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El precio de jugar la Davis en Tecnopolis

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Si algo es fácil de programar para el tenis argentino, es jugar partidos en polvo de ladrillo y al aire libre. Hay estadios, hay canchas con un par de tribunas y posibilidad de ampliarlas, y hay infinidad de clubes a cuyas canchas se les pueden construir estructuras tubulares para miles de espectadores. Dicho de otro modo: canchas de polvo de ladrillo para jugar partidos oficiales hay cientos en la mayoría de las provincias argentinas.
No casualmente el nuestro es uno de los países de la región con mayor cantidad de torneos futures –el nivel profesional más modesto en reparto de premios y puntos– que podrán no tener ni una silla de plástico alrededor, pero a los que la ATP les exige una cancha como la gente, consistente en la superficie y con límites y fondos reglamentarios. Es más. No basta con una sola cancha por torneo; por lo general, son no menos de tres.

Sólo la lista de ciudades en las que se jugaron esos 18 torneos oficiales durante 2014 da una muestra elocuente de la capacidad organizativa: Santiago del Estero, La Rioja, San Juan, Villa Carlos Paz, Arroyito, Villa Allende, Villa del Dique, Rosario, Olavarría, Villa María, Resistencia, Corrientes y Misiones fueron las otras sedes, además de Buenos Aires, por las que pasó el circuito profesional de la ilusión, el despegue o el fin de ciclo. Desde ya que sería un error grosero –y tendencioso– considerar que en cualquiera de estos escenarios se podría disputar una Copa Davis.

Sin embargo, una Copa Davis como la que se viene, ante Brasil y sin esa indudable variable corta tickets llamada Juan Martín del Potro, podría haber tenido muchísimos escenarios posibles. No sólo Tecnópolis.

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A algunas de las ciudades mencionadas hay que agregarles clubes en Mendoza, Córdoba y Mar del Plata, donde ya se jugó la Davis; supongo que Tandil, Paraná, Tucumán o Salta habrán consultado alguna vez si podían apostar a que la Copa saliera de Buenos Aires.

En todos los casos, hay un denominador común: hay canchas de muy buen nivel para jugar los partidos. Luego, las variables para disponer de tribunas –o poder construirlas– y contar con un buen espacio para la logística de vestuarios y zona de hospitalidad –fundamental requisito de sponsors que instalan allí sus stands o carpas vip– pueden calificar a algunos y eliminar a la mayoría.
Eso sí. Ni la ciudad más modesta ni el Buenos Aires Lawn Tennis –considerándolos puntos extremos– se asemejan al fenómeno Tecnópolis, donde se tuvo que empezar de cero tanto con el estadio –aún en construcción– como con los requisitos periféricos y como, fundamentalmente, con la cancha misma.

Esto no significa para nada que las cosas vayan a salir mal; ni bien. Las preguntas son otras. Por un lado, el olvido de un pasado reciente en el que se hizo exactamente lo mismo –y muy mal– construyendo un estadio de cero en la cancha auxiliar de River Plate. Así como se levantó el monstruo inestable se lo desmontó y abandonó la experiencia durante la década siguiente.

Por el otro, encontrar en lo funcional y en lo deportivo las razones de la prioridad que se dio al espacio en el que el gobierno nacional desarrolló un espacio científico-tecnológico de excelencia y donde también se jugó al básquet: no se quiso jugar bajo techo; entonces,  también se prescindió de esa estructura preexistente. Casi un lujo en
tiempos de asumida mishiadura.

Evidentemente, los motivos de la movida obedecen al aporte económico que recibirá la Asociacion Argentina de Tenis. Desconozco esos valores. Y si me remito a la final de 2008 en Mar del Plata, tampoco aspiro a enterarme demasiado: en aquel entonces, se firmó con la ciudad balnearia –más bien con la gobernación provincial– un acuerdo de confidencialidad que impidió no sólo saber cuánto entró en la AAT, sino cuánto salió de la provincia. Y si todo lo que entró, realmente entró; y si todo lo que salió, realmente salió. Antes de una eventual desmentida, este dato de la confidencialidad me lo dieron durante esos duros días de diciembre de hace seis años no menos de cinco fuentes, entre los dirigentes del tenis y los responsables estatales de la organización.

Resignado a considerar demodé mi postura de rechazo al gasto público en el deporte –al menos, en tanto haya tanto pibe, tanto maestro y tanto jubilado en condición de riesgo; y tanta cloaca por construir o agua potable por acercar–, admito que no es ilegítimo vender tu espectáculo al mejor precio y al mejor postor. Probablemente parte de una alianza más amplia entre la AAT y el Gobierno –hay un espacio en el Cenard que habla al respecto–, quedará para otro análisis en qué lugar de la historia queda “quitarle” la Davis a Macri, habida cuenta de que la enorme mayoría de las series se ha jugado en la Capital. El dato curioso adicional es que gran parte de esos partidos se jugó durante la última década, en el Parque Roca, estadio al que se identifica inequívocamente con el gobierno del PRO, pero que, en este instante, es producto de remodelaciones importantes camino a los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018, empresa encarada de modo conjunto entre la gente de Macri y la de Cristina.

Finalmente, la lógica de buscar fondos a como dé lugar –ojalá en beneficio del proyecto de relanzamiento estructural de nuestro tenis tenga muchos ceros el “cheque Tecnópolis”– no deja de tener su resquicio de contradicción.

Hace quince días, el tenis argentino vivió el acontecimiento inédito de tener a dos leyendas vivientes jugando en la Argentina y por los puntos. Sin embargo, la Fed Cup contra los Estados Unidos de Venus y Serena Williams se jugó en Pilará, donde, aun pese al esfuerzo de colocar tribunas tubulares a última hora, no se alcanzó a satisfacer la demanda. Era la ocasión histórica para ganar dinero con una competencia que casi siempre huele a pérdida: tanto en convocatoria como en auspiciantes, el tenis femenino atraviesa una crisis durísima. En el mundo, ya no en la Argentina.

En un principio, imaginé que la sede de Pilará se mantuvo porque el anuncio de las Williams no dio tiempo para buscar un espacio más acorde con semejante demanda (nada malo con las bondades, la buena disposición y la belleza de
Pilará). Me han dicho que no fue así. Que Santa Fe –omitida adrede en las listas mencionadas porque ya saldría a escena– había hecho una oferta para quedarse con la sede. Alguna razón, seguramente vinculada con pretensiones económicas, impidió no sólo darle un escenario masivo acorde con semejante visita, sino que la Asociación embolsara un dinero de urgente necesidad.

Ya hablamos de las intenciones de modificar asuntos de fondo que no han ayudado en nada a nuestro glorioso tenis de las últimas décadas. No son cosas que se resuelvan de un día para el otro. En primer lugar, porque hay cuestiones preestablecidas que cuesta modificar. Luego, porque es torpe creer que hay que modificarlo todo. Finalmente, porque las personas no cambiamos de parecer ni a los golpes de un día para el otro; a veces, directamente no cambian. No hay por qué imaginar que todos los que estaban y permitieron que pasara lo que pasó de golpe estén convencidos de que hay que cambiar.
Es decir, hay que darle tiempo al tiempo.
Y coherencia a las decisiones.