prácticamente no crecieron en las últimas dos décadas. Esta desigualdad genera justificados resentimientos y situaciones de conflicto social.
Existen básicamente dos puntos de vista sobre las causas de este fenómeno. Algunos le endilgan la responsabilidad a la globalización, más específicamente al incremento exponencial del flujo de bienes y servicios desde países con salarios muy bajos. Una visión alternativa se centra en el extraordinario progreso tecnológico, que ha impulsado un proceso de sustitución del factor trabajo (sobre todo del empleo no calificado), contrayendo la demanda laboral. Los que están detrás de la primera posición señalan que la integración de países como China e India al mercado capitalista duplicó la fuerza laboral global en la última década, aplacando las presiones salariales a nivel mundial.
Los que priorizan la importancia del desarrollo tecnológico atribuyen la caída de la participación de los asalariados en el total del producto a los incrementos sostenidos en los niveles de productividad.
Lo más probable es que los efectos negativos de la actualidad no tengan que ver con un único factor. La globalización ha “socializado” la tecnología, permitiendo que un gran número de países puedan disfrutar de sus beneficios, mientras que la revolución del conocimiento actúa como una barrera a los reclamos salariales de los trabajadores.
¿Qué margen de acción le queda, en este contexto, a un país como la Argentina? Así como no hay chances de oponerse al avance de la globalización, puede sacársele provecho, de modo tal que estas fuerzas trabajen en pos del bienestar general.
Se deben equilibrar las pautas que rigen al mercado con la equidad y la justicia social, y para eso tiene que haber una participación activa del Estado.
Si queremos que la globalización funcione para todos, en un futuro no muy lejano habrá que desplazar los ejes del crecimiento argentino de los últimos años, desde el tipo de cambio depreciado y los bajos costos laborales, hacia un esquema basado en aumentos de productividad a partir de la inversión en equipos, infraestructura y educación. Fomentar la innovación y la incorporación de tecnología es crucial para lograr ese tránsito.