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El plan del plan

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Oficialismo y oposición. Precisan acordar más. | cedoc

Después de que la amplia mayoría de Juntos por el Cambio desoyera la primera propuesta de Mauricio Macri de votar en contra del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, plasmándolo primero en Diputados, durante la madrugada del viernes anterior y después en la de este viernes, en Senadores, situándose así en la línea de la moderación que representa Horacio Rodríguez Larreta, el camino a la candidatura presidencial del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires luce cada vez más despejado. Y en la medida en que su candidatura emerge como natural, se le comienza a pedir lo mismo que al gobierno de Alberto Fernández: tener un plan.

A diferencia del liderazgo técnico, que tiene un único plan, el liderazgo adaptativo articula los diferentes

Hay una falacia en tener un plan: ¿de qué sirve tenerlo si luego no se tiene la cantidad de legisladores en el Congreso para que las leyes que lo sustentan sean aprobadas? Macri tenía un plan pero, para bien o para mal, nunca lo pudo aplicar porque no contaba con mayorías parlamentarias para su aprobación.

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Imaginemos que lograra ser electo un presidente que viene con un plan como el de la convertibilidad, privatizaciones y jubilación privada de Carlos Menem en los 90, u otro que viene con el plan de estatización de las empresas de servicios públicos como Néstor Kirchner en la primera década de este siglo. ¿Lograría su aprobación en el Congreso?

Incluso imaginemos que ese presidente logra, con los artilugios que fueran, aprobar con 51% de los votos las leyes de reformas de su plan: ¿los actores económicos no quedarían con la sospecha de que un siguiente gobierno del signo contrario las derogue y finalmente sus beneficios, por ejemplo en inversiones si fueran promercado, no se produzcan?

Entonces, el primer plan que el próximo presidente deberá tener es tener un acuerdo con la oposición para contar con un plan de consenso que ya no sería el plan propio del candidato, ni siquiera el plan de una sola coalición, donde también hay diferencias que salvar: por ejemplo, en Juntos por el Cambio, Gerardo Morales y parte de los radicales no quieren bajar impuestos, lo que sí quiere el ala más liberal del PRO.

Si el valor económico del que más carecemos son la confianza y la certidumbre, el plan del próximo presidente no deberá ser técnico sino adaptativo. Una biblia del liderazgo moderno es el libro Adaptative Leadership, de Ronald Heifetz y Mary Linsky, donde sus autores ordenan el estilo de liderazgo en dos grandes grupos: el técnico y el adaptativo. El primero es el practicado por expertos –sistemático: cada parte es fundamental para el funcionamiento del todo–, modo aplicable cuando existe una gran concentración de poder en ese líder, lo que lo hace cada vez menos habitual tanto en la esfera pública como en la privada en este siglo XXI, en que la autoridad desde la familia, pasando por la escuela y el trabajo, no es más aceptada verticalmente.

 En cambio, el liderazgo adaptivo, del orden de la inteligencia emocional, de la empatía y del convencer en lugar de vencer, es el recomendado para resolver problemas aparentemente insolubles. Es un tipo de liderazgo transaccional que privilegia los logros grupales y no individuales, y la influencia sobre la coerción.

Dos palabras claves son “articulación”, para construir un entendimiento colectivo que logre el apoyo para la acción, y “adaptación”, para que haya un aprendizaje continuo con el necesario ajuste de respuestas a cada momento.

Pero, ¿cómo podría ese futuro presidente llegar a un acuerdo con la oposición para compartir un determinado grupo de políticas de Estado? ¿Cómo se podría lograr hacer concesiones recíprocas de manera consistente que construyan un plan y no la anulación de él?

Quizás haya que tomar de modelo el ejercicio que realizó el filósofo John Rawls llamado “bajo el velo de la ignorancia”, plasmado en su libro Teoría de la justicia. Tratando de encontrar cuál sería la sociedad más justa, Rawls realizó un experimento mental imaginando que una sociedad así sería la que elegiríamos si tuviéramos que votar antes de nacer sin saber si naceríamos fuertes o débiles, inteligentes o limitados, en una familia con recursos de todo tipo o en otra carente de todos ellos. En esa hipotética situación, buscaríamos el equilibrio: por temor a nacer desfavorecidos, elegiríamos un sistema donde se proteja a aquellos con menor capacidad de triunfo pero al mismo tiempo nos gustaría que hubiera un premio si la fortuna nos eligiera para dotarnos de múltiples capacidades. O sea que hubiera un Estado protector en todo lo que fuera necesario, y un mercado premiador del mérito en todo lo que fuera posible.

Trasladando la experiencia de Rawls a la situación de los candidatos de Juntos por el Cambio y del Frente de Todos, se debería acordar un plan antes de saber a quién le tocará ser presidente y a quién opositor en el período 2023. Acordarlo antes permitiría, como en el experimento de Rawls, que cada uno equilibrara sus oportunidades “bajo el velo de la ignorancia”.

"Bajo el velo de la ignorancia" de Rawls los presidenciables podrían encontrar el entendimiento

¿Es posible algo así en la Argentina de la polarización? El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional muestra que cuando el abismo está presente, emerge la razón.

Quizás haya sido un primer paso hacia posibilidades de entendimiento más importantes. Quizá la acumulación de una década de retrocesos, primero de estancamiento económico entre 2012 y 2015, luego de franca caída con las devaluaciones de 2018 y 2019, para concluir con la pandemia, que ya cumple dos años, y ahora la crisis mundial por la guerra en Ucrania, haga tomar conciencia a los presidenciables  de que precisan, antes que nada, un “plan del plan”.

 

Continuar leyendo la columna de Jorge Fontevecchia del domingo 20 de marzo: “El centro del centro”