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El prisionero de “Gomorra”

Para el común de los italianos honestos, Saviano es –a lo sumo– un muchacho que dijo lo que no debía. ¿No debía?. Aprovechando la proximidad de significantes, el italiano Roberto Saviano escribe Gomorra para hablar de la “Camorra”. Esta organización criminal, este mundo financiero de inversionistas que, como las viejas carreteras del Imperio Romano, tiende su red sobre el mundo entero (no en vano se llama a sí mismo “el Sistema”) nunca ha fallado a una promesa de vendetta. Saviano está condenado a morir. Y tiene 28 años.

Rafaelspregelburd150
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Para el común de los italianos honestos, Saviano es –a lo sumo– un muchacho que dijo lo que no debía. ¿No debía?
Aprovechando la proximidad de significantes, el italiano Roberto Saviano escribe Gomorra para hablar de la “Camorra”. Esta organización criminal, este mundo financiero de inversionistas que, como las viejas carreteras del Imperio Romano, tiende su red sobre el mundo entero (no en vano se llama a sí mismo “el Sistema”) nunca ha fallado a una promesa de vendetta. Saviano está condenado a morir. Y tiene 28 años.
El autor acaba de publicar en La Repubblica una carta escalofriante. En ella explica por qué abandonará su país, pese a la seguridad ofrecida por un sistema mezcla de Estado y carabinieri, que lo hace vivir como un blanco móvil entre un domicilio secreto y el próximo. Saviano es tan elocuente que su lectura da pudor. ¡No se puede vivir así! “Fanculo il successo!”, se queja Saviano, cuando el éxito desmesurado de su novela es, a la vez, su sentencia de muerte.
Podríamos imaginar una Italia de pie, reclamando una justicia que tarda en aparecer. Sin embargo, el paisaje es desolador: hay quienes sugieren, no como rumor sino de manera pública, que Saviano es un idiota: no tendría que haberse metido con “eso”. No es mi intención determinar si su obra es un hito en la historia de las letras italianas, pero intuyo que la relación entre los italianos y esta obra está en la matriz de una revolución literaria: la que comienza cuando una comunidad de sentido, entera, observa los límites de su propia ficción, que es lo mismo que reconocer (volver a conocer) los límites de su propia verdad, de su propia vida, de la organicidad que subyace a sus discursos, y –en definitiva– los límites de su propia lengua. Si es que a alguien le importa, las palabras (algunas) no significarán lo mismo en la lengua italiana. “Camorra”, “culpa” (“¿culpa? ¿Qué culpa?”, se pregunta Saviano, “¿cuál es la culpa de haber querido contar su vida, mi vida?”), “Estado”, “Italia” son palabras que suenan distinto en medio del silencio que precede a la explosión, ya preparados los detonadores, ya mudados los vecinos de las casas colinderas a la de Saviano, su madre, su familia, sus amigos. Amigos que temen por sus vidas y que le reclaman una vuelta a la normalidad: como en un proceso termodinámico, la onda expansiva de esta novela, de este acto de locura y de verdad, no puede volver atrás.
Muchos italianos le expresan –como pueden– su solidaridad y su admiración. Dicen que cuando Verdi agonizaba en su lecho, los vecinos cubrieron de paja las calles del barrio para que el gran músico pudiera descansar. Hoy se hacen lecturas públicas de Gomorra en Roma, en Nápoles, en Orvieto; la ficción (la verdad) de su novela se grita en las esquinas para que la Camorra –que afirma que cumplirá de todos modos su promesa de matarlo– sepa que para acallar a Saviano tendrán que acallar a todo un pueblo.
¿Adónde irá a vivir Saviano? Me gustaría arrogarme el orgullo de ofrecer lo que ya no tengo: un país que supo dar asilo a tantos. Pero debo contenerme: no vengas a la Argentina, Roberto. Apenas acabamos de cumplir nuestro plazo más largo de democracia. Y son sólo 25 años. No podemos darte garantías. Y la Camorra tiene agentes en todo el mundo, acá también, y sobre todo. Porque son, como vos bien los llamás, “hombres de nada”.
Hay un link para los que quieran apoyar a Saviano: www.repubblica.it/speciale/2008/appelli/saviano2/index.html
Vaya ayuda virtual que podemos prestarle a un condenado a muerte.