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¿El post kirchnequé?

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No sé qué ocurrirá en otros países, pero es muy llamativa la facilidad que hay en la Argentina para crear un “ismo” con cualquier cosa. Apenas una persona logra cierta visibilidad pública, allí está ese “ismo” para convertir a ese fulano o esa fulana en alguien capaz de liderar a las masas a quién sabe dónde o ser el pilar de un corpus teórico novedoso y hasta revolucionario. Y ni hablar si esa visibilidad pública es acompañada por un modesto desempeño electoral. Allí esa persona se transforma en la portadora de una “era”. Pero, ¿es así? ¿Da para semejante entusiasmo? ¿O es que los tiempos periodísticos y políticos requieren de la venta constante de humo para seguir su curso?

Me pregunto esto en general. Y me lo pregunto en particular, a la hora de hacer un balance de eso que llamamos kirchnerismo. Y que, como se supone que tras la derrota en las PASO ha llegado a su fin, el balance se transforma en el desafío de pensar el futuro. Y el futuro, al parecer, se llama post kirchnerismo. Pero ¿qué es realmente el kirchnerismo? ¿La coalición de centroizquierda, con partidos y movimientos sociales que impulsó Néstor Kirchner al comienzo de su mandato, y que llevaba el nombre de “transversalidad”? ¿La reconversión al PJ posterior, incluyendo la ingesta de todo sapo que portara el merchandising de Perón y Evita? ¿La bajada del cuadro de Videla? ¿La baja de la edad de imputabilidad? ¿O será que todo eso forma parte de un mismo pragmatismo?

Todo bien, el pragmatismo es parte de la política. Es más, eso es esencialmente la política. Pero, ¿por qué “kirchnerismo”? ¿De dónde surge ese carácter movimientista, esa épica para definir algo que no tiene un sentido único, ni ideológico, ni resulta novedoso para la construcción política? No quiero con esto negar los aportes importantes que hizo esa entelequia llamada “kirchnerismo” a la vida política argentina: la renovación de la Corte Suprema, los juicios a los represores de la última dictadura, la estatización de las empresas privatizadas en los 90, la discusión sobre el rol de las corporaciones, la igualdad de derechos de minorías (matrimonio igualitario, ley de género, etc.) y, en general, una retórica que, como nunca antes, corrió por izquierda a la sociedad argentina.

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Ojo, hablo de retórica. La realidad es otra cosa. Pero aun así, esa retórica y algunos gestos fuertes (sobre todo en el comienzo, en los primeros años, con un Néstor Kirchner casi rockero haciendo mosh entre las multitudes) alcanzaron para fundar una épica y, luego, un relato. Retórica, gestos fuertes, discusiones fuertes y necesarias en la opinión pública: todo eso se hizo. Pero ¿quién lo hizo? ¿El kirchnerismo? ¿Qué kirchnerismo? Y si eso existió, ¿sigue existiendo? ¿Qué es lo que queda de todo aquello?

No da la impresión de que ni Sergio Massa ni Daniel Scioli vayan a dejar de ponerle Néstor Kirchner a algunas de las obras que inauguren si son electos presidentes. Seguramente, no todo se llamará Néstor Kirchner, como hasta ahora. Pero Kirchner seguirá siendo un prócer y el país seguirá más o menos igual que hasta ahora. Muchos funcionarios lamentarán la pérdida de un empleo bien pago, pero muchos otros celebrarán no tener que ir presos y los millones acumulados en estos años les alcanzarán para seguir comprándoles Audi a sus hijas.

También puede ganar algún otro candidato, no peronista, claro. En ese caso, el peronismo hará cualquier cosa por volver al poder. Incluso llevar a Kirchner como estandarte, como prenda de unidad. ¿Eso significa ser kirchnerista? Puede ser. Pero en ese caso deberíamos terminar de asumir que, al igual que el peronismo, el kirchnerismo no es más que un montón de pragmatismo político unido por una épica capaz de aglutinar, sostener y llevar adelante ese pragmatismo.

No hay, pues, ni kirchnerismo ni post kirchnerismo. ¡Es la política, estúpidos! Y la consigna es una sola, guevarista y aggiornada a estos tiempos: ¡Hasta el pragmatismo, siempre!

 

*Periodista.